¿Cómo batallar contra el sentimiento de culpa?
No siempre es fácil liberarse del sentimiento de culpa, incluso después de haber pedido perdón. Justamente, a veces surgen recuerdos o pensamientos que nos llevan otra vez hacia aquel lugar donde no fuimos nuestra mejor versión. En esos momentos de reminiscencias, la culpa nos molesta y hasta paraliza nuestras buenas intenciones de crecer y ser mejores personas.
Eso es lo que debió haber sentido Zaqueo después de su encuentro con Jesús en Jericó. Él tenía muchas razones para sentirse culpable al mirar su pasado de publicano. Había sido un extorsionador financiero, un sofisticado mentiroso, un arruinador de vidas, un detestado.
Jesús mismo era consciente de que los publicanos eran tenidos en muy baja estima. Cierto día, hablando con sus discípulos, les enseñaba cómo gestionar una crisis entre dos creyentes: “Si tu hermano peca contra ti, ve y muéstrale su falta entre tú y él solo. Si te oye, habrás ganado a tu hermano. Si no te oye, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oye a ellos, dilo a la iglesia. Y si no oye a la iglesia, tenlo por gentil y publicano” (Mat. 18:15-17; énfasis añadido).
Sin necesidad de usar superlativos para describir la condición de su corazón, Lucas nos informa sencillamente que Zaqueo era el jefe de los publicanos (Luc. 19:2). ¿Suficiente? No. Hay más todavía.
Imagínate que estás en las calles de Jericó, esperando ver pasar a Jesús. Estás parado cerca del gran sicómoro que extiende sus ramas sobre el camino. Sabes que es un árbol de mala fama porque da frutos que parecen comestibles, pero que casi no lo son. Por eso, en la región lo llaman “el árbol mentiroso”.
Y a ese árbol se sube Zaqueo.
El simbolismo de la escena era elocuente. Lo que nadie sabía era que el Espíritu de Dios ya había empezado a trabajar en su corazón. Pronto, el único mentiroso sería el árbol.
Jesús sí lo sabía, y sorprendió a Zaqueo al llamarlo por su nombre y tratarlo como a un amigo suyo. “Cuando Jesús llegó a ese lugar, miró hacia arriba y le dijo: ‘Zaqueo, desciende de prisa, porque conviene que hoy me hospede en tu casa’ ” (Luc. 19:5).
Jesús creó una oportunidad para que Zaqueo se sintiera cómodo con él y le abriera su corazón. Después de confesar sus pecados y anunciar su plan de restituir con creces lo robado, Zaqueo oyó del mismo Jesús que la salvación también era para él. Esta verdad le abrió las puertas hacia una vida nueva y libre.
Esta era ahora la verdad sobre Zaqueo, una verdad que solo conocían unos pocos que participaron en esa conversación en su casa. Con el tiempo, otros verían los frutos de su conversión. Pero, si Zaqueo era humano, se veía confrontado diariamente con la culpa por sus pecados pasados.
Es verdad que ahora llevaba dinero a muchos a quienes había robado, pero ¿cómo les devolvía las oportunidades perdidas durante los años sumidos en la pobreza que él había provocado? ¿Cómo resarcía los daños causados por las enfermedades que no se habían podido curar por imposibilidad de acceso a la medicina? ¿Cómo compensaba a los niños no habían podido acceder a la educación? Había cosas que el dinero no podría reparar.
Debió haber sido muy difícil para Zaqueo deshacerse de su sentimiento de culpa, pero su encuentro con Jesús había sembrado una semilla llena de promesas que lo ayudarían a liberarse de ese peso. Así como recordaba sus errores, también recordaba a Jesús, quien le dio la oportunidad de dejar atrás esos errores.
Años más tarde, el apóstol Juan escribiría algo que Zaqueo habrá comprendido en su propia experiencia: “Pero si nuestro corazón nos condena, Dios es mayor que nuestro corazón y conoce todas las cosas” (1 Juan 3:20).
El sentimiento de culpa se alimenta cuando nos miramos a nosotros mismos. Entonces, nuestro corazón nos condena. Pero cuando ponemos nuestro centro de atención en Jesús, nos encontramos con él y traemos a la mente sus palabras, la culpa pierde su fuerza. Como dice la promesa, “[…] conocerán la verdad, y la verdad los libertará” (Juan 8:32).
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