Dios hecho hombre y viviendo entre nosotros.
Tan pronto como el pecado entró en el mundo, Dios reveló que aparecería un Salvador. En Génesis 3:15, se lee: “Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y el Descendiente de ella. Tú le herirás el talón, pero él te aplastará la cabeza”. El Salvador nacería de una mujer y sería un representante de la raza humana.
Verdaderamente humano
Esta promesa se cumplió. Pablo afirma que, cuando llegó el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer (Gál 4:4). Y en otra parte, escribió que, aunque Cristo era de condición divina, no se aferró a esto, sino que se despojó de sí mismo, tomó la condición de siervo y se hizo semejante a los hombres. Además, fue obediente hasta su muerte en la Cruz (Fil. 2:6-8). Jesús manifestado en la carne forma parte de lo que la Biblia llama “misterio de la piedad” (1 Tim. 3:16). Juan expresa la misma verdad cuando afirma que, aunque “el Verbo era Dios”, igual al Padre, “se hizo carne, y habitó entre nosotros” (Juan 1:1, 14).
En los textos anteriores, el término “carne” indica que el Hijo asumió la naturaleza humana. Y ya en esos días había “falsos profetas” que negaban la encarnación de Cristo, y el apóstol afirmó que “todo espíritu que no confiesa que Jesús ha venido en carne, no es de Dios; este es del anticristo, que han oído que ha de venir y que ahora ya está en el mundo” (1 Juan 4:3).
Debe aclararse que, aunque Jesús veló su divinidad con la humanidad, nunca perdió su divinidad. Sin embargo, jamás la usó para ayudarse a sí mismo.
Nuestras mismas características
Cuando Cristo se encarnó, tomó verdaderamente nuestra naturaleza humana. Igual que nosotros, su cuerpo era de “carne y sangre” (Heb. 2:14). De niño, “crecía, se fortalecía y se llenaba de sabiduría” (Luc. 2:40, 52). Después de un período de ayuno, “tuvo hambre” (Mat. 4:2), y luego de trabajar todo el día llegó a tener tanto sueño que se durmió aun en medio de una gran tormenta (Mat. 8:24). En Juan 4:6 se lee que “Jesús, cansado del camino, se sentó junto al pozo”.
Las personas veían a Jesús como un hombre. Juan el Bautista se refirió a él como “un varón” (Juan 1:30). Pilato dijo: “¡Aquí está el hombre!” (Juan 19:5). Y Pablo declaró que “hay un solo Dios, y un solo Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”
(1 Tim. 2:5). De hecho, muchas veces el propio Jesús se llamó a sí mismo “el Hijo del Hombre” (Mat. 8:20), para indicar que por medio de su encarnación se volvió uno más de la raza humana.
Como humano, Jesús experimentó sentimientos de tristeza, dolor e instinto de superviviencia: “En los días de su vida terrenal, Cristo ofreció ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que lo podía librar de la muerte; y fue oído por su reverente sumisión” (Heb. 5:7). “Ahora mi corazón está turbado. ¿Diré: ‘Padre, sálvame de esta hora’? No. Para esto mismo he llegado a esta hora” (Juan 12:27). Finalmente, experimentó lo más humano que podría experimentar: murió (Juan 19:30). Sin embargo, al tercer día resucitó, no como un espíritu, sino con un cuerpo humano glorificado (Luc. 24:
36-43; Col. 2:9).
¿Por qué era necesario que Jesús se hiciera humano?
Se pueden mencionar varias razones:
(1) Para revelar ante los hombres el carácter amoroso de Dios, el cual había sido tergiversado por Satanás al inicio del Gran Conflicto (Juan 14:8, 9); (2) Para morir en nuestro lugar, de tal manera que –gracias a su muerte sustitutiva– los pecadores ya no tenemos que morir la muerte eterna (Rom. 3:21-26); (3) Para ser nuestro Representante en el Santuario celestial (Heb. 2:18, 19; 4:14-16); (4) Para destruir con su muerte y su resurrección el reino de Satanás (1 Juan 3:8); (5) Para ser nuestro Ejemplo y enseñarnos a vivir una vida de dependencia de Dios (1 Pedro 2:21; 1 Juan 2:6).
Al respecto, Elena de White escribió: “Debía venir como miembro de la familia humana y presentarse como un hombre ante el Cielo y la Tierra. Había venido a tomar el lugar del hombre, a comprometerse en favor del hombre, a pagar la deuda que los pecadores debían. Tenía que vivir una vida pura sobre la Tierra, y mostrar que Satanás había dicho una falsedad cuando afirmó que la familia humana le pertenecía a él para siempre, y que Dios no podía arrancarle a los hombres de sus manos” (Mensajes selectos, t. 3, p. 143).
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