Invierno.
Un viento helado hizo que resguarde aún más mi cara dentro del gorro. La nieve circundante aportaba un condimento extra al paisaje frío y desolador de ese febrero. Fue sanador descender por el túnel hacia una de las ciudades subterráneas de Capadocia (Turquía). Sanador y emocionante. El solo hecho de pensar que los fieles adherentes del cristianismo tuvieron que refugiarse allí huyendo de la espada del Imperio Romano renueva el alma. En 1 Pedro 1:1, el apóstol saluda a los expatriados de la dispersión en Capadocia. Allí, los pioneros del cristianismo ejercieron su fe, y muchas veces sellaron con sangre su compromiso con la verdad.
Primavera.
Battle Creek (Michigan, EE. UU.) me saluda bucólica. El cementerio Oak Hill se encuentra desierto a la hora de la siesta de abril. Ni siquiera un guardia de seguridad me da la bienvenida. Cuento con acceso libre para recorrer las tumbas de muchos pioneros adventistas, entre las que se destacan las de Jaime y Elena de White. El silencio invita a la reflexión sobre la vida de aquellos que marcaron nuestro sendero y que establecieron las bases de la Iglesia Adventista.
Otoño.
Ecuador es hermoso en cualquier estación del año, pero si te encuentras en Ambato, a los pies del Tungurahua, en un megaevento de jóvenes Caleb donde se recuerda la historia del incansable pionero Thomas Davis, es más impactante todavía. En aquel mayo, en el marco de la celebración de los 110 años de la llegada del Adventismo a ese país, fue oportuno contagiarse del legado de aquel misionero, predicador y colportor que entregó su tiempo, sus talentos y su vida a fin de comunicar el mensaje de la Biblia. “Aquí, el trabajo en general va hacia adelante”, escribió Davis en la Review and Herald el 13 de enero de 1903.
Verano.
La insoportable humedad y el calor de aquel enero en el memorial Barracas Blancas (en la unión de los arroyos Ensenada y Gómez, cerca de la Universidad Adventista del Plata, Argentina) quedan relegados ante la emocionante entrevista a los descendientes del pionero Reinhardt Hetze. En ese lugar histórico (donde están grabados los nombres de las primeras 47 familias de las provincias de Entre Ríos y Santa Fe que abrazaron el mensaje adventista) se encontraba la casa de la familia Hetze. Fue allí donde se realizaron las primeras reuniones bíblicas adventistas en Sudamérica, a cargo del notable misionero laico Jorge Riffel.
No importa el lugar, ni las estaciones. Las historias están allí… siempre. Están para recordarnos que, antes, alguien hizo algo por la misión de llevar el mensaje de la segunda venida de Jesús. A veces perseguidos; otras, incomprendidos; casi siempre sin recursos, nuestros pioneros de aquí y de allá dieron todo lo que tenían en pos de la causa del evangelio.
Por eso, en este número recordamos la importancia de rememorar la historia. Porque la historia no solo es un devenir de hechos pretéritos. Es un aprendizaje y una motivación pasada para enfrentar con más valor el presente, a fin de catapultarnos hacia un futuro glorioso. RA
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