Cuando el dolor trae beneficios.
Los grandes hombres de Dios nunca tuvieron una vida fácil. Para realizar la obra que él les encomendó, pasaron por gran sufrimiento, enfrentaron duras pruebas, pero permanecieron fieles, viendo al Invisible (Heb. 11:27).
Pablo es ejemplo de esto. Dios le permitió enfrentar muchas pruebas, pero las transformó a todas en oportunidades. Su prisión en Roma es una de ellas. Si no la hubiera enfrentado, ¿cómo habría logrado hablar a tantas autoridades, líderes y personas importantes, expandiendo así el evangelio de forma rápida? Roma era considerada la metrópolis del mundo, donde pocos le daban atención a la historia de Jesús. Pero, “en menos de dos años el evangelio se abrió camino desde la modesta morada del preso hasta las salas imperiales” (Elena de White, Los hechos de los apóstoles, p. 381). Pablo aprendió a ver el sufrimiento como una gran oportunidad.
Cuando fue llevado al lugar de su ejecución, pocos lo acompañaron. Sin embargo, aun en la hora de su muerte, estuvo dispuesto a perdonar a sus captores y animar a los cristianos. “Al llegar al paraje del martirio, no vio la espada del verdugo ni la tierra que iba a absorber su sangre, sino que a través del sereno cielo de aquel día estival miraba el Trono del Eterno” (ibíd., p. 422). Él podía ver a Dios detrás del sufrimiento y enfrentarlo de manera positiva.
La historia de Juan también es impresionante. En los días de persecución de la iglesia primitiva, él fue una voz potente “que ayudó a sus hermanos a afrontar con valor y lealtad las pruebas que les sobrevinieron. Cuando la fe de los cristianos parecía vacilar ante la terrible oposición que debían soportar, el anciano y probado siervo de Jesús les repetía con poder y elocuencia la historia del Salvador crucificado y resucitado” (ibíd., p. 469). Para él, el sufrimiento era una oportunidad para aumentar la fe.
Pero, en cuanto la iglesia se fortalecía, los opositores se enfurecían. Por eso, Juan también fue convocado a Roma y expuesto a falsas acusaciones. “Pero, cuanto más convincente era su testimonio, tanto mayor era el odio de sus opositores” (ibíd., p. 470). En esos momentos, “la mano del Señor se movía invisiblemente en las tinieblas” (ibíd., p. 479). La crisis era una oportunidad especial para los grandes milagros de Dios.
Condenado al martirio, Juan fue colocado dentro de una caldera de aceite hirviente, “pero el Señor preservó la vida de su fiel siervo, así como protegió a los tres hebreos en el horno de fuego” (ibíd., p. 470). Entonces fue enviado en exilio a Patmos, para silenciar su voz. Pero fue allí donde “recibió un mensaje cuya influencia continuaría fortaleciendo a la iglesia hasta el fin del tiempo” (ibíd., p. 479).
En Patmos, Juan “se hizo de amigos y conversos. Su mensaje era de gozo, pues proclamaba a un Salvador resucitado que desde lo alto estaba intercediendo por su pueblo hasta que regresase para llevarlo consigo” (ibíd., p. 473). Él entendió que muchas veces, en los peores momentos, Dios da las mejores recompensas.
Al mirar a estos héroes del Señor, podemos recordar que él siempre da “las batallas más difíciles a los soldados más fuertes”. Muchas veces, su obra se realiza “en medio de tormentas y persecución, amarga oposición e injusto oprobio” (ibíd., p. 474), pero necesitamos “confiar en Dios en la hora más oscura, y sentir, a pesar de ser duramente probados y azotados por la tempestad, que nuestro Padre empuña el timón. Solo el ojo de la fe puede ver más allá de las cosas presentes para estimar correctamente el valor de las riquezas eternas” (ibíd., p. 475).
Aprende a confiar en el Dios que ve más allá del sufrimiento. Él sabe cómo transformar aparentes injusticias en bendiciones sin medida, y así dar la seguridad de que “las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Rom. 8:18).
Su mano se mueve silenciosamente a través de la historia y, en el momento oportuno, siempre se manifiesta. Enfrenta tus crisis con el Señor, y siempre serás un vencedor. RA
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