Por Aarón A. Menares Pavez
La vida de Elías contiene detalles que pueden enseñarnos un estilo de vida de fe y dependencia. No tenemos muchos detalles sobre su vida; sin embargo, todo lo que hay sobre él se convierte en una gema preciosa para cada uno de los cristianos de nuestros días.
La oración de Elías, simple y sencilla, se convirtió en la manifestación de mayor poder en un momento puntual. Israel había traspasado los límites que Dios le había puesto. Dios aborrece la idolatría: no obstante, el pueblo tenía la tendencia a ella. Lo más probable es que esos años pasados en Egipto hayan hecho mella en sus mentes incluso hasta en esos días. Es difícil abstraerse del entorno, pero nuestras decisiones definirán momentos y situaciones claves. Seremos lo que decidamos ser. El problema de Israel es parecido al nuestro: somos tentados a identificarnos con nuestro entorno. La presión que el entorno ejerce no la podemos evitar, pero podemos confrontarla al estilo de Elías. Egipto fue la escuela; las naciones circundantes a Israel en los días de Elías también ejercían una fuerte influencia.
El otro problema tenía que ver con el liderazgo en el pueblo. El rey se había enamorado de una mujer que trajo con mayor insistencia su cultura y su religión al seno del pueblo de Dios. Otra vez las decisiones traen consecuencias. El liderazgo eclesiástico y el liderazgo en el hogar deben ser orientados sobre la base de los principios que Dios ha dejado en su Palabra. Esto definitivamente se transformará en una defensa contra la influencia poderosa que ejerce el trasfondo cultural y social que en buena parte nos define al momento de tomar decisiones importantes.
Elías estaba solo; al menos, eso era lo que él creía. No obstante, luego se daría cuenta de que siete mil personas al igual que él no se habían inclinado al paganismo (1 Rey. 18:19). Nos parece una actuación valiente la del profeta. Aunque se sentía solo, entendía que la presencia y el poder de Dios no lo abandonarían. El profeta manifiesta en este episodio una plena confianza y dependencia de su Señor.
Imagine la escena: todo el pueblo paganizado, o mejor dicho casi todo el pueblo; sin embargo, aquellos siete mil frente a la totalidad del pueblo eran mínimos, por lo que sus opositores podrían entender que el culto al verdadero Dios ya no tenía razón de ser dentro del pueblo de Israel. Pero Elías conocía a su Dios, era conocedor de los planes y de la voluntad divina que se le manifestaban a él como profeta. Había experimentado la manifestación del poder divino ante sus ojos; sabía que su Dios jamás lo abandonaría.
Permítanme una reflexión en este punto. Nuestro cristianismo tiene que ver con el tipo de relación que tenemos con nuestro Señor. Hay todo tipo de cristianos: hay cristianos de nombre, que sienten alegría al ser identificados como cristianos, pero que en los momentos de tensión y de decisión no tienen la fortaleza necesaria para confrontar y definirse por la verdad, porque no han fortalecido su confianza en el Hacedor de todas las cosas. Hay otros cristianos que están dispuestos y disponibles para ir y avanzar con la seguridad de un pequeño, con la plena seguridad de que no están solos y que además han experimentado el poder de Dios en su vida.
Elías los invita y los llama, con certeza, seguridad y plena confianza en sus convicciones: “¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él” (1 Rey. 18:21). La invitación es grandiosa, osada, valiente. Era uno entre miles –eso creía él, sin contar con los otros siete mil que no se arrodillarían ante Baal. Hombres y mujeres como Elías son los que marcan la diferencia, sobre todo en la lucha intensa que existe contra el pecado y las prácticas que conllevan a la adoración contraria a lo que Dios desea para sus hijos.
Elías no recibe una respuesta a su pregunta, por lo que en su iniciativa propone dos altares, uno para Jehová y otro para Baal (1 Rey. 18:23). El tema de los altares tiene que ver con Dios y la forma que estableció para la adoración. Dios deseaba que entendieran que él era Dios, único y absoluto Dios. El altar les enseñaba de su salvación, de su reconciliación, del plan de salvación. Cada vez que sacrificaban y encendían una ofrenda, observaban la forma en que el Mesías sería ofrecido para rescatar al hombre.
Satanás, en tanto, había imitado la adoración también con altares. Los altares eran puestos en lugares altos, donde los adoradores se deshacían en danzas litúrgicas y demoníacas manifestaciones de autoflagelación, que tenían la intencionalidad de aplacar la ira de los dioses.
Los primeros en hacer el altar fueron los de Baal. Elías les dio a escoger el buey por sacrificar: “Pongan leña, pero no fuego”, les señaló (1 Rey. 18:23). “Luego, clamen y pidan a su dios para que les responda, y haga descender fuego del cielo y consuma la ofrenda”.
¿Cree usted que Satanás no tenía poder para hacer descender fuego del cielo y consumir la ofrenda? Yo creo que sí; de hecho, la profecía nos dice que al final de los días de esta Tierra Satanás realizará engaños tan sorprendentes que hará descender fuego del cielo (Apoc. 13:13). Sucedió que los adoradores de Baal comenzaron a danzar y a manifestar su adoración; pasaron así horas y horas, tanto que Elías se burló de ellos porque su dios no respondía ante tal expresión de bulla y desorden.
Cuando llegó el turno del altar para Jehová, el profeta invitó con autoridad: “Acercaos a mí. Y todo el pueblo se le acercó; y él arregló el altar de Jehová que estaba arruinado” (1 Rey. 18:30). Trajo la ofrenda, puso leña, la bañó con agua tres veces, tanto que esta corría alrededor del altar. Al llegar la hora de los sacrificios de la tarde, Elías oró a Jehová: “Respóndeme, Jehová, respóndeme, para que conozca este pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios, y que tú vuelves a ti el corazón de ellos” (1 Rey. 18:37).
La oración de Elías es una de las más sencillas que podemos encontrar en la Biblia. Su sencillez está llena de confianza y seguridad en el plan de Dios. Elías no tenía otro pensamiento que no fuese que Dios le respondería. Sabía que en la situación en que le había tocado ministrar no había otra opción que no fuera la inminente respuesta de Dios. La expectación seguramente era inmensa; los incrédulos tal vez pensaban que fracasaría la iniciativa del profeta; otros tal vez tenían la misma certeza de él; otros tendrían miedo; pero Dios respondió: hizo descender fuego del cielo, y el fuego consumió toda la ofrenda, la leña, el polvo y lamió el agua (1 Rey. 18:38). Entonces, el pueblo se postró y dijo: “¡Jehová es el Dios, Jehová es el Dios! (1 Rey. 18:39).
Para orar como Elías, hay que tener una relación de íntima comunión personal con Dios; de lo contrario, jamás se podrá vivir una experiencia como la suya. La oración de Elías es un buen ejemplo para los cristianos de nuestros días. Todo el tiempo, los cristianos nos vemos sometidos a tomar decisiones, todas trascendentales para nuestra vida. Las decisiones definirán lo que seremos en lo futuro, tanto en lo que resta en esta vida, como para la eternidad.
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