La alegría de saber que Jesús es mi vida.
Cuando escribí la letra del himno “Jesús es mi vida” (Himnario Adventista Nº 434), quería evitar usar frases hechas, aquellas que ya perdieron su significado y decimos sin pensar o sin entender. Aquellas que el tiempo ya gastó y el uso desvirtuó. Quería pintar con mis propias palabras el cuadro de mi relación con Dios en ese momento. Tenía 22 años y no me faltaban desafíos, pero tampoco alegrías. Era, además, un año muy musical, rodeada de amigos pianistas; entre ellos, Lucio Maier, con quien compusimos este himno.
Buscaba algo fresco. Si hubiese podido inventar palabras para expresarme, con gusto lo habría intentado. De hecho, tuve que defender con uñas y dientes la frase: “Sabe cómos y porqués”, que no agradaba a un miembro del jurado.
Habíamos escrito ese canto para un congreso de jóvenes adventistas que tuvo lugar en febrero de 1993 en Buenos Aires, Argentina. Poco imaginé cuán de cerca tocarían aquellas palabras los corazones de los que participaron en aquel congreso. “Tengo la impresión de que estás contando mi propia historia”, me dijo alguien.
Eso me llamó la atención. Algo había en esta canción que describía no solo mi historia, sino también la de otras personas. Y la clave estaba en la segunda estrofa. Ahí donde reinaban los “infames” cómos y porqués:
“Él conoce, él escucha, y me dice qué hacer.
Él conoce mis momentos, sabe cómos y porqués.
Él me guía a cada paso, me da siempre lo mejor.
Y aunque a veces no comprendo, me consuela con su amor”.
Ya pasaron más de treinta años de aquella composición, y muchos nos dicen todavía que este canto es especial para ellos. Creo que esa segunda estrofa, que sale de los cánones de las frases tradicionales que solemos cantar, nos da permiso para ser sinceros sobre lo que realmente nos sucede y lo que realmente sentimos. Es como si, al permitirnos ser vulnerables y auténticos, sentimos un alivio colectivo que nos sorprende porque nos hace bien.
Una persona me dijo hace poco: “No es fácil llevar una máscara de persona feliz”. Me sorprendió, porque la conversación era casual; pero me resultó fascinante. Es hermosa la unidad que se produce entre las personas cuando nos atrevemos a ser auténticos y hablamos con otros de lo que realmente nos pasa por la cabeza.
Sin embargo, el tiempo nos acostumbra a aquellas frases que cantamos y volvemos a cantar. Y creo que este himno no es una excepción. Así como muchos lo hicieron suyo –identificándose especialmente con la segunda estrofa–, podemos, al comenzar este nuevo año, empezar a recorrer un camino en el que pensamos juntos en lo que significa que Jesús es nuestra vida, nuestra historia.
Para eso, podemos hacernos algunas preguntas: ¿Cuáles son los lugares o los momentos de mi vida cotidiana en los que me doy cuenta de que Jesús está conmigo, y que le dan un sentido especial a mi relación con él? ¿Qué es lo que despierta mi admiración hacia Jesús? ¿Qué me hace enojar o estar frustrado con él? ¿Me animo a decírselo? ¿Cuán sincera es mi comunicación con él?
¡Qué bendición es poder empezar un nuevo año! Con esa sensación de tener una hoja nueva, fresca y blanca donde empezar a escribir frases nuevas y auténticas sobre mi propia historia. ¡Qué hermoso es poder renovarnos sabiendo que Jesús es el que crea todo lo que hay nuevo en mí!
“Si alguno está en Cristo, es una nueva creación. Las cosas viejas pasaron, todo es nuevo” (2 Cor. 5:17). Que las tradicionales palabras “Tener una relación con Dios” no sean una frase hecha para ti, sino una realidad llena de vitalidad. Y que, este año, puedas cantar la canción de tu historia con Jesús con palabras nuevas y sinceras (aunque todavía no estén en el diccionario).
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