Comentario Lección 1 – Primer trimestre 2016
Queremos aprovechar esta oportunidad para comentarles cuáles serán los temas de las lecciones de Escuela Sabática para todo 2016. El segundo trimestre tratará sobre el Evangelio de Mateo; el tercer trimestre abordará el tema del papel de la iglesia en la comunidad, y tratará un tema muy importante, una asignatura pendiente que tenemos como iglesia, que es la acción solidaria concreta, efectiva y consuetudinaria que la iglesia debe llevar a cabo en la sociedad como parte de su ser cristiano y su misión; y el cuarto trimestre, escrito por Clifford Goldstein, versará sobre el libro de Job y el sufrimiento.
Pero este trimestre que estamos empezando intenta que pongamos el foco en un tema medular de la Sagrada Escritura que, como dicen varios autores, es una clave hermenéutica (criterios de interpretación) para entender el sentido de la Biblia, como lo es el Gran Conflicto cósmico entre Cristo y Satanás, el bien y el mal, la verdad y el engaño. Si bien este concepto se encuentra presente en toda religión cristiana (como la mayor parte de las doctrinas sustentadas por la Iglesia Adventista, salvo pocas excepciones), nuestra iglesia ha puesto un énfasis especial, en su teología, con respecto a este tema, al punto de que hablamos de una “teología del Gran Conflicto”, como clave para entender en mayor plenitud muchísimas de nuestras doctrinas, incluso las dimensiones del plan de redención.
Con respecto a este tema, hay extremos, como en todas las cosas. Hay cristianos que viven obsesionados con el tema de la intervención diabólica en el mundo, que viven en un estado permanente de paranoia, viendo la mano del maligno en cada pequeña cosa que sucede en su vida y a su alrededor, teniendo miedo de todo y casi sin atreverse a dar un paso por temor de estar topándose con un demonio o la acción demoníaca. Para ellos, pareciera que Satanás es más poderoso que Dios, y suelen concentrar más su mente en su poder e intervención que en la intervención y el poder de Dios. Incluso algunos llegan al extremo del ridículo y aun de lo risueño, achacando a una intervención directa y sobrenatural del enemigo cosas de las cuales ellos mismos son responsables (por ejemplo, algún hermano misionero que padece alguna indigestión, y no puede ir a dar un estudio bíblico por esa causa, y entonces argumenta que el enemigo está ensañado con él y que le impide llevar adelante su misión, cuando en realidad su indisposición es producto de su propia intemperancia. Por supuesto, la intemperancia es, en forma indirecta, un resultado de apartarse del plan de Dios para la salud y, por lo tanto, responde al Gran Conflicto; pero ese hermano debería “dejarlo un poco tranquilo” a Satanás, y asumir su propia responsabilidad en cuanto a su indigestión).
Por otro lado, están los escépticos, secularizados, que creen que Satanás es una figura mitológica inventada por la mente primitiva de los religiosos de antaño (pensamiento mágico), para simbolizar la presencia del mal en el mundo. Nosotros como iglesia no caemos en este extremo, pero sí puede suceder que quizá algunos de nosotros hayamos perdido de vista lo acuciante de esta realidad, y no seamos conscientes de cómo se libra esta batalla paso a paso en nuestra vida, lo que nos lleva a minimizar la trascendencia de nuestras decisiones y de nuestras acciones. Preferimos, entonces, hablar de que lo que necesitamos en la vida cristiana es autodesarrollo, vivir más en armonía con Dios y con nosotros mismos, ser más genuinos, etc., todo lo cual es muy correcto. Solo que si perdemos de vista la visión del Gran Conflicto perdemos de vista el carácter dramático de la historia humana y de nuestra microhistoria personal, y el hecho de que estamos en medio de una batalla, y que tenemos que tomar posición frente a ella y entablar una lucha personal contra el enemigo, munidos de los recursos y el poder que Dios nos da para hacerle frente.
La lección de esta semana nos presenta el origen cósmico de esta batalla que se libra en la Tierra, mostrándonos que nuestra historia se enmarca en algo más amplio que solamente nuestras realidades terrenales. Hay cuestiones en juego que son de carácter universal, y afectan a otros mundos y a otros seres por encima de la humanidad.
Y un tema medular que tenemos que entender, y que es el eje del Gran Conflicto, es el tema de la LIBERTAD.
Les pido que hagamos un ejercicio de abstracción, olvidándonos por un momento de que sabemos que Dios es bueno, que tiene razón en este Gran Conflicto y que finalmente será el vencedor de esta gran guerra cósmica.
Sé que el planteo que voy a hacer a continuación puede resultar inicialmente riesgoso (ténganme paciencia), pero verán que es muy necesario.
¿Era tan descabellado el planteo filosófico de Lucifer, de que para ser plenamente felices las criaturas inteligentes debían ser ABSOLUTAMENTE LIBRES, AUTÓNOMAS, sin tener que rendir cuentas a nadie por su conducta, SALVO A SU PROPIA CONCIENCIA Y VOLUNTAD? ¿No podemos concederle algo de razón? (Por favor, todavía no me apedreen!!).
Tengamos en cuenta que el mal, tal como lo conocemos hoy, A POSTERIORI de la experiencia del pecado y de sus resultados (dolor, sufrimiento, degradación moral), era algo totalmente desconocido por Lucifer y el resto de los ángeles. A Lucifer se le cruzó UNA IDEA por la cabeza: que la verdadera felicidad está en la LIBERTAD ABSOLUTA. Que no se puede ser plenamente feliz mientras esa libertad esté acotada por una AUTORIDAD EXTERNA A UNO MISMO. Que eso sería perder la libertad.
Es decir, Lucifer concibió una idea A PRIORI de la experiencia. Fue, momentáneamente solo una idea. Y cuando uno es un ser inteligente, pensante, se le cruzan IDEAS por la cabeza.
El problema es que esa idea no reconocía el perfecto estado de dicha que hasta allí había tenido. Él sabía POR EXPERIENCIA la dicha inefable que existe en amar a Dios, confiar en él, y vivir alegremente para realizar sus designios y su voluntad.
Esa IDEA –si se quiere, ese planteo filosófico–, vista como un INTERROGANTE, no tiene necesariamente nada de malo en sí misma. Todos los que somos seres pensantes tenemos aún hoy, aun cuando seamos creyentes en Cristo, interrogantes, porque estos son un producto inherente a nuestra capacidad de pensar (y, como diría el ex presidente argentino y gran educador Domingo Faustino Sarmiento, “las ideas no se matan”).
El problema es que no hizo lo que siempre hay que hacer con nuestros interrogantes: remitirlos a Dios, llevarlos a él, consultarle y tratar de ver qué piensa Dios de estos interrogantes. Lamentablemente, lo que en un principio era solo una IDEA, se fue transformando en un SENTIMIENTO, que fue derivando en una UNA ACTITUD MALICIOSA hacia Dios y su autoridad. Se empezó a gestar la envidia, el resentimiento y, sobre todo, la DESCONFIANZA hacia Dios (la antítesis de la FE). Y, no contento con albergar en sí mismo este sentimiento (“de la abundancia del corazón habla la boca”), empezó a compartirlo con otros y a contagiarlos con su RAÍZ DE AMARGURA (Hebreos 12:15), al mismo tiempo que fue creciendo en él el EGOÍSMO, el ORGULLO, la SOBERBIA y el deseo de PODER.
Lucifer, entonces, presentó ante las inteligencias celestiales una NUEVA PROPUESTA DE GOBIERNO, una nueva PLATAFORMA EXISTENCIAL Y MORAL, y logró convencer a muchos (un tercio de los ángeles) de que un Dios que espera obediencia de sus criaturas es un gran dictador cósmico.
Frente a esta abierta rebelión, y frente a esta acusación de tiranía de su parte, ¿cómo podría haber actuado Dios? Si hubiese sido realmente un dictador, habría resuelto muy fácilmente el problema para él, aunque no para sus criaturas (ni las rebeldes ni las fieles): tenía (y tiene) suficiente poder para “borrar de un plumazo” a los rebeldes. Pero un Dios de amor, que REALMENTE RESPETA Y AMA LA LIBERTAD DE SUS CRIATURAS, y que sabe que solo se lo puede amar y servir genuinamente en un clima de ABSOLUTA LIBERTAD, lo que quiso hacer (hasta hoy) es CONVENCER a sus criaturas (a Lucifer y sus ángeles, a los ángeles leales, a los mundos no caídos y, finalmente, a nosotros, los humanos) de que el verdadero camino de la felicidad está en el USO CORRECTO de esa libertad absoluta; en la PLENA CONFIANZA EN ÉL (es lo que llamamos fe) –en su amor, en sus buenas intenciones y en su sabiduría infinita para dirigir nuestras vidas. Y, para convencerlas, debía dejar que HICIERAN EL EXPERIMENTO, que llevaran a cabo lo que Elena de White denomina “el terrible experimento de la rebelión” (El conflicto de los siglos, p. 553, edición 2015); que la rebelión, A POSTERIORI DE LA EXPERIENCIA, demostrara, a través de sus frutos (degradación moral y sufrimiento), POR SÍ MISMA (no como un dictamen arbitrario de Dios), lo PERVERSO DE SU NATURALEZA. Ahora sí, los ángeles (caídos y leales), los mundos que nos rodean, y nosotros mismos, podemos CONOCER QUÉ ES EL MAL, a través de sus resultados, sus consecuencias.
Este terrible experimento, que Dios CON DOLOR tuvo que permitir a lo largo de seis mil años de historia, demuestra que el único camino de la felicidad está en reconocer el DERECHO de Dios a ser el SEÑOR de nuestras vidas, el derecho a REINAR:
“Aun cuando se decidió que Satanás no podría permanecer más tiempo en el cielo, la Sabiduría infinita no lo destruyó. En vista de que sólo un servicio por amor puede ser aceptable ante Dios, la sumisión de sus criaturas debe proceder de una convicción de su justicia y benevolencia. Los habitantes del cielo y de los demás mundos no estaban preparados para comprender la naturaleza o las consecuencias del pecado, ni podrían haber reconocido la justicia y misericordia de Dios en la destrucción de Satanás. De haber sido éste aniquilado inmediatamente, aquéllos habrían servido a Dios por miedo antes que por amor. La influencia del engañador no habría quedado destruida del todo, ni el espíritu de rebelión habría sido extirpado por completo. Se debía permitir que el mal llegase a su madurez. Para el bien del universo entero a través de las edades sin fin, Satanás debía desarrollar más plenamente sus principios, para que todos los seres creados pudiesen ver en su verdadera dimensión los cargos contra el gobierno divino, para que la justicia y la misericordia de Dios y la inmutabilidad de su ley pudiesen quedar para siempre más allá de todo cuestionamiento. La rebelión de Satanás, cual testimonio perpetuo de la naturaleza y de los resultados terribles del pecado, debía servir de lección al universo en todo el curso de las edades futuras. La obra del gobierno de Satanás, sus efectos sobre los hombres y los ángeles, harían patentes los frutos del desprecio de la autoridad divina. Testificarían que de la existencia del gobierno de Dios y de su ley depende el bienestar de todas las criaturas que él ha creado. De este modo la historia del terrible experimento de la rebelión sería para todos los seres santos una salvaguardia eterna destinada a precaverlos de ser engañados con respecto a la naturaleza de la transgresión, y a guardarlos de cometer pecado y de sufrir su consiguiente castigo” (El conflicto de los siglos, pp. 552, 553; los énfasis son míos).
La pregunta es: ¿estamos seguros de que nos hemos desprendido del todo de la sospecha y la desconfianza que Lucifer (luego Satanás) instiló en las mentes de los seres celestiales y luego de Adán y Eva y de gran parte de la humanidad, de que Dios es un gran dictador cósmico, y que en definitiva somos esclavos de él por temor al castigo o porque estamos interesados en sus bendiciones? (ver Job 1). Porque cuando en nuestra predicación, en nuestra enseñanza religiosa, en nuestros discursos, apelamos como motivación para ser fieles a Dios al hecho de que “se nos viene el Juicio”, que “tendremos que rendir cuentas”, que si no Dios nos desampara o seremos condenados en el Juicio Final, lo que estamos haciendo es secundar a Satanás en sus acusaciones sobre el carácter de Dios, y lo único que logramos es formar a un séquito de REBELDES REPRIMIDOS, de ADULADORES OBSECUENTES que pretenden adorar a Dios cuando en realidad están intentando “aplacar la ira de los dioses”, como hacían los pueblos antiguos en relación con sus divinidades producto de su propia imaginación. En nuestra predicación, siempre tenemos que apelar a las motivaciones más puras y genuinas: el amor a Dios, la confianza en él, y nuestro convencimiento de que en su amor y su sabiduría infinitos sabe qué es lo mejor para cada uno de nosotros, y que lo mejor que nos puede pasar en la vida es vivir para hacer su voluntad, que es “santa, y justa, y buena” (ver Rom. 7:12).
Es cierto que habrá un Juicio Final, que alguna vez tendremos que rendir cuentas ante Dios. Pero no debe ser el temor a ese juicio lo que dicte nuestra conducta, sino el amor a Dios. La mayoría de nosotros no somos criminales, pero no porque sabemos que hay leyes civiles y penales que de transgredirlas nos pueden llevar ante un juez y a la cárcel. Lo hacemos porque amamos lo correcto, el bien, y deseamos vivir en paz en medio de la sociedad. Somos conscientes de que hay leyes, jueces y cárceles. Pero no es el temor a esas entidades legales las que nos mueven a tratar de ser buenos ciudadanos, sino nuestro amor al bien. Es más, NOS ALEGRA QUE HAYA LEYES, Y JUECES Y CÁRCELES, porque eso nos protege (idealmente) de la maldad de los criminales. Del mismo modo, los hombres de bien y buena voluntad, NOS ALEGRAMOS EN LA AUTORIDAD DE DIOS, EN SUS LEYES Y EN SU JUICIO FINAL, porque anhelamos un universo de justicia, amor y paz, y casi LE EXIGIMOS a Dios que haga justicia, y nos lleve por fin a esos “cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 Ped. 3:13).
El resto del trimestre veremos cómo se experimentó este Gran Conflicto a lo largo de la historia bíblica, y de ello podremos sacar lecciones que nos fortalezcan en nuestro CONVENCIMIENTO de que los caminos de Dios son los mejores para nuestra vida, que ÉL TIENE RAZÓN cuando espera confianza y obediencia de nuestra parte, y que nos corroboren en nuestra decisión de ponernos de su lado en este Gran Conflicto entre el bien y el mal.
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