LA AUTORIDAD DE LA IGLESIA

01/07/2021

Si todos somos pecadores y cometemos errores, ¿por qué y con qué fundamento se establecen las sanciones eclesiásticas y el desglose de miembros? 

• Por Loron Wade •

–No te preocupes, Mario –dijo la ancianita–. Estarás borrado de los libros de iglesia aquí en la Tierra, pero no de los del cielo.

La hermana hablaba con voz temblorosa y con lágrimas en los ojos. Ella estaba sufriendo (al igual que toda la iglesia en ese momento) por la decisión que habíamos tomado de desfraternizar a este joven, a quien todos apreciábamos.

Nuestro pastor alcanzó a escuchar las palabras de la hermana, y llamándola aparte le dijo: 
–Comprendo sus intenciones, hermana, y sé que son muy buenas, pero me preocupa lo que le dijo a Mario. No podemos olvidar las palabras de Jesús acerca de la iglesia: “Todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo” (Mat. 18:18).

Con una expresión de angustia, la hermana respondió: 
–Sí, pastor, yo sé que dice eso, pero a este muchacho lo conocemos desde que nació. Creció en la iglesia. No puedo creer que el Señor lo rechace ahora.

–No se trata de un rechazo, hermana; y la iglesia tampoco lo está rechazando. Todos apreciamos a Mario. Pero usted sabe mejor que nadie cuántas veces lo amonestamos y la paciencia que hemos tenido con él.

–Sí, pastor, es verdad. Aun así, no puedo creer que la iglesia tenga ese derecho. Todos somos pecadores. ¿Acaso podemos cerrarle a alguien las puertas del cielo?

–Entonces, ¿cómo debemos interpretar las palabras de Jesús? ¿Cómo las entiende usted?

La pregunta quedó sin contestar, porque en ese momento, todavía llorando, la señora se alejó. ¿Qué luz podemos encontrar en la Biblia para entender este asunto que tanta perplejidad y angustia causa a la iglesia?

Adentro y afuera

El Señor Jesús, en cierta ocasión, habló de la iglesia comparándola con un redil donde los pastores encierran a sus ovejas para su protección. Además, él afirmó con seguridad que estaba preocupado porque algunas ovejas que profesaban amarlo, que decían ser suyas, no habían entrado en el redil, y con un sentido de urgencia agregó: “Aquellas también debo traer” (Juan 10:16).

Cuando cae la noche y acecha el peligro, la oveja que entra en el redil encuentra seguridad. Nadie puede dudar de que una gran oscuridad está cayendo sobre nuestro mundo hoy. La familia, donde el padre y la madre colaboran para enseñar a sus hijos el temor de Dios, está bajo ataque como nunca antes. La pornografía, las drogas y el libertinaje están destruyendo la vida de millones. Valores como la honestidad y la integridad son despreciados en una escala masiva. Las paredes del redil, que son las normas y las doctrinas de la iglesia, nos ofrecen protección, nos defienden contra estos males.

Además de ofrecer protección, el redil cumple otra función esencial: identificar a las ovejas. Sus paredes demarcan claramente la diferencia entre el espacio de adentro y el de afuera. Cuando cae la noche, la oveja puede estar adentro del encierro; puede aceptar esas creencias y vivir de acuerdo con esas normas o no. Su relación con ellas determina si pertenece al pastor Jesucristo o no.

La iglesia, en nombre de Cristo y con la autoridad que él le otorga, llama a los pecadores y los invita a entrar; y ellos darán cuenta de su respuesta en el Día del Juicio. Además, la iglesia, ejerciendo esa misma autoridad, con dolor y tristeza, debe separar de sus filas a los que, estando adentro, no quieren oír la voz del Buen Pastor, no creen en sus doctrinas y no viven de acuerdo con sus normas.

¿Por qué la iglesia debe ejercer su autoridad?

La congregación de Corinto tenía un problema serio: un miembro había tomado por mujer a la esposa de su padre, pero el hombre seguía llegando a la iglesia como si nada hubiera pasado. En la comunidad de fe, todos lo sabían, pero nadie le decía nada (1 Cor. 5). Envalentonado por este silencio, el individuo imaginaba que podía seguir disfrutando de la salvación mientras continuaba en el pecado. Pablo aclaró a los hermanos que su pasividad los hacía cómplices. Debían ejercer su autoridad.

En 1 Corintios 15:4, el apóstol afirma que todo se hace “en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” y “con el poder de nuestro Señor Jesucristo”. La palabra “poder”, en este contexto, significa “autoridad”. Es en el nombre y con la autoridad de Jesús que la iglesia realiza esta función. Y se lleva a cabo estando “reunidos vosotros” (1 Cor. 15:4). La autoridad no es de los ancianos ni de la junta directiva; es de la iglesia. Destacamos a continuación algunas frases de 1 Corintios 15:

«De cierto se oye que hay entre vosotros fornicación, y tal fornicación cual ni aun se nombra entre los gentiles” (vers. 1): Uno de los motivos para disciplinar es el de proteger la reputación y la imagen de la iglesia. Pablo advirtió que los gentiles observan a la iglesia, esperando ver en nosotros una conducta ejemplar. Al ver la higuera cubierta de hojas, esperan encontrar también frutos (Mat. 21:18-20). Cuando sucede lo contario, el nombre de Dios es “blasfemado” (Rom. 2:24); es decir, hablan mal de Dios, sienten desprecio por nuestra fe y se consideran justificados en rechazarla. Por esto, la iglesia debe expresar públicamente su repudio de semejante conducta.

“El tal sea entregado a Satanás” (vers. 5). Esta expresión evoca la figura del redil. Con su acción de separar al ofensor, la iglesia retiraba de él su amparo, su cobijo y protección.

“Para destrucción de la carne” (vers. 5). Se refiere a la destrucción de ese orgullo ciego, de ese fatal sentido de seguridad.

“A fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús” (vers. 5). El voto tomado para separarlo tenía el objetivo de despertarlo a la realidad y llevarlo al arrepentimiento. Aquí, Pablo señala el anhelado fin de todo proceso de disciplina: la salvación del pecador.

“¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa?” (vers. 6). Pablo declara que otro de los motivos de la disciplina eclesiástica era evitar que la confusión de este hermano y su actitud desafiante contagiaran a toda la iglesia. Otros miembros, viendo que el hombre aparentemente seguía disfrutando de la estima y la aprobación de la iglesia, se sentirían libres de seguir su ejemplo y participar en situaciones similares.

El método de Jesús para lograr un buen resultado

Tal como lo expresó la hermana de iglesia en nuestra historia, todos somos pecadores. Además, nuestra percepción y nuestro criterio nunca serán perfectos. ¿Cómo, pues, podemos emprender esta tarea que siempre resulta ser tan difícil?

En Mateo 18, el Señor establece pautas que, si las aplicamos bien, pueden ayudarnos a evitar muchos errores. Vale la pena repasarlas: “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano” (Mat. 18:15).

El plan de Cristo para ejercer la autoridad de la iglesia está fundamentado en el amor. “Sobre todo, ámense los unos a los otros profundamente, porque el amor cubre multitud de pecados” (1 Ped. 4:8, NVI). En este sentido, Pablo declara que “el amor es sufrido, es benigno. […] Todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Cor. 13:4, 7).

El amor está expresado, también, en las palabras “estando tú y él solos”. Si te amo, lo que menos quiero es que otras personas se enteren de tu error. Pero, también, es amor el que me lleva a hablarte de mi preocupación cuando veo en ti algo que puede poner en peligro tu salvación o el bienestar de otros. “Cuando yo dijere al impío: De cierto morirás; y tú no le amonestares ni le hablares, para que el impío sea apercibido de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad, pero su sangre demandaré de tu mano” (Eze. 3:18).

Debo buscar el mejor momento y la mejor manera de hablar. Debo expresar mi preocupación con tacto (Col. 4:6) y “con espíritu de mansedumbre” (Gál. 6:1). Dice el apóstol que hay que hacerlo “considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”.

De esta conversación inicial y privada, hay tres posibles resultados: 

1. El hermano o la hermana puede aclarar la situación, mostrándome que yo no tenía la información correcta o no había interpretado bien el asunto.

2. Puede aceptar mi advertencia, arrepentirse y cambiar de conducta. “Si te oyere, has ganado a tu hermano” (Mat. 18:15). Y allí mismo termina el asunto. Es otro motivo para tener esa primera conversación “estando tú y él solos”. Todos hemos cometido errores. Sabemos lo que es la vergüenza y el remordimiento. Es mucho más difícil volver cuando todos están señalando y hablando mal de nosotros.

3. La persona puede rechazar mis consejos y expresiones de preocupación. En este caso, se procede a la siguiente etapa: “Si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra” (Mat. 18:16). Cuando expongo mi querella ante “uno o dos” hermanos de experiencia, incluyendo, tal vez, al pastor de la iglesia, es posible que ellos me hagan ver que no tengo razón, y ahí es otro punto donde termina el asunto. Así se evita que alguien pueda ser condenado por el criterio de una sola persona.

Si las personas a quienes invito aceptan y me acompañan, el hermano tendrá que comprender que lo que yo le había dicho no era simplemente una idea mía. Al verse confrontado por el grupo, puede doblegarse, dejar a un lado su orgullo y entrar en razón. “Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia, y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano” (Mat. 18:17). Las palabras “si no oyere a la iglesia” aclaran que el propósito de presentar el asunto a la iglesia no es simplemente expulsar al individuo. La iglesia –en conjunto– debe aconsejarlo, haciéndole fervientes apelaciones.

La iglesia no debe solo reprender y aconsejar; también debe escuchar. Dice nuestro Manual de la iglesia: “Los miembros tienen el derecho fundamental de ser notificados previamente de la reunión disciplinaria y el derecho a ser oídos en su propia defensa, y a presentar pruebas y testimonios. Ninguna iglesia debe votar la disciplina de un miembro de la feligresía de la iglesia en circunstancias que lo priven de estos derechos, si él desea ejercerlos. La iglesia debe informarle al menos dos semanas antes de la reunión, por medio de un escrito en el que se mencionen las razones de la reunión disciplinaria” (pp. 63, 64, edición 2015).

Todas estas medidas no solo sirven para salvaguardar a la iglesia de cometer errores en este proceso. Sirven, también, para recalcar que el propósito principal siempre, siempre, es salvar al pecador. Si es así, en esta última etapa del proceso, la “reprensión hecha por muchos” (2 Cor. 2:6) tiene efecto, y es motivo de muchísimo gozo. Y, ya que el problema, por fin, quedó resuelto, no se procede a aplicar otras medidas.

La base de autoridad

Los siguientes versículos de Mateo 18 son muy importantes, porque aclaran cómo es, en realidad, que la iglesia habla con autoridad. Con frecuencia, arrancamos ciertas frases de este pasaje de su contexto y, por ende, las aplicamos mal.

“Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano. De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo. Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mat. 18:17-20).

Este texto contiene no solo una, sino dos declaraciones asombrosas. ¿Cómo puede ser cierto que todo lo que pedimos será hecho por Dios? Si pido una gran fortuna, ¿la voy a recibir? El pasaje mismo nos da la respuesta: “Porque […] allí estoy yo en medio de ellos”. Jesús está presente a través del Espíritu Santo. Cuando el Espíritu dirige nuestra oración, no haremos ninguna petición egoísta, “para gastar en [nuestros] deleites” (Sant. 4:3). Pediremos conforme a su voluntad. “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye” (1 Juan 5:14). 

Está muy claro: cuando la iglesia se reúne para tratar casos difíciles, Jesús, por medio del Espíritu Santo, está presente. Entonces, la iglesia procede, siendo orientada por el Espíritu y por las normas de la Biblia inspiradas por el mismo Espíritu.  Entonces, cuando la iglesia le dice al pecador “estás desatado”, es verdad, pero no es así porque la iglesia lo ha decidido. Es verdad porque el Cielo lo ha decidido, y la iglesia le está comunicando este hecho. Dios no obedece a la iglesia. La iglesia sí habla con autoridad, pero no es la autoridad de un ejecutivo, sino la autoridad de un vocero que, con fidelidad, comunica lo que el Espíritu de Cristo le ha hecho entender.

Autoridad: empieza con amor y termina con misericordia

Pablo escribió a los Corintios “con muchas lágrimas” (2 Cor. 2:4), y después de enviar la carta pasó días de ansiedad. ¿Había sido muy severo en sus expresiones? ¿Sabría la iglesia interpretar correctamente sus palabras? ¡Qué alegría y qué alivio para él cuando volvió Tito y le trajo noticias del profundo arrepentimiento de los corintios! (2 Cor. 7:11, 12). Después de recibir este buen informe, Pablo se sentó y les escribió una segunda carta, expresando su felicidad. 

Al escribir, se acuerda del hombre que había recibido la amonestación, y añade: “Le basta a tal persona esta reprensión hecha por muchos; así que, al contrario, vosotros más bien debéis perdonarle y consolarle, para que no sea consumido de demasiada tristeza. Por lo cual os ruego que confirméis el amor para con él […] para que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones” (2 Cor. 2:6-11).

Así es como la iglesia debe ejercer su autoridad. Se trata de un proceso que comienza con amor y termina con misericordia. De principio a fin, su propósito es redentor. Practicar la disciplina eclesiástica en armonía con estos principios no es fácil, pero puede ser una bendición para toda la iglesia.


Loron Wade es doctor en Educación Religiosa. Ha servido como educador y pastor durante más de cuarenta años en siete países de Latinoamerica. Actualmente está jubilado, y reside en Montemorelos, México.


¿Por qué causas la iglesia puede disciplinar a uno de sus miembros?

El Manual de la iglesia (pp. 60, 61, edición 2015) establece las siguientes razones: 

1. La negación de la fe en los principios fundamentales del evangelio y en las doctrinas cardinales de la iglesia, o la enseñanza de doctrinas contrarias a ellos.

2. La violación de la Ley de Dios, tal como la adoración de ídolos, el homicidio, el robo, la profanidad, los juegos de azar, la transgresión del sábado, y la falsedad voluntaria y habitual.

3. La violación del mandamiento de la Ley de Dios que expresa: “No cometerás adulterio” (Éxo. 20:14; Mat. 5:27, 28), en lo que concierne a la institución matrimonial y el hogar cristiano, estándares bíblicos de conducta moral, y cualquier acto de intimidad sexual fuera de una relación matrimonial y/o actos de conducta sexual no consensuados dentro del matrimonio, ya sea que esos actos sean legales o ilegales. Esos actos incluyen, pero no se limitan a, el abuso sexual infantil y de personas vulnerables de cualquier edad. El matrimonio se define como una relación monógama heterosexual pública, legalmente vinculante, entre un hombre y una mujer.

4. La fornicación, que incluye, entre otros, la promiscuidad, las prácticas homosexuales, el incesto, la sodomía y el bestialismo.

5. La producción, el uso o la distribución de material pornográfico.

6. El nuevo casamiento de una persona divorciada, excepto el cónyuge que permaneció fiel a los votos matrimoniales en un divorcio causado por adulterio o por perversiones sexuales del otro cónyuge.

7. El uso de la violencia física, incluyendo la violencia familiar.

8. El fraude, o el faltar voluntariamente a la verdad en los negocios.

9. La conducta desordenada que traiga oprobio a la causa.

10. La adhesión o la participación en un movimiento u organización divisionista o desleal.

11. La persistente negativa en cuanto a reconocer a las autoridades de la iglesia debidamente constituidas, o negarse a someterse al orden y la disciplina de la iglesia.

12. El uso, la elaboración o la venta de bebidas alcohólicas.

13. El uso, la manufactura o la venta de tabaco en cualquiera de sus formas para consumo humano.

14. El uso o la elaboración de drogas ilícitas; o el uso, mal uso o tráfico de narcóticos o drogas sin causa y licencia médica apropiadas.

  • Loron Wade

    Doctor en Educación Religiosa. Ha servido como educador y pastor durante más de cuarenta años en siete países de Latinoamerica. Actualmente está jubilado, y reside en Montemorelos, México.

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