LA BIBLIA Y LA TRADICIÓN (2)

17/03/2025

La relación entre las creencias farisaicas y la Iglesia Católica.

Las Escrituras están por encima de cualquier tradición humana, por más piadosa que esta parezca.

Por eso, se debe observar el sorprendente parecido que existe entre el concepto de Revelación que tenían los fariseos en los días de Cristo y la doctrina católica romana de la Tradición. El fariseísmo afirmaba la existencia de una ley escrita y una oral, ambas provenientes del Sinaí. Según ellos, la ley oral había sido revelada a Moisés junto con la Torá escrita; esta ley oral había sido utilizada para interpretar la Torá durante todas las generaciones anteriores y, en virtud de su doble conocimiento, ellos eran los portavoces legítimos de su Tradición. Esta creencia está registrada en la Misná (una colección escrita de las antiguas tradiciones judías), y afirma que “Moisés recibió la Torá del Sinaí y la transmitió a Josué, Josué a los ancianos, los ancianos a los profetas, los profetas la transmitieron a los hombres de la gran sinagoga” (Avot 1.1).

Sin duda, la postura de la Misná buscaba justificar el carácter sagrado de la Tradición, atribuyéndole un origen divino, aunque es un hecho reconocido que muchas de las tradiciones del tiempo de Jesús tuvieron su origen en las enseñanzas de los rabinos Hillel (70 a.C. – 10 d.C.), y Shamai (50 a.C. – 30 d.C.), a quienes los judíos reconocen como los padres fundadores del judaísmo.

El Nuevo Testamento llama a la Tradición oral “la tradición de los ancianos” (Mat. 15:2) o “la tradición de los padres” (Gál. 1:14). Para los líderes religiosos y sus seguidores, estas leyes no escritas eran consideradas tan obligatorias como la Torá escrita, aunque en la práctica la Tradición oral era más importante que aquella. Sin embargo, lo más interesante en este punto es observar la actitud de Cristo frente a estas tradiciones de sus días. Si bien tenía respeto por ciertas enseñanzas de los fariseos (Mat. 23:1-3), Jesús nunca se sometió a tradiciones que iban contra la Palabra de Dios, sino que las condenó abiertamente llamándolas “mandamientos de hombres” (Mat. 15:9). Un ejemplo de esto aparece cuando los fariseos criticaron a los discípulos por no realizar el lavamiento ritual de las manos (Mat. 15:1, 2; Mar. 7:1, 2, 5).

Para Jesús y sus discípulos, esta tradición carecía de una base bíblica explicita y por eso no la practicaban. Jesús no explicó la conducta de sus discípulos, pero criticó la aparente “piedad” de los fariseos, a quienes acusó de quebrantar “el mandamiento de Dios” en nombre de su “tradición” (Mat. 15:3; Mar. 7:8). Y, para ilustrar esto, se refirió a cómo otra de sus tradiciones tergiversaba la voluntad divina. El mandamiento “honra a tu padre y a tu madre” no solo implicaba que los hijos debían respetarlos, sino también velar por la satisfacción de sus necesidades físicas y financieras. Pero, los líderes religiosos enseñaban que, si el hijo decía que esos recursos eran algo dedicado al uso sagrado del Templo, entonces ya no estaba obligado a dar nada a los padres de esos recursos consagrados (Mat. 15:4-6; Mar. 7:11-13).

De esa forma, los fariseos enseñaban que los hijos podían eludir la responsabilidad para con sus padres, al cumplir supuestamente “un voto mayor” a la expresa orden de Dios dada en el Decálogo. Por hacer esto, Jesús los acusó de invalidar “el mandamiento de Dios” (Mat. 15:4-6), y les recordó que una adoración que antepone las tradiciones humanas por encima de la Palabra de Dios no tiene ningún valor ante el Cielo: “En vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres” (Mat. 15:7-9; Mar. 7:6-9).

En armonía con lo anterior, es un hecho que la Iglesia Católica tiene el mismo error del judaísmo de los días de Cristo: colocar las tradiciones en el mismo nivel que la Escritura, y en la práctica por encima de ella. Sin la Tradición no podría sostener enseñanzas y prácticas como el purgatorio, la misa, el sacerdocio, la transubstanciación, oraciones por los muertos, la veneración a la Virgen María, el uso de imágenes, el agua bendita, el rosario, el celibato de los sacerdotes, el papado mismo, y muchas otras cosas.

En contraste, los creyentes deben sopesar a la luz de la Escritura cualquier enseñanza humana, sin importar cuán piadosa o sofisticada parezca, y rechazarla si no se ajusta a la Palabra de Dios, pues Jesús mostró que la Escritura es superior a cualquier tradición humana. Al respecto, Elena de White nos recuerda: “Pero Dios tendrá en la Tierra un pueblo que sostendrá la Biblia y la Biblia sola como piedra de toque de todas las doctrinas y base de todas las reformas. Ni las opiniones de los sabios, ni las deducciones de la ciencia, ni los credos o las decisiones de concilios tan numerosos y discordantes como lo son las iglesias que representan, ni la voz de las mayorías, nada de esto, ni en conjunto ni en parte, debe ser considerado como evidencia en favor o en contra de cualquier punto de fe religiosa. Antes de aceptar cualquier doctrina o precepto, debemos cerciorarnos de si los autoriza un categórico ‘Así dice Jehová’ ” (El conflicto de los siglos, p. 653).

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