El Manual de la iglesia no es tan solo un conjunto de normas, sino una base sólida que orienta a los adventistas a cumplir su misión con amor, fidelidad y orden, aun frente a los desafíos del mundo contemporáneo.
Por João Nicolau Gonçalves, Magíster en Teología y director de Ministerios Personales y Escuela Sabática de la Asociación Central Paranaense (Paraná, Brasil)
Foto: Tor Tjeransen – AME (CC BY 4.0).
La Iglesia Adventista del Séptimo Día es una iglesia internacional presente en 212 países. Frente al pluralismo étnico y al creciente énfasis posmoderno en nuevos métodos y estrategias administrativas, surgen desafíos para mantener su identidad, unidad y misión.
El apóstol Pablo, en 1 Corintios 14:40, afirmó que las acciones en la iglesia debieran realizarse “decentemente y con orden”. Un poco antes de decir esto, también declaró: “Dios no es Dios de confusión sino de paz” (vers. 33). De hecho, la organización constituye la base de toda institución que aspira al éxito. Elena de White escribió: “El sistema y el orden se manifiestan en todas las obras de Dios en todo el universo. El orden es la ley del Cielo, y debe ser la ley del pueblo de Dios en la Tierra” (Testimonios para los ministros, cap. 3, p. 48).
Con el transcurrir de la historia del adventismo, surgieron problemas relacionados a la organización, a los procedimientos y a las normas de la iglesia, para los cuales se propusieron diversas sugerencias. Con la expansión del movimiento, se percibió la necesidad de promover la uniformidad en sus prácticas. Por eso, a fin de superar los desafíos existentes en una iglesia cada vez más internacional, preservar la integridad doctrinal y mantener la unidad ante la diversidad cultural, la Junta de la Asociación General aprobó en 1931 la publicación del Manual de la iglesia.
La persona escogida para preparar el documento fue James McElhany, vicepresidente de la Asociación General para Norteamérica, el cual fue nombrado presidente mundial de la iglesia cinco años más tarde. El texto original fue cuidadosamente examinado por la Junta de la Asociación General y publicado en 1932.
Al reflexionar sobre los orígenes de la publicación, Daniel Plenc ponderó: “Desde sus inicios el Manual de la iglesia resultó un instrumento útil y necesario para la marcha organizada de la iglesia. La expansión de la obra ha requerido revisiones de su contenido en los congresos mundiales. No es una herramienta rígida e inamovible, sino la manifestación del consenso de la iglesia mundial sobre procedimientos, prácticas denominacionales y asuntos generales pertenecientes al gobierno de la iglesia” (“¿Aprobó Elena de White el Manual de la iglesia?”, Revista Adventista, diciembre de 2001, p. 24).
A lo largo de los años, las juntas de la Asociación General hicieron enmiendas y sugirieron nuevas soluciones administrativas, a medida que se desarrollaba la comprensión de los asuntos. Estas decisiones eran votadas en las juntas, y las debidas enmiendas se insertaban en el Manual de la iglesia.
Sin embargo, en el congreso de la Asociación General realizado en junio de 1946, la iglesia adoptó el siguiente procedimiento: “Todos los cambios o revisiones de normas que deban hacerse en el Manual de la iglesia deberán ser autorizadas en un congreso de la Asociación General” (General Conference Report, 1946, p. 197). Esta decisión tenía el objetivo de que los votos sobre el gobierno de la iglesia expresaran no solo el pensamiento sino también la plena autoridad de la iglesia.
Además, esta actitud estaba en consonancia con lo que afirmó Elena de White: “Dios ordenó que tengan autoridad los representantes de su iglesia de todas partes de la tierra, cuando están reunidos en el congreso de la Asociación General” (Testimonios para la iglesia, t. 9, p. 209). Así, desde 1946, cualquier enmienda o revisión del Manual de la iglesia solo pueden hacerse por voto de un congreso de la Asociación General debidamente convocado, con la presencia de los representantes de la iglesia de todo el mundo.
Poco tiempo después, la dirigencia de la Iglesia Adventista se enfrentó a un desdoblamiento de la decisión tomada. Considerando la presencia de la iglesia en todos los continentes, se reconoció que podrían surgir circunstancias locales que requirieran votos específicos. Ante este desafío, el Concilio de Otoño, realizado en octubre de 1948, aprobó el siguiente voto: “Que cada División del campo mundial, incluyendo la División Norteamericana, prepare un suplemento del nuevo Manual de la iglesia, no para modificarlo, sino para agregar material adicional que sea aplicable a las condiciones y circunstancias que imperen en esa respectiva División. Los manuscritos de estos suplementos deberán ser sometidos a consideración de la Junta de la Asociación General, para ser refrendados por ella antes de su impresión” (Autumn Council Actions, 1948, p. 1188).
De esta forma, cada División tiene libertad y autonomía para preparar un suplemento especial, adecuado a su contexto geográfico. Este suplemento no tiene aplicación mundial, sino que constituye un capítulo aparte, exclusivo para su territorio.
Un documento necesario
Actualmente, como reflejo de una cultura posmoderna en la que impera el relativismo y frecuentemente se cuestionan la autoridad y las leyes, el Manual de la iglesia eventualmente ha sufrido ataques que han cuestionado su relevancia. A pesar de ser un documento oficial que establece los principios de organización, funcionamiento y disciplina de la Iglesia Adventista, en determinadas situaciones ha sido blanco de cuestionamientos.
En general, las observaciones presentadas son las siguientes: (1) Legalismo: la aplicación rígida del Manual puede llevar a un foco excesivo en reglas y normas, en detrimento del énfasis en la gracia; (2) Desconexión con la realidad local: por ser un documento de alcance mundial, a veces se considera al Manual poco sensible a las diferentes cuestiones culturales y sociales; (3) Rigidez organizacional: el exceso de procedimientos puede bloquear la innovación y dificultar la adecuación de la iglesia a las nuevas realidades de la evangelización.
No obstante, el Manual de la iglesia es un libro que expresa la aplicación de los principios bíblicos en diálogo con nuestro tiempo, considerando la presencia de la Iglesia Adventista en diferentes culturas. Por este motivo, sus procedimientos no impiden el desarrollo de nuevas estrategias e innovaciones misionológicas, sino que ayudan a mantenerlas dentro de un marco coherente con la Palabra de Dios. Así, para que cumpla su propósito de promover la unidad de la iglesia, preservar los ideales bíblicos y establecer la unificación de procedimientos, es imprescindible que sea utilizado de forma correcta, sabia y equilibrada.
Es importante familiarizarse con el Manual de la iglesia, dedicar tiempo a leerlo y estudiarlo con atención. Una comprensión superficial de su contenido puede llevar a aplicaciones equivocadas, y resultar así en perjuicios para la vida eclesiástica. Es necesario que su aplicación considere adecuadamente el contexto y no esté sesgada con predisposiciones personales.
Además, hay que recordar que su utilización debe demostrar el espíritu con el que fue elaborado. Su aplicación debe reflejar el amor, la fidelidad, la misericordia y el foco en la salvación que se encontraban en la vida de Cristo. El Manual existe para auxiliar a la iglesia en la aplicación de los principios bíblicos en el contexto eclesiástico, a fin de que esta cumpla la misión de predicar el evangelio en todo el mundo, superando posibles dificultades que puedan surgir. Claramente, no debe ser visto como sustituto de las Escrituras, sino como un complemento que presenta de manera sistematizada y efectiva los principios contenidos en ellas.
Asimismo, el Manual de la iglesia debe utilizarse en todas las reuniones como referencia de los procedimientos, para evitar los “a mí me parece” que debilitan la cohesión de la iglesia. Por ello es fundamental utilizar la versión más reciente, ya que este es revisado periódicamente en los congresos de la Asociación General, con el fin de atender las necesidades y los desafíos contemporáneos de la iglesia. De lo contrario, los miembros corren el riesgo de ignorar los últimos cambios y aplicar procedimientos desactualizados.
Walter Beach sintetizó la relevancia de este documento al afirmar que “las provisiones del Manual de la iglesia nos protegen de la debilidad que producen los tanteos y errores, las inconsecuencias, la injusticia y, a veces, la abierta apostasía. Los principios y reglamentos que encontramos en este libro contribuyen a la preservación de la unidad de la iglesia de Dios en todo el mundo. Contrarrestan la tendencia natural que se manifiesta en los diferentes países de imitar demasiado los procedimientos y los reglamentos de los respectivos gobiernos y del mundo de los negocios, para finalmente desarrollar así una diferente clase de iglesia” (“¿Por qué necesitamos un Manual de la Iglesia?”, Revista Adventista, agosto de 1979, pág. 7).
Por lo tanto, los procedimientos contenidos en el Manual de la iglesia contribuyen para que haya un ambiente de decisiones coherentes, pues ofrecen un margen adecuado para que las personas piensen, aprendan y tomen decisiones sabias, acordes al contexto en el que se encuentran. Con este detalle y estandarización de orientaciones, aliados a la libertad de elección, la iglesia puede mantener la identidad eclesiástica, el compromiso doctrinal, la estabilidad administrativa, el vigor misionero y la unidad alrededor del mundo.
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