Un recuerdo emotivo que brinda una notable lección.
El factor más importante para el desarrollo sano del psiquismo es experimentar al menos un vínculo de amor incondicional y profunda valoración, manteniendo un inquebrantable lazo afectivo con otro ser humano.
Este tipo de relación provee una red segura que sostendrá en las caídas y prevendrá heridas graves para el sistema psicoemocional. No elimina el sufrimiento ni evitará el dolor, pero nutre la aceptación personal y la autoconfianza, que son imprescindibles para crecer a través de los desafíos del vivir.
El amor incondicional es la mirada comprensiva, la escucha activa, la disponibilidad afectiva, así como el incansable esfuerzo por favorecer al mejor desarrollo del ser amado. No es abusivo ni amenaza con terminarse; tampoco es permisivo ni negligente.
Frecuentemente, la confusión entre amar incondicionalmente y la permisividad se encuentra en la base del debilitamiento psicoemocional y social de las personas. Amar sin enseñar límites coherentes ni valores, o sin el esfuerzo de entender y respetar quién es el otro –y reconociendo sus características únicas–, genera un peligroso empobrecimiento de las facultades imprescindibles para tolerar frustraciones al enfrentar desafíos cotidianos.
Los niños intensamente sobreprotegidos, así como los maltratados o abusados, resultan con similitudes en su salud mental. Básicamente, porque no son concebidos ni tratados como seres autónomos, capaces, y con necesidades particulares que deben atenderse con empatía e inteligencia emocional.
En el extremo opuesto, se encuentran aquellos vínculos basados en un amor condicionado, exigente y concebido como una actividad mercantil o de negociación: te amo si cumples con ciertas expectativas que tengo sobre ti, si me das lo que necesito, si nutres mi vanidad, si me obedeces ciegamente, si te dejas controlar, si reproduces y perpetúas únicamente mis creencias.
Se requiere madurez, esfuerzo y tiempo para reconocer cabalmente qué tipo de amor y vínculos han nutrido nuestra vida, y cuáles son los que estamos desarrollando. Resulta un desafío difícil aprender a amar incondicionalmente cuando nosotros mismos no fuimos amados así.
Amar incondicionalmente no significa justificar, avalar o defender ciegamente; más bien, significa sufrir frente al error o la caída del amado, con la disponibilidad para acompañar a atravesarlo. Finalmente, el amor incondicional se deleita en el pleno desarrollo de la persona amada, con sus peculiaridades, decisiones y elecciones.
Mi querido padre, don Luis Sicalo, quien falleció hace exactamente tres meses, fue mi primera y mayor fuente de amor incondicional. El poeta alemán Johann Goethe escribió: “Trata a un hombre tal como es, y seguirá siendo lo que es; trátalo como puede y debe ser, y se convertirá en lo que puede y debe ser”. Hermosa frase que describe lo que, en mi entender, es la mejor herencia que un padre puede dejar: ese equilibrio tan complejo y maravilloso de amar incondicionalmente y animar, sobre la base de ese amor, al constante crecimiento fructífero.
Goethe también escribió: “No basta saber, se debe también aplicar. No es suficiente querer, se debe también hacer”. El amor incondicional no es solo de palabra, sino además se observa en la acción y en conductas.
En el libro de Proverbios se dice que “el padre del hijo bueno y sabio tiene razón para estar feliz y orgulloso” (Prov. 23:24, DHH). El amor incondicional que recibí durante la vida de mi padre me impulsó a desear verlo feliz y satisfecho a través de mi propio desarrollo personal. No para sentirme aceptada (profundamente sabía que eso estaba seguro), sino para ver ese brillo único en sus ojos al disfrutar de mis esfuerzos, logros y sueños cumplidos. Nadie nunca me mirará como me miraba mi padre, aun en mis peores momentos. Esa mirada única se fue con él, pero quedó grabada en mi vida.
Anhelo diariamente y me esfuerzo en seguir creciendo para honra de mi querido “viejo”, quien, a través de su maravillosa herencia de amor incondicional humano, me acercó más a la experiencia del amor incondicional divino.
Gracias por eso, papá. ¡Hasta pronto!
Que lindo artículo colega! Te abrazo en el recuerdo de tu papá, un ser tan especial, amoroso, compasivo, con una mirada que rebosaba ternura, que sin dudas sigue brillando en la mirada de quienes lo disfrutaron, en el corazón de sus amados. Abrazo inmenso!
Hermosa descripción del viejito, gracias por compartirla, concuerdo totalmente. Abrazo!
Tengo lágrimas en mis ojos y un nudo en mi garganta. Es evidente que Dios te ha dado el don de expresarte por medio de la palabra escrita. Que lindo homenaje a tu “viejo”. Gracias por compartir.
Gracias Ángela por leer con tanto compromiso afectivo y tu generoso comentario. Lectores así nos animan a seguir compartiendo.
Qué bella experiencia con tu padre…aunq la mia fue distimta amo y extraño a mi papito q ya se fue tbn
Gracias Marilú por tu comentario.