LA HONESTIDAD, EL MEJOR CURSO DE ACCIÓN

22/09/2025

Día 7 | Semana de oración «Rumbo a las estrellas».

Se ha dicho que la honestidad es el mejor curso de acción. Y en ninguna parte esto es más cierto que en cuestiones de fe.

Recién liberados del cautiverio egipcio, los hijos de Israel aceptaron de buena gana una relación de pacto con Dios. Era un pueblo lleno de esperanza y expectativa, que encontró a Dios en el desierto.

Después de enterarse que Dios deseaba que fueran su «especial tesoro sobre todos los pueblos», «un reino de sacerdotes y gente santa», Israel aceptó con entusiasmo lo que Dios les proponía (Éx. 19:5, 6). «Haremos todo lo que Jehová ha dicho»,
declararon (vers. 8). Sin embargo, apenas seis semanas después, los compatriotas de Moisés, liderados por su hermano Aarón – el sumo sacerdote–, construyeron un becerro de oro y se dedicaron a la degradante idolatría. «Se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a regocijarse» (Éx. 32:6). Tan disgustado estaba Moisés con lo que presenció mientras descendía del Sinaí, que «arrojó de sus manos las tablas, y las quebró al pie del monte» (Éx. 32:19).

Su problema no era la falta de sinceridad o de buena voluntad. Simplemente se encontraron con el mismo dilema que describió Pablo: «No hago lo que quiero, sino lo que detesto, eso hago» (Rom. 7:15). Lo que los hijos de Israel necesitaban
era honestidad. Poder admitir que eran incapaces de hacer lo que Dios les había pedido. Eso les habría evitado una serie casi incesante de fracasos y sufrimientos.

No había manera de que este grupo de exesclavos, no acostumbrados a la libertad o la autodeterminación, y rodeados durante generaciones por un paganismo atroz, pudieran por sí mismos hacer lo que Dios les pedía. Esa es precisamente la situación actual del pueblo de Dios. La cuestión no es si Dios desea o no que su pueblo lo ame y le obedezca. La pregunta es, ¿cómo puede hacerse esto realidad?

LA CLAVE

Muchos se han desanimado por su propia incapacidad de vivir con integridad ante Dios. A menudo concluyen que nunca aprenderán el secreto del cristianismo auténtico. Lo primero que necesita entender un seguidor de Jesús es su propia debilidad y lo segundo es lo que Dios promete hacer por medio de esa debilidad.

La verdad es que Dios no puede salvar a quienes se creen fuertes. Esa es la razón por la que Pablo escribió: «El que piensa estar firme, mire que no caiga» (1 Cor. 10:12). Como dijo el profeta: «“Todas nuestras justicias [son] como trapos de inmundicia» (Isa. 64:6).

Sin embargo, a cada pecador injusto, Dios le dice: «Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad» (2 Cor. 12:9). La clave de una vida cristiana exitosa es aprender a depender de la fuerza de Cristo. Dios no pide que sus hijos hagan grandes cosas, sino que le entreguen sus vidas para que él pueda hacer grandes cosas en sus vidas.

Ese pensamiento se expresa repetidamente en el libro de Filipenses: «Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra la perfeccionará hasta el día de Jesucristo» (Fil. 1:6). Aquel que comienza la obra de salvación en la vida del pecador promete continuar esa obra hasta el día en que Jesús regrese. «Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad» (Fil. 2:13).

A los mismos creyentes, Pablo expresa el deseo de «ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que se basa en la Ley, sino la que se adquiere por la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios y se basa en la fe» (Fil. 3:9). Pablo explica a la iglesia en Filipos que Dios desea que sus hijos le permitan vivir su vida en ellos. Al rendir sus vidas a Dios, los pecadores reciben la propia justicia de Cristo.

Cuando el Espíritu Santo habita en una persona, lleva al creyente hacia Cristo y su justicia. Jesús promete vivir en los corazones de sus seguidores. Como lo expresa Gálatas 2:20: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí». Pablo explicó a la iglesia de Colosas que el misterio del evangelio es: «Cristo en vosotros, esperanza de gloria» (Col. 1:27).

Jesús expresó el mismo pensamiento cuando explicó que la relación con sus discípulos era similar a la conexión entre una vid y sus pámpanos. «Permaneced en mí, y yo en vosotros –dijo Jesús–. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí» (Juan 15:4).

Aquel que comienza la obra de salvación en la vida del pecador promete continuar esa obra hasta el día en que Jesús regrese.

VIVOS EN CRISTO

Cada día, los hijos de Dios tienen la oportunidad de rendirse a él. «El alma que se entrega a Cristo llega a ser una fortaleza suya, que él sostiene en un mundo en rebelión, y no quiere que otra autoridad sea conocida en ella sino la suya. Un alma así guardada en posesión por los agentes celestiales es inexpugnable para los ataques de Satanás».1

«¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerlo, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte o sea de la obediencia para justicia?» (Rom. 6:16). «Toda verdadera obediencia proviene del corazón. La de Cristo procedía del corazón. Y si nosotros consentimos, se identificará de tal manera con nuestros pensamientos y fines, amoldará de tal manera nuestro corazón y mente en conformidad con su voluntad, que cuando le obedezcamos estaremos tan solo ejecutando nuestros propios impulsos. La voluntad, refinada y santificada, hallará su más alto deleite en servirle. Cuando conozcamos a Dios como es nuestro privilegio conocerle, nuestra vida será una vida de continua obediencia. Si apreciamos el carácter de Cristo y tenemos comunión con Dios, el pecado llegará a sernos odioso».2

Como lo expresó una vez el teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer: «Cuando Cristo llama a un hombre, le ofrece venir y morir».3 Morir a la vida vieja permite que Jesús nos vuelva a crear a su propia imagen. Sin duda, habrá momentos de decepción a medida que aprendamos a rendirnos más plenamente a él. Si somos honestos con nosotros mismos, admitiremos que no estamos a la altura de lo que se requiere de nosotros. Pero esa misma honestidad reconocerá que Dios puede hacer todo lo necesario para justificarnos y santificarnos, incluso a los más débiles. Cuando nos entregamos a Jesús, podemos mirar con confianza ese gran día en que los redimidos dirán: «¡He aquí, este es nuestro Dios! Le hemos esperado, y nos salvará. ¡Este es Jehová, a quien hemos esperado! Nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación» (Isa. 25:9).

«¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!» (Apoc. 22:20).

___________

Autor: John Bradshaw, pastor y presidente de It Is Written (Escrito está), un ministerio de medios de evangelización con sede en Collegedale (Tennessee, EE. UU.).

1 Elena White, El Deseado de todas las gentes (Mountain View, Calif.: Pacific Press Pub. Assn., 1955), p. 291.
2 Ibíd. p. 621.
3 Deitrich Bonhoeffer, The Cost of Discipleship (New York, N.Y.: Touchstone; First Edition, 1995), p. 99.

Todos los temas de la semana de oración en lecturas | Adventist Review | Septiembre 2025

Día 1: https://revistaadventista.editorialaces.com/la-esperanza-de-los-siglos/

Día 2:https://revistaadventista.editorialaces.com/solo-tengo-tus-manos/

Día 3:https://revistaadventista.editorialaces.com/la-mision/

Día 4: https://revistaadventista.editorialaces.com/la-larga-espera/

Día 5: https://revistaadventista.editorialaces.com/ocupados/

Día 6: https://revistaadventista.editorialaces.com/protejamos-lo-mas-importante/

Día 7: https://revistaadventista.editorialaces.com/la-honestidad-el-mejor-curso-de-accion/

Día 8: https://revistaadventista.editorialaces.com/mas-alla-de-la-segunda-venida/

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