El apóstol Pablo, hablando de la iglesia de Cristo, la compara con el cuerpo humano y sus miembros. La unidad existente entre los miembros del cuerpo representa la unidad que debe existir entre los miembros de la iglesia. La dependencia mutua de los seguidores de Cristo se ilustra por la dependencia de los miembros del cuerpo entre sí. “Si un miembro padece, todos los miembros se conduelen con él. Y si un miembro recibe honra, todos los miembros se gozan con él” (1 Cor. 12:26).
Esta metáfora está llena del más tierno significado para el pueblo de Dios, tanto en su relación con Cristo como entre sí. Así como en el cuerpo natural el sufrimiento de un miembro es reconocido por cada parte del ser, así en la iglesia la debilidad o el dolor de un miembro alcanza a todos los demás con su influencia; y la fuerza de uno es la ganancia de todos.
Hemos sido traídos del mundo para convertirnos en miembros de la iglesia, el cuerpo de Cristo. Hemos de llegar a una perfecta armonía de sentimientos y unidad de fe. No debemos permitir que los defectos naturales de nuestro carácter creen desunión.
Debemos rendir nuestras voluntades a Dios, hasta que cada pensamiento sea llevado a la obediencia a Cristo. Debemos cultivar aquí el espíritu que prevalecerá en el Cielo. “El amor es el cumplimiento de la ley” (Rom. 13:10), y el amor de Jesús en el corazón unirá a su iglesia en lazos de comunión cristiana, como la comunión que existirá en los atrios de lo alto.
En la vida de Jesús poseemos un modelo perfecto para modelar nuestras acciones, y el hecho de que lo representemos tan pobremente debería hacernos humildes y llevarnos a ejercer amor y paciencia hacia otros que puedan equivocarse. Cuando un hermano está en el error, ¡cuántos le dan la espalda y lo abandonan para que siga su mal camino, para que se aparte de Cristo y de la verdad!
Y no sólo lo tratan con negligencia, sino que sus palabras imprudentes y su conducta indiferente lo aceleran en el camino descendente. ¿Es este el Espíritu compasivo de Cristo? ¿No vino Jesús, el Hijo de Dios, a buscar y salvar lo que estaba perdido? ¿No lloró por los que rechazaban su misericordia, y extendió sus manos todo el día hacia un pueblo rebelde? Debemos ser compasivos con nuestros semejantes, porque ellos fueron adquiridos con la sangre de Cristo.
A Cristo le duele nuestra dureza de corazón, nuestra falta de amor y de contrición. Él está lleno de compasión; deberíamos aprender diariamente de él, y poner en práctica sus lecciones de amor, mostrando el tierno espíritu que él manifestó. Cuando veas a uno que se aleja del redil, acércate a él y trata de hacerlo volver.
Con espíritu manso y amoroso, muéstrale que eres su verdadero amigo, y que al hablarle de sus errores te mueve el amor a su alma.
Cristo exige que nos amemos unos a otros. “En esto conocerán todos que ustedes son mis discípulos, si se aman unos a otros” (Juan 13: 35). Y cuando esta paciencia y ternura mutuas sean una realidad entre nosotros, apreciaremos el significado de lo que apóstol dijo para representar a la iglesia de Cristo. “Ustedes pues, son el cuerpo de Cristo, y cada uno de ustedes es parte de él” (1 Cor. 12:27). Extraído y adaptado de “The Relation of Christians to Christ and the Church”, Signs of the Times, 18 de mayo de 1888.
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