Faltan palabras para expresar el sentimiento de dolor ante la pérdida de un compañero como el Pr. Rubens Lessa, quien se desempeñó por décadas como jefe de Redacción de la Casa Publicadora Brasileira (CPB). La noticia de su fallecimiento nos tomó de sorpresa. Estábamos reunidos con cincuenta mil Conquistadores en la edición Alfa del V Camporí Sudamericano, y al final de ese evento recibí la dura noticia de su fallecimiento. Rápidamente la información se extendió entre los líderes de las uniones y las instituciones de la División Sudamericana, y entre los colegas de nuestra oficina que convivieron tan de cerca con él, y aprendieron a admirarlo como persona, escritor y pastor.
Muchas veces tuve la oportunidad de conversar, abrazar y reconocer la contribución de este siervo de Dios. Pero en 2014, año de su jubilación, expresé mi gratitud publicando las siguientes palabras: “Él mostró compromiso institucional y personal con las iniciativas de la iglesia. Su vida es una inspiración; su búsqueda fue por la excelencia; y su dedicación, sin límites. Hay líderes que dan una contribución y otros que dejan un legado. Él usó las palabras para edificar a la iglesia, y ayudó a hacerla más espiritual, comprometida, sólida y unida”.
La CPB fue su casa por 41 años. Durante ese tiempo, se identificó plenamente con la Revista Adventista en portugués, con editoriales y artículos siempre sabios y muy apreciados. Su entrega fue sin límites. Él creía fuertemente en la causa del evangelio y en el Dios a quien servía. Muy hábil con las palabras, era capaz de usarlas para moverse con la sensibilidad del corazón o para convencer a las mentes más exigentes. Fue un intelectual y un poeta, pero prefirió poner todo al servicio de un ministerio. Por eso, nada más justo que usar este espacio de la Revista Adventista, que él tanto cuidaba y amaba, para registrar este último homenaje.
Pero su legado también quedó marcado en la vida de la Iglesia Adventista en el Brasil, donde el Pr. Lessa era visto como un entusiasta, apasionado por el movimiento misionero, cuidadoso con los principios bíblicos, interesado en la vida de la iglesia local y dueño de un corazón generoso. Durante doce años, hasta su jubilación, participamos juntos en diferentes reuniones, comisiones y concilios. Él siempre anotaba mucho, tenía un consejo equilibrado para dar en público o en particular; pero también vibraba con nuestros grandes logros, así como demostraba interés por las menores decisiones. Al final, se encargaba de transmitir con brillo la visión de la iglesia a los lectores. Alguien que se entusiasmó con las letras, pero también se emocionaba con las personas, especialmente al ver vidas que se entregan a Jesús. Fue un hombre que no puso límites luego de su jubilación, y decidió seguir apoyando nuevos proyectos editoriales de la iglesia hasta el final, siempre con la misma calidad.
Llevo en mi vida personal las marcas de su vida y su ministerio. Él creyó que yo podría contribuir con la iglesia escribiendo, después de publicar mi primer artículo para la Revista Adventista, en 1990. Por eso, recibí mi primer llamado, ya en el ministerio, para ser redactor de la CPB, y eso tuvo su influencia directa.
Fue mi editor y orientador por más de una década, siempre paciente y eficiente. Si escribo textos para las revistas de la iglesia y las meditaciones diarias de este año, lo debo a los primeros consejos y a la motivación que con mucho cariño me dio. Nuestro último encuentro fue el 6 de septiembre del año pasado, en el lanzamiento de las meditaciones diarias Nuestra Esperanza. Conversamos, tomamos una foto juntos y tuve la oportunidad de agradecerle por el apoyo fundamental para llegar hasta ese momento.
¡Es una despedida difícil! Pero el mismo Dios que dirigió su vida y su ministerio también entendió que la hora de su descanso había llegado. No tenemos todas las explicaciones, pero estamos afirmados en la certeza de que su vida ha sido bien vivida y en la esperanza de que pronto estaremos juntos de nuevo, cuando “[…] el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero” (1 Tes. 4:16).
Al final, quien anduvo en las manos de Dios ahora puede descansar en sus brazos. Seguimos orando por su familia, seguros de que el Señor estará al lado de cada uno, secando las lágrimas y restaurando el corazón. RA
0 comentarios