Relatos de vidas cambiadas gracias a la tarea de voluntarios comprometidos con la misión.
“Yo ya me quemaba toda, sino que mi hijo me vio: el Jeferson fue, que venía del trabajo”.
La que habla es Vicenta Garcés Pilora. Ella vive en Los cuatro caminos, un paraje de Cadialito, a varias decenas de kilómetros de distancia de San Isidro, pueblo que asiste y abastece 54 comunidades a la redonda.
Mira fijo al horizonte, inhala profundo por la nariz, y cuenta cómo se quemó el hombro y el brazo derecho, la espalda y la cintura: “El terremoto nos dejó la casa rota y cortó la luz. Como se puso oscuro, quise prender la lamparita de gasolina, pero se me cayó encima y me prendí fuego. Estaba ardida yo; el Jeferson fue el que me ayudó. Yo ya me quemaba toda, sino que mi hijo me vio: el Jeferson fue, que venía del trabajo”.
El sismo (de 7.81 grados en la Escala de Richter) al que Vicenta se refiere ocurrió en abril de este año; y no solo destruyó la casa de Vicenta: los caminos quedaron intransitables y no pudo bajar a pedir auxilio. Pasó tres días quemada, hasta que se enteró su compadre: “Él me trajo en camioneta. Se me había quedado la ropa pegada, tenía fiebre y no aguantaba ni el colchón”.
Acerca la mano a la venda y dice al borde del llanto: “Me duele tanto”.
En Los cuatro caminos quedaron sin agua potable y estaban sin aprovisionamiento hasta que llegó ayuda de ADRA. A Vicenta la acompaña Ninfa Zambrano, que no la deja sola ni un minuto. Ninfa fue quien buscó al compadre, bajó de las montañas con ella y consiguió medicamentos.
Esta es una de tantas historias de vidas salvadas y transformadas gracias a la labor de la Agencia Adventista de Desarrollo y Recursos Asistenciales (ADRA), que pertenece a la Iglesia Adventista del Séptimo Día.
A través de su red mundial, ADRA ayuda a personas en 130 países, y se distingue del trabajo del departamento de ASA particularmente porque suscribe a principios y normas de acción humanitaria en el ámbito internacional. Esa normativa brinda un marco de referencia jurídico, indicadores de evaluación, y parámetros para las prácticas y la rendición de cuentas de toda agencia humanitaria.
ADRA opera y es motivada por el amor; el amor de Dios es manifestado en los programas implementados, cuando alcanza a los más necesitados independientemente de sus afiliaciones políticas o religiosas, género, raza, edad o etnia. Así, ofrece alivio a quienes más lo necesitan en las siguientes áreas:
- Desarrollo comunitario.
- Seguridad alimentaria.
- Infraestructura.
- Agua y saneamiento.
- Salud y nutrición.
- Gestión de riesgos de emergencias y desastres.
- Derechos de la infancia.
En este artículo, vamos a conocer historias de todos los países hispanos en los que ADRA Sudamérica trabaja para cambiar el mundo, una vida a la vez.
[divider]ECUADOR[/divider]
Gestión de riesgos de emergencias y desastres: Los buenos vecinos
“Don Sandoval me recordó a mi abuelo: vive solo, en el campo, en una casita de madera rodeado de sus gallinas, un perro y sus herramientas de trabajo. El pueblo más cercano está a veinte kilómetros; para llegar hay que recorrer un sendero maltrecho entre las montañas. Él no sale, muy pocas veces ha bajado; se las ingenia para sobrevivir allí”, me dice Wilmar, que me lleva en moto hasta don Sandoval.
–¿Cómo se enteraron de que se le había caído la casa?
–Por doña María, que al otro día del terremoto mandó a su nieto para ver cómo estaba.
Doña María es su vecina. Vive con los hijos a dos kilómetros de distancia.
Carlos Honorio me regala una toronja y se despide agradecido. Lleva un machete en la mano, el kit alimentario en la otra y el torso desnudo para adentro de su finquita. Nos habíamos quedado conversando cuando bajé del camión-todo-terreno que traía ayuda humanitaria de ADRA.
Le pregunté sobre su trabajo, y me contó que se dedicaba a las naranjas, al cacao, a la mandarina. “Y las llevo en carro al pueblo”, dice jugando con el machete.
–¿Cuánto se paga la mandarina? ¿Va por kilo?
–Yo las vendo por bolsa, a 3 las 100.
–¿Las cien?
–…A tres. Tres dólares las cien mandarinas.
Y después dice que las naranjas lo mismo: a tres las cien. Y que el cacao se lo pagan a treinta centavos de dólar la libra.
–Pero lo vendo en baba, seco vale menos.
–¿Menos aún?
Recién busqué la referencia en Internet: la libra de cacao sería algo más de cuatro kilos y medio. Todo ese trabajo, todo ese tiempo, todo ese cacao por treinta centavos.
–Y ¿cómo baja las bolsas al pueblo?
–Pido un carro.
–Te cobran, me imagino.
–Claro: Cinco dólares el viaje.
A Carlos también se le destruyó la casa y se refugió con su familia en lo de su madre, que vive casi a un kilómetro. Está arreglando su casa como puede.
–Que vaya bien, Carlos –atino a decir.
–Que les vaya bien a ustedes, para que sigan ayudando –me responde.
Antes de despedirse, me contó que en la casa de su madre son como treinta: “Pasa que a unos vecinos se les cayó la casa y también les hizo lugar”.
[divider]BOLIVIA[/divider]
Agua y saneamiento: Ya no es un sueño
Irma Huanca Canaviri es una trabajadora múltiple: se dedica a la agricultura, a la ganadería, a las labores de casa y –además– ahora es presidenta del Comité de Agua Potable y Saneamiento (CAPYS) de su comunidad.
Irma vive en Ingavi, municipio de Viacha. Cada día se levanta a las 5 de la mañana y prioriza la preparación de alimentos para su familia. Como no cuenta con agua segura, debe ir al pozo –que no tiene ninguna protección–, sacar agua con su balde y colarla con un precario utensilio de tela. Después de alistar a sus hijos y servir el desayuno, lleva a sus animales a los pastizales, los amarra y los deja allí para poder trabajar la huerta. Por la tarde, los recoge y regresa a su casa para continuar con las tareas de su hogar: lavar la ropa, hacer la limpieza y preparar la cena.
Para Irma, ha sido una gran alegría enterarse de que ADRA implementará proyectos de agua y saneamiento en la región, ya que todas las familias de la zona se abastecen de pozos excavados por ellos mismos; pozos que suelen secarse por dos meses o más y que les hacen sufrir muchísimo.
En una asamblea general de su comunidad, Irma fue elegida presidenta del Comité de Agua Potable y Saneamiento (CAPyS). Ha sido muy valiente al aceptar la responsabilidad ya que, por su intermedio y bajo la dirección de los técnicos de ADRA, se construirá en su comunidad un sistema de abastecimiento de agua segura y domiciliar. Para Irma no es fácil ejercer su responsabilidad, ya que pertenece a una cultura arraigada, donde la mujer y el hombre nacen con roles preestablecidos; algunas personas en su comunidad la discriminan y piensan que por ser mujer no podrá desenvolverse correctamente en su cargo; también debe afrontar problemas familiares ya que su tiempo debe redistribuirse entre su trabajo, su hogar y el desempeño de su función como presidenta del CAPyS.
Hay días en que se apena al pensar que, en pleno siglo XXI, para una mujer sea difícil ejercer un cargo de liderazgo y decisión; pero la fortalece imaginar que se hace realidad su sueño: que cada familia en la comunidad cuente con una pileta de agua en su casa.
Al igual que Irma de Ingavi, hay muchas mujeres esperanzadas en el proyecto, y muy agradecidas a la Cooperación Española y a ADRA por canalizar este financiamiento y ejecutar el proyecto.
[divider]CHILE[/divider]
Derechos de la infancia: Familias de acogida
Camila tiene siete años y cursa el segundo grado de enseñanza básica. Cuando tenía tres años, presentó síntomas de Diaplejía Espástica, una parálisis cerebral que afecta el control del movimiento.
Desde antes de nacer, la vida parecía no sonreírle, pues su padre abandonó a su madre al saber de su embarazo, desligándose de toda responsabilidad. Cuando Camila tenía cuatro años, su madre salió de fiesta –dejándola abandonada en casa–. Durante la noche, los vecinos escucharon los incesantes llantos de la niña, llamaron a la policía, quienes comprobaron que se encontraba sola. Esa noche su madre regresó en estado de ebriedad junto a su nuevo novio, dejando en evidencia que alguien debía tomar medidas para asegurar el bienestar de la pequeña. La madre entregó a Camila a su hermana, quien tomó la responsabilidad de su cuidado. Al acudir a un centro de salud, los funcionarios detectaron la necesidad de intervención profesional debido que la nueva tutora requería asesoría.
Fue entonces cuando el Tribunal de Familia solicitó la intervención de ADRA Chile a través de su programa “Familia de Acogida”, gracias a la colaboración con el Servicio Nacional de Menores (SENAME), para el cuidado adecuado de la niña y su integración como un miembro funcional de la sociedad.
Actualmente, Camila se encuentra recibiendo las atenciones necesarias en un centro de rehabilitación y teniendo el tratamiento adecuado.
Así como Camila, más de dos mil quinientos niños son asistidos anualmente junto con sus familias, para velar que sus derechos básicos no sean vulnerados y puedan disfrutar una niñez digna.
[divider]PARAGUAY[/divider]
Salud y agua: Llegando al Chaco
Huele a tierra. No se escucha el sonido de autos o sirenas, y la tranquilidad que se percibe se complementa con los balidos de las cabras, el cacareo de gallinas, el piar de los pollitos; es un ambiente que se mantiene igual a lo largo de toda la ribera del río Pilcomayo en el Chaco Paraguayo: un lugar ideal para descansar y despejar la mente. Sin embargo, Clara Palavecino nos ayuda a entender mejor.
Ella vive con su madre y su hija en una casa de barro y madera. Es criadora de cabras; nos recibe amablemente y cuenta lo difícil que es cada día: “Hay que caminar al río, casi dos cuadras abajo, en busca de veinte litros de agua para el uso doméstico”.
En su caso, el problema no es solo la distancia para el acceso al agua, sino también la edad. A sus 56 años, ya no tiene la misma vitalidad para cargar tanto peso –y cuesta arriba–. Su hija la ayuda y es un alivio, pero el agua que han obtenido del río no es un agua segura. Las bacterias que la contaminan causan diarrea, infecciones y problemas de salud general.
El ochenta por ciento de las comunidades ribereñas del río Pilcomayo están atravesando la misma situación que la familia de Clara, afectados por enfermedades que pueden prevenirse.
En el marco de la Iniciativa Chaco Trinacional, ADRA Paraguay empezó a realizar trabajos en ocho comunidades criollas e indígenas, a través de la transferencia de soluciones innovadoras y productos funcionales producidos en el país.
“Cuando empezamos a hacer los análisis correspondientes, los resultados mostraron que el agua tenía un grado alto de contaminación con coliformes fecales, coliformes totales y una turbidez de más de 50 UNT”, explicaba Diego Dorigo, coordinador del proyecto.
Clara ahora cuenta con un filtro bacteriológico que les permite a ella y a su familia procesar toda el agua que recoge del río y aun la almacenada por la lluvia. El proyecto, que se inició en las comunidades indígenas Nivacles de Yishinachat y Cacique Sapo, también comprende el análisis de todos los sistemas de abastecimiento y distribución de agua, ya sea en pozos, aljibes, tanques o tajamares.
Con esta iniciativa, también está contemplada la reparación de la infraestructura de almacenaje de agua y la construcción de dos aljibes comunitarios de 16.000 litros.
Además, ADRA brinda charlas en escuelas, iglesias, puestos de salud, y a los vecinos de las comunidades, para que adquieran conocimientos que les permitan potencializar al máximo las posibilidades de purificación del agua y almacenamiento.
Hoy, la vida muchos vecinos tiene la posibilidad de acceder a agua potable en su casa, y se han podido reducir en un 98% las enfermedades diarreicas agudas en más de 3.000 habitantes.
[divider]URUGUAY[/divider]
Centros juveniles: Herramientas para la vida
“Mi nombre es Sebastián Matoso, vivo en el barrio Cerro Norte de la ciudad de Montevideo y tengo veinte años. Actualmente, estoy culminando la educación secundaria en el Instituto Técnico Superior de la zona del Cerro.
“Participé de la propuesta del Centro Juvenil 33 Orientales de ADRA durante dos años. Me inscribí en la propuesta porque me invitaron educadores que realizaban una recorrida por el barrio anotando adolescentes interesados en participar.
“El Centro Juvenil representa para mí un espacio donde no solo realicé talleres, sino también me ayudaron a crecer como persona y a ver el mundo desde otra perspectiva. Conté con apoyo para seguir estudiando; debía materias de tercer año de Liceo, que me estaban impidiendo terminar el Ciclo Básico.
“El Centro Juvenil ayudó a mi familia a entrar en contacto con instituciones en las cuales pudimos realizar trámites importantes para la vida en casa. Pero lo más importante es que siempre estuvieron dispuestos a escucharnos y a estar en esos momentos que por ahí nos encontrábamos con mayor necesidad.
“Siento que, para el barrio, el Centro Juvenil es un espacio sumamente necesario. Un montón de amigos, compañeros y conocidos han pasado por él. Muchos de ellos podrían haber terminado en cosas muy malas de no haber pasado por el espacio, y haber sido aconsejados y apoyados por el equipo que trabaja ahí. Considero que es sumamente positivo que existan centros juveniles y que puedan mostrar otra perspectiva a los adolescentes del barrio.
“El Centro Juvenil al que fui me dejó herramientas, me enseñó a pensar que tengo potencial, y que con dedicación y esfuerzo puedo salir adelante. Agradezco mucho la posibilidad que me brindaron: permitirme participar de los talleres de inserción laboral me ayudó a aprender cosas útiles para buscar trabajo.
“Por uno de los funcionarios del Centro Juvenil conocí a la Iglesia Adventista. El 4 de abril de 2015 decidí entregar mi vida a Jesús nuevamente (ya que antes me había bautizado, pero había abandonado la iglesia) y me bauticé en la Iglesia de Las Acacias (Montevideo), a la cual concurro de manera regular”.
[divider]ARGENTINA[/divider]
Seguridad alimentaria y Desarrollo comunitario: Las madres
Se tapa la boca y ríe. Ahora todas se ríen: Griselda, su hermana, la tía, tres vecinas y sus hijas. Niños descalzos corretean, chanchos que se chocan entre sí, y la risa nos acerca.
Griselda no se llama así; así la llaman los extranjeros. Tampoco me dice su nombre en wichí (que es dificilísimo de hablar). Quizá yo no iba a lograr pronunciarlo, y ella evita mi vergüenza. Ya hice varios intentos infructuosos para saludar e improvisé mal una presentación en su idioma. “Griselda, me llamo”, dice tomando la iniciativa en español.
Las oko (madres) wichí me invitan a la huerta comunitaria que prepararon en el marco del proyecto de Desarrollo Comunitario y Seguridad Alimentaria que ADRA Argentina implementa en la región. Esta iniciativa respeta sus conocimientos y les brinda soporte técnico.
En la primera cosecha de la temporada, recogen zapallo. Al maíz aún le quedan un par de días. La emoción se refleja en sus miradas. No fue nada sencillo llegar a este momento. La pobreza y la desigualdad han robado la ilusión de pobladores originarios en muchos países latinoamericanos. En el norte de la Argentina, miles de hectáreas continúan siendo deforestadas.
Debido a esto, comunidades cazadoras y recolectoras como eran los pueblos originarios qom, pilagá y wichí, ahora corren peligro: arrinconados en las peores parcelas del territorio que han poblado ancestralmente, la esperanza de vida recae en las manos de madres y niños; tantos de ellos hambreados.
“Todavía nos dicen matacos. Incluso lo he visto en sus manuales escolares: hablan de nosotros, y nos dicen aborígenes matacos. ¿Vos sabés lo que significa?”, pregunta Griselda, sin odio. “Perro sucio”, me dice sin más. “Mataco es perro de poca importancia. Y ab-origen es: sin origen. Podríamos pensar, entonces, que nos llaman bastardos perros sucios”.
Y, si no fuera así, el trato que ha recibido el pueblo wichí a lo largo de la historia no deja dudas. Pero las oko trabajan la tierra junto al equipo de ADRA Argentina en el lugar, para producir sus propios alimentos, y no se dan por vencidas. En un territorio aislado y duro como es El Impenetrable, llevar a cabo esta labor es una tarea épica: desmalezar, cercar, sembrar, abonar y abastecer de agua los plantíos son solo algunas de las tareas que realizan. Además, deben cuidar las huertas de insectos, roedores y reptiles que atentan a diario. Recientemente, se sumaron ladrones a la lista de preocupaciones.
Para las mujeres wichí, es una lucha doble: mantienen con vida a la tribu, pero quedan fuera de las reuniones en las que los hombres hablan con otros criollos y toman las decisiones más importantes para la comunidad. Además, resisten a las prácticas de agricultura tóxicas y nefastas que implementan empresas en las haciendas colindantes.
Con el apoyo de ADRA, se revalorizan sus conocimientos ancestrales y la comunidad sigue de pie. Las oko siembran esperanza.
A través de sus proyectos de medios de vida sostenibles, ADRA Argentina acompaña a 276 familias de siete comunidades wichí de la provincia de Salta, para encontrar una respuesta integral al reto de la pobreza extrema. Desarrolla mercados locales, fortalece el manejo de recursos naturales y capacita a jóvenes indígenas. Además, promueve la organización de pequeños productores y las alianzas con los Gobiernos locales para el desarrollo de acciones sostenibles y el fortalecimiento de las redes locales; poniendo en valor los modelos y los conocimientos culturales, como también los recursos naturales del pueblo wichí.
[divider]PERÚ[/divider]
Desarrollo comunitario y finanzas: Bancos comunales llenos de esperanza
Lean con atención el siguiente testimonio.
“Cerca del lugar en el que vivimos, hay una loza deportiva y juegan fútbol, y eso me dio la idea de emprender un negocio. Necesitaba trabajar y capital para ayudar en casa. Busqué varias entidades financieras y no tenía quien me saliera de garantía, pero no me desanimé, y un día puse mi mesa como pizarra y escribí: Tenemos gelatinas, gaseosas, cebada y chupetes, y comencé a vender.
“Una tarde, alguien tocó a mi puerta: era la señora Dora –una vecina–, y me preguntó: ¿Te gustaría pertenecer a ADRA Perú? Luego, me comentó que es una agencia que estaba brindando créditos y capacitaciones para aquellas mujeres que tienen pequeños negocios. Cuando escuché la noticia, me animé pero a la vez tenía miedo de que no me dieran el préstamo. De todos modos, presentía que algo bueno estaba por suceder.
“Presenté los documentos que me solicitaban: fue algo simple y sencillo. Tuvimos nuestra primera reunión y conocí a la Ejecutiva de Créditos, quien nos brindó charlas, nos capacitó y en pocos días me aprobaron el préstamo. Así, formamos nuestra Asociación Comunal llamada Inspiración al éxito. Con el dinero, logré conseguir mi impresora de fotos y una pizarra de anuncios.
“Mi negocio crecía y nos llenaba de alegría, pero ocurrió algo inesperado: mi esposo tuvo un accidente muy grave. Sufrió un accidente en su vieja moto, contra un camión, y se molió los huesos de la pierna. Los médicos hacían lo imposible para no amputársela. Luego, la salud de mi hijo también se complicó, y –encima– era responsable en los pagos del préstamo que me había otorgado ADRA Perú. No quería defraudar a mi Asociación Comunal, pero estaba realmente complicada. Sé que mis compañeras oraban por la salud de mi esposo y por mí, y ello me daba fuerzas; de alguna manera, nos unía como familia. Gracias a las oraciones, mi esposo se recuperó luego de seis meses.
“Han pasado algunos años. Actualmente, soy Presidenta del Banco Comunal. Gracias al crédito que ADRA me otorga, tengo una nueva moto, una computadora y una impresora.
“Además, abrí una tienda de disfraces y realizo trabajos de impresiones. ADRA Perú me sigue capacitando y nos motiva a ahorrar. Esto es lo más lindo que me pasó en mi vida; ahora muchas entidades vienen a ofrecernos créditos, porque se dan cuenta de que somos mujeres responsables”.
El portafolio de Microfinanzas de ADRA Perú, actualmente, cuenta con más de 18 mil clientes emprendedores de escasos recursos, localizados en 9 departamentos del Perú. Maneja una cartera crediticia de 5,8 millones de dólares al año, y poco más de 1.000 Asociaciones Comunales organizadas, como las de Edith Vivanco.
Una Asociación Comunal es un grupo de 20 mujeres en promedio que reciben un préstamo colectivo de ADRA Perú, lo distribuyen entre cada socia y recuperan internamente, con el propósito de mejorar su actividad económica, lo que resulta en mejora de las condiciones de vida de sus familias y la comunidad. Además del préstamo, son capacitadas en temas como: gestión empresarial, educación financiera, salud, autoestima, liderazgo, fortalecimiento familiar, derechos de la mujer.RA
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