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Ser remanente implica más que proclamar.
Jesús lo prometió cuando estuvo en esta Tierra: “Cuando todo esté listo, volveré para llevarlos, para que siempre estén conmigo donde yo estoy” (Juan 14:3).1 Los ángeles volvieron a repetírselo a los discípulos: “Jesús fue tomado de entre ustedes y llevado al cielo, ¡pero un día volverá del cielo de la misma manera en que lo vieron irse!” (Hech. 1:11). Es la nota tónica de toda la Biblia, especialmente del Nuevo Testamento: “Pues el Señor mismo descenderá del cielo con un grito de mando, con voz de arcángel y con el llamado de trompeta de Dios. Primero, los creyentes que hayan muerto se levantarán de sus tumbas. Luego, junto con ellos, nosotros, los que aún sigamos vivos sobre la tierra, seremos arrebatados en las nubes para encontrarnos con el Señor en el aire. Entonces estaremos con el Señor para siempre” (1 Tes. 4:16, 17). Y es el anhelo de cada discípulo de Cristo: “¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!” (Apoc. 22:20).
Como confesión religiosa, creemos en esta promesa de Jesús tan firmemente que se encuentra en el mismo ADN y nombre de nuestra iglesia: Adventista del Séptimo Día. Pero surgimos no solo con el propósito de proclamar esta verdad, sino también para anunciar que ese evento, que pondrá fin a la historia de pecado y sufrimiento de este mundo, se encuentra “a las puertas” (Mat. 24:33), ya que el mismo Jesús dijo: “¡Sí, yo vengo pronto!” (Apoc. 22:20).
Sin embargo, esa proclamación, que tiene también una connotación de advertencia (“Teman a Dios, y denle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado. Adoren al que hizo el cielo y la tierra, el mar y los manantiales de agua” [Apoc. 14:7, RVC]), va más allá de los labios del remanente, el grupo a quien se le encarga esta tarea.
Por ejemplo, lo que destaca el mismo contexto de Apocalipsis 14, donde aparece el triple mensaje angélico que proclama el remanente, es que su misión está teñida con su identidad. Este remanente puede hacer un llamado a adorar al Creador porque, entre otras cosas, observa el cuarto Mandamiento, que fue diseñado para recordar a Dios como tal: “Acuérdate de guardar el día de descanso al mantenerlo santo. […] Pues en seis días el Señor hizo los cielos, la tierra, el mar, y todo lo que hay en ellos; pero el séptimo día descansó. Por eso el Señor bendijo el día de descanso y lo apartó como un día santo” (Éxo. 20:8-11). Así, los que pertenecen al Remanente son “los que obedecen los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” (Apoc. 12:17), definición de identidad que se vuelve a repetir en Apocalipsis 14:12.
No obstante, más allá de esta definición que incluye la creencia en Dios como Creador y la obediencia a los Diez Mandamientos, incluyendo el cuarto, el apóstol Pedro indica que la autoridad para proclamar el pronto regreso de Jesús proviene del testimonio vivo de una vida santificada: “Dado que todo lo que nos rodea será destruido de esta manera, ¡cómo no llevar una vida santa y vivir en obediencia a Dios!” (1 Ped. 3:11). Así, “mientras esperan y aceleran la venida del día de Dios” (1 Ped. 3:13, BLP), los que pertenecen al Remanente deben llevar una vida que condiga con el mensaje que predican: “Por lo cual, queridos amigos, mientras esperan que estas cosas ocurran, hagan todo lo posible para que se vea que ustedes llevan una vida pacífica que es pura e intachable a los ojos de Dios” (1 Ped. 3:14).
Porque la mera declaración de creencias, una mera expresión de “fe”, sin el respaldo de una vida transformada, que se manifiesta en obras de servicio, evidencia una vida espiritual muerta: “Amados hermanos, ¿de qué le sirve a uno decir que tiene fe si no lo demuestra con sus acciones? ¿Puede esa clase de fe salvar a alguien? Supónganse que ven a un hermano o una hermana que no tiene qué comer ni con qué vestirse y uno de ustedes le dice: ‘Adiós, que tengas un buen día; abrígate mucho y aliméntate bien’, pero no le da ni alimento ni ropa. ¿Para qué le sirve? Como pueden ver, la fe por sí sola no es suficiente. A menos que produzca buenas acciones, está muerta y es inútil” (Sant. 2:14-17).
Somos un pueblo que espera y apresura, un pueblo que anuncia y proclama, pero también un pueblo que vive su fe, que se santifica cada día y que muestra el gran amor de nuestro Padre en cada interacción con sus semejantes. Eso es creer y vivir la Segunda Venida.RA
Referencias
1 A menos que se indique lo contrario, los versículos bíblicos de este artículo fueron tomados de la versión de la Biblia Nueva Traducción Viviente.
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