¿Hay autorización para sostener creencias paralelas a la Escritura?
En el Catecismo de la Iglesia Católica se afirma que Cristo ordenó a los apóstoles predicar el evangelio, y para que este permaneciera vivo los apóstoles nombraron como sus sucesores a los obispos, quienes quedaron a cargo del Magisterio. Así, se esperaba que la predicación se conservara por transmisión continua. A esta “transmisión viva”, la teología romana llama “Tradición”, y se afirma que —aunque es distinta de la Sagrada Escritura— está estrechamente ligada a ella y están en el mismo nivel de autoridad.
Así, el Magisterio usa como medios que transmiten esta tradición los escritos de los padres de la iglesia griegos y latinos, de los doctores de la iglesia, la colección de pronunciamientos de los concilios eclesiásticos, y hasta las prácticas que se han inventado a lo largo del tiempo.
Ahora bien, la Iglesia Católica afirma que si coloca la Tradición en el mismo nivel de las Escrituras es porque lo autoriza el Nuevo Testamento en supuestos versículos que instan a los creyentes a permanecer fieles a las tradiciones. Veamos.
¿Qué dice el Nuevo Testamento sobre las tradiciones?
En 1 Corintios 11:2, se lee: “Los alabo, hermanos, que en todo se acuerdan de mí, y retienen las instrucciones, tal como se las entregué”. Y en 2 Tesalonicenses 2:15 se afirma: “Así, hermanos, estén firmes, y retengan la doctrina que han aprendido de nosotros por palabra y por carta”. En ambos pasajes, el término griego que la RVR95 ha vertido como “instrucciones” y “doctrina” es parádosis.
Esta palabra también puede traducirse como “tradición”, y así aparece en las versiones católicas. Por ejemplo, en la Biblia de Jerusalén, se lee: “Os felicito porque en cualquier circunstancia os acordáis de mí, y porque conserváis las tradiciones tal como os las he transmitido” (1 Cor. 11:2) y “Así pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta” (2 Tes. 2:15). Al respecto, debe decirse que es indiscutible que durante los primeros años de la iglesia el evangelio se transmitió por la proclamación y la enseñanza oral (1 Cor. 15:3).
Sin embargo, con el fin de preservar el mensaje entregado, responder interrogantes y resolver problemas en las congregaciones, los apóstoles lo pusieron por escrito y lo enviaron a las diferentes comunidades cristianas (Col. 4:16; 1 Tes. 5:27). Este mensaje escrito fue inspirado por el Espíritu Santo (Juan 16:13; 1 Cor. 7:40; 2 Tim. 1:14) y era autoritativo (Gál. 1:11, 12; Efe. 3:4, 5; 1 Ped. 1:12; 2 Ped. 3:15, 16; Apoc. 1:10, 11, entre otros). Más allá de esto, se encontraba en armonía con el mensaje oral que se había transmitido a las iglesias (2 Tes. 2:15).
Por esa razón, estos escritos apostólicos advertían contra la aceptación de mensajes espurios o la aparición de falsos maestros que trajeran una doctrina diferente de la que habían oído (Hech. 20:28-30; Tit. 1:10, 11; 2 Tim. 2:17; 4:1-4; 2 Ped. 2:1-22; 2 Juan 1:1-7; Jud. 1:1-4).
Pedro denominó a estas falsas enseñanzas “herejías destructoras” (2 Ped. 2:1). Pablo también amonestó así: “Les ruego, hermanos, que se guarden de los que causan divisiones y tropiezos contra la doctrina que ustedes han aprendido, y que se aparten de ellos” (Rom. 16:17, 18). Y, cuando escribió a los Gálatas, llegó al punto de decir que, “si aun nosotros, o un ángel del cielo, les anunciara un evangelio diferente del que les hemos anunciado, sea condenado. Repito: si alguno les anunciara un evangelio diferente del que han recibido, sea condenado” (Gál. 1:8, 9). Pablo sabía que existía perfecta correspondencia entre sus mensajes oral y escrito, y que nadie tenía derecho a cambiarlo (¡ni siquiera un ángel!).
A la luz de lo anterior, es evidente que, en el siglo I, la Escritura y la tradición apostólica eran lo mismo. Por eso, cuando Pablo les pide a los creyentes que permanezcan en las “tradiciones”, no es otra que permanecer en las sencillas enseñanzas o “instrucciones” (parádosis) que él les había entregado durante sus estadías evangelizadoras, las cuales finalmente se incorporaron en los documentos del Nuevo Testamento.
Conclusión
Como puede notarse, la tradición de la que habla el Nuevo Testamento difiere por completo de lo que Roma llama “Tradición”.Mientras que las tradiciones apostólicas son las enseñanzas inspiradas de los apóstoles (orales y luego escritas), la Tradición romana es un impresionante y complejo cúmulo de enseñanzas reunidas a lo largo de los siglos que, en muchos casos, no tienen ninguna relación con la enseñanza apostólica (y en otros, la contradice). Por eso, Pablo advirtió: “Miren que nadie los engañe por medio de filosofías y vanas sutilezas, según la tradición de los hombres, conforme a los elementos del mundo y no según Cristo” (Col. 2:8).
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