LAS PANTALLAS Y LOS NIÑOS

¿Qué están viendo nuestros hijos?

El sabio Salomón, en uno de sus más famosos proverbios, afirmó: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Prov. 22:6). Con el tiempo, no hemos sido sabios en ser intencionales con ese consejo, especialmente cuando de pantallas se trata.

Los niños, al estar en una etapa de desarrollo, absorben información sin cuestionarla. Son esponjas. Y si nosotros, como adultos, muchas veces no cuidamos los contenidos a los que están expuestos o el tiempo de dicha exposición a las pantallas, ellos quedan vulnerables.

A continuación, describo alguno de los efectos asociados con el exceso de exposición a las pantallas. Veamos:

  • Retraso en el desarrollo del lenguaje.
  • Dificultades en la concentración y la atención.
  • Problemas de sueño.
  • Sedentarismo y riesgo de obesidad.
  • Impacto en el desarrollo social y emocional.
  • Dependencia y adicción a las pantallas.
  • Exposición a contenido inapropiado.
  • Disminución del tiempo de juego creativo.
  • Afectación en el rendimiento académico.
  • Menor capacidad de autorregulación emocional.
  • Riesgo de ciberacoso y contacto con desconocidos.
  • Alteraciones en el desarrollo cerebral.
  • Reducción de la interacción familiar.
  • Problemas de postura y fatiga visual.
  • Aumento del estrés y la ansiedad.

¡Los niños están en peligro! Necesitamos ser intencionales en relación con el uso de pantallas, para que cuando Dios nos pregunte: “¿Dónde están los hijos que os confié?”, podamos presentarlos con alegría ya que fueron educados para ser útiles en este mundo y en el venidero.

Por esa razón, quiero compartir algunos de los consejos del plan digital familiar propuesto por la Asociación Española de Pediatría (AEP).

1-La importancia de los primeros años. Los primeros seis años de vida están caracterizados por un intenso desarrollo neurológico. Durante este período, el aprendizaje juega un papel fundamental y se produce principalmente a través de los sentidos, la observación, la imitación y la repetición de conductas, actitudes y lenguaje. Tanto, que la recomendación de la AEP es “cero pantallas hasta los seis años y solo una hora al día entre los seis y los doce años”.

No podemos permitir que nuestros hijos se levanten y lo primero que hagan sea ver la televisión, jugar un videojuego o ver videos en redes sociales mientras están desayunando. No deberíamos usar el celular como forma de calmarlos, mantenerlos ocupados o para que dejen de llorar.

Por eso, siempre que estén consumiendo un contenido (algo que debería evitarse al máximo), debe ser junto con el padre, la madre o el responsable. Debería haber una administración de los dispositivos y los contenidos a los que los niños tienen acceso. Y, sobre todo, debemos comenzar con el propio ejemplo: No podemos decirles que usen menos las pantallas si nosotros no nos despegamos de ellas. Las acciones predican más fuerte que las palabras.

2-La importancia de las elecciones. Entre los siete y los doce años es recomendable que el uso de medios digitales sea limitado y supervisado por un adulto, explicando qué son, para qué sirven, qué cosas pueden ser adecuadas y cuáles nos preocupan, y explicar a nuestro hijo claramente por qué tomamos determinadas decisiones que puedan ser distintas del resto.

Los padres decidirán qué dispositivos pueden usarse, el contenido, y si se conectan en línea, conocer a las personas con las que se relacionan. Todavía no deberían tener acceso a un celular propio ni una cuenta propia en redes sociales. Es especialmente importante asegurarse de que las pantallas no sustituyan hábitos esenciales como la actividad física, el descanso adecuado y otras formas de ocio enriquecedoras.

Imagina cuán normalizado está el tema de las pantallas que cuando ibas leyendo el artículo pensabas: “Brian vive en una realidad paralela, ¡es imposible hacer lo que planteas!” No obstante, durante miles de años los seres humanos fuimos criados sin esa necesidad, simplemente porque no es una necesidad. Solo nos han (o nos hemos) convencido de que lo es. Ahora, tampoco estoy diciendo que debemos negarla: ya es parte del presente; pero sí podemos ser intencionales para instruir al niño en su camino y que no se aparte de él con el paso de los años.

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