La conocida frase en latín Mens sana in corpore sano, cuya traducción es “Mente sana en cuerpo sano”, fue escrita por Juvenal en los inicios del siglo II d.C., en Roma. En realidad, esta frase es parte de una sátira en la que la salud no es el tema principal. La frase completa dice “Se debe orar que se nos conceda una mente sana en un cuerpo sano”. Posteriormente, se extrajo de allí la expresión que todos conocemos.
Por mucho tiempo, bajo la influencia del pensamiento griego, en el que prima la dualidad del cuerpo y el alma, lo habitual era pensar que la mente y el cuerpo eran dos entes separados. Descartes decía, en el año 1637: “Tenemos un cuerpo para movernos y una mente para pensar y aprender”.
Por su parte, Elena de White, inspirada por Dios, propone un nuevo concepto. Es algo que en la actualidad es totalmente aceptado; pero que, en ese momento, era una idea de vanguardia.
Ella escribió: “La educación no consiste en usar solamente el cerebro. El trabajo físico es parte también de la educación esencial para todo joven. Falta una fase importante de la educación si no se enseña al alumno a dedicarse a un trabajo útil. El ejercicio saludable de todo el ser dará una educación amplia y abarcadora. Todo estudiante debe dedicar una parte de cada día al trabajo activo. Así adquirirá hábitos de laboriosidad y se fomentará en él un espíritu de confianza propia, y al mismo tiempo estará a salvo de muchas prácticas malas y degradantes que son a menudo resultado de la ociosidad. Y todo esto está de acuerdo con el objeto primordial de la educación, porque al estimular la actividad, la diligencia y la pureza, nos ponemos en armonía con el Creador” (Consejos para los maestros, p. 293).
Elena de White nos habla aquí de unir la actividad intelectual con la actividad física para obtener beneficios que abarcan múltiples aspectos, que van desde una mayor autoestima hasta la influencia positiva sobre nuestra relación con Dios. Este es un concepto que, incluso hoy, resulta revolucionario.
«Una de las enfermedades neurológicas en que más se observó los beneficios del ejercicio es en la depresión”.
Lamentablemente, aunque en la teoría nadie se puede oponer a estos principios, desde la organización y el diseño de una escuela o de una oficina de trabajo no se piensa en la ayuda que puede ser el ejercicio. De esta forma, el trabajo intelectual, que es el objetivo principal, pierde la posibilidad de aumentar su potencial.
En el artículo del mes pasado, expliqué sobre cómo el ejercicio libera el BDNF, proteína que estimula la neurogénesis, lo que produce cambios positivos en el sistema nervioso. Lo interesante es observar cómo puede influir también sobre nuestro comportamiento y capacidad de trabajo.
En una investigación realizada para evaluar el efecto del ejercicio sobre el comportamiento en distintas edades, se encontró que el ejercicio aeróbico regular tiene el potencial de mejorar el funcionamiento ejecutivo, incluso en poblaciones sanas. En adultos, se encontró una fuerte evidencia de los beneficios relacionados con el ejercicio y la capacidad de enfrentarse con tareas nuevas. Además, aumentó la atención selectiva, la memoria en el trabajo, y se pudo observar una mayor inhibición para responder en forma prepotente.
Entonces, si el ejercicio ayuda a frenar respuestas prepotentes o incorrectas, también afecta positivamente nuestras relaciones sociales en el lugar de trabajo o en el hogar. En los adultos jóvenes, se encontraron los mismos beneficios, pero también se pudo observar una mayor capacidad para resolver problemas buscando nuevos caminos para llegar al objetivo. También mejoraron su desempeño después de cometer un error, logrando superarlo, enfrentando nuevas soluciones.
«La salud debe protegerse de modo tan sagrado como el carácter”.
A su vez, en niños, se ha demostrado que tienen mayor capacidad de memoria en las actividades escolares, aumentaron su atención selectiva y su control inhibitorio. Esto significa que aumenta su capacidad de inhibir o controlar las acciones impulsivas para dar lugar a respuestas dirigidas por la atención y el razonamiento.
El ejercicio aeróbico regular ayuda en un conjunto de funciones ejecutivas esenciales para el comportamiento humano. Hay tres regiones cerebrales que son las que lo controlan:
La corteza orbitofrontal.
La corteza prefrontal dorsolateral.
La corteza cingulada anterior.
El ejercicio en la infancia y la adolescencia aumenta el grosor de la materia gris y el tamaño de estas regiones, lo que influye en el tipo de comportamiento que tendrá en el futuro.1
En un estudio se probó el efecto del ciclismo en la memoria de nativos alemanes mientras estudiaban el idioma francés. A un grupo le hicieron escuchar un conjunto de palabras para memorizar mientras pedaleaban, y se observó que obtuvieron un mayor rendimiento que aquellos que estudiaron lo mismo en forma sedentaria.2
Se observó, en otro análisis, que las personas que tenían mejor estado aeróbico, debido a que practicaban ejercicio periódicamente, eran las que podían prestar atención por más tiempo.3
Una de las enfermedades neurológicas en que más se observó los beneficios del ejercicio es en la depresión. Este mal afecta cada vez más a la población mundial y produce un menor rendimiento en el estudio o el trabajo. La depresión lleva al aislamiento social, con todo lo que puede implicar esto en la salud mental y física de una persona. Son la neurogénesis, la angiogénesis y la mayor plasticidad cerebral los mecanismos que tiene el sistema nervioso para restablecerse. El ejercicio cumple un papel fundamental cuando se trata de enfermedades que pueden curarse.
Realizar actividad física también colabora en enfermedades crónicas y complejas como la enfermedad de Alzheimer o el Parquinsonismo. Estas patologías no se pueden curar, pero sí puede ayudar a mitigar su avance.4
“La salud debe protegerse de modo tan sagrado como el carácter” (Elena de White, La educación cristiana, p. 289). ¿Acaso esto es una exageración? ¿Es una idea descabellada pensar que la salud puede influir en nuestra relación con Dios? Ya tenemos la demostración científica que nos muestra que, al usar uno de los remedios naturales como el ejercicio, podemos modificar nuestro comportamiento, disminuir los actos impulsivos, utilizar más la razón y alejarnos de la depresión.
Debemos agradecer a Dios porque, en su amor, él nos acepta y perdona, a pesar de nuestros errores. También debemos estar agradecidos al Espíritu Santo, que nos ayuda en la santificación (2 Tes. 2:13; 1 Ped. 1:2) Pero, aunque tenemos la ayuda y el auxilio divinos, Dios, por medio de Elena de White, nos aconseja colaborar con este proceso. Cada día que pasa estamos más cerca de la segunda venida de Cristo. Este es el momento de pensar a quién podemos hablarle sobre esta hermosa esperanza. Nuestro esfuerzo debe ser mostrar a la mayor cantidad de personas el amor de Dios, su perdón y el lugar que él tiene preparado para todo el que lo busque. Es necesario enfrentar este reto de pie, con la convicción de que Dios puede usar más nuestros dones cuanto más consagrados estemos y más firme esté nuestra salud para enfrentar este desafío.
En el Salmo 40, el rey David habla sobre un momento de gran angustia que vivió. Él sintió que era como caer en una fosa mortal, un pantano. Pero, cuando tuvo la ayuda de Dios, alabó a Dios con agradecimiento. “Muchos al ver esto se sintieron conmovidos y pusieron su confianza en el Señor” (Sal. 40:3, DHH). Oremos para que, con nuestros actos, las personas que nos rodean se sientan conmovidas y motivadas a poner su confianza en nuestro Dios todopoderoso. RA
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