Un pastor y un joven cuentan cómo vencer en la batalla de la fe.
La sola mención de esa palabra puede provocar en nosotros reacciones diversas; no malas en sí, pero (sin dudas) desafiantes. Hablamos de la palabra “crisis”, claramente. ¿O de la palabra “adolescencia”? ¡Casi es lo mismo! Ambas palabras nos generan desafíos.
En muchas ocasiones puede resultarnos incómodo hablar de adolescentes. Y, si a esto le sumamos una crisis, el combo puede ser realmente un reto para padres, maestros, pastores, líderes y hermanos de la iglesia en general.
Por eso, para la Nota de tapa de este mes, la propuesta es escuchar voces diferentes. Escriben entonces un pastor que sirve como capellán en un colegio y un alumno que da testimonio de su experiencia en cómo superar con éxitos los vaivenes de la vida espiritual.
Atravesando la tormenta
No estamos solos en este desafío.
Por Clayton Hernández.
“Me enviaron a hablar con usted”. De muy mala gana y con cara de pocos amigos la jovencita entró en mi oficina de Capellanía y se desplomó en su asiento. La conversación giró en torno a su mala conducta, su apatía con la fe y el total rechazo a la religión. “Soy atea”, expresó.
Había un silencio que cortaba el aire. Con un poco de esfuerzo y simpatía intenté entablar un diálogo, pero ella casi no emitía palabra.
Finalmente, Dios me dio sabiduría. “Cuéntame tu historia”, le dije. Ese fue el punto de quiebre.
Al parecer un pariente, que se decía religioso, había tenido una conducta abusiva con ella hacía unos años. Además de tener lidiar con lo que eso significaba, el chasco y la decepción de la fe, fueron de ahí en más sus compañeros de visión.
Me comentó que luchaba con sus lindos recuerdos de niña, participando activamente en su iglesia local y que se sentía profundamente triste y confundida porque los argumentos se mezclaban. Las lágrimas gritaban por ayuda. Lo que ella era en ese momento, no era lo que ella en verdad quería ser.
Esta experiencia se ha repetido con distinto matiz durante años trabajando con adolescentes en su mundo caótico de cambios; pero a la vez maravilloso, lleno de energía, de creatividad, de sueños, de crecer y de descubrir nuevos horizontes.
Al respecto, el psicólogo José Manuel Lara Alberca, dice: “La adolescencia se suele caracterizar como el período de transición entre la niñez y la edad adulta. El intervalo de edad que cubre suele fijarse entre los 11 y 12 años y los 18 y 20. Es una etapa de muchos cambios, para comenzar, físicos”.
“Necesito hablar con usted”. Aquel adolescente tenía una apariencia clásica de un joven de 16 años que atravesaba una de las marcadas crisis existenciales que nos toca vivir.
Había sido criado en un hogar cristiano, con padres dedicados de manera consagrada a las actividades de la iglesia. Sin embargo, nadie está exento de vivir experiencias como estas.
“Tengo que hacerle una pregunta que ni mi padre ha podido responder”, sostuvo. Y continuó: “No entiendo porque si Dios es amor la gente buena sufre”. Luego de su planteo me miró con aires de inspector, esperando una respuesta magistral; aunque su lenguaje coloquial dejaba entrever que tenía un mar de dudas.
Otra tarde, justo antes de terminar las tareas de Capellanía, una madre se acercó con los ojos vidriosos pidiéndome ayuda. “No sé qué más hacer con mi hija, cada día está más rebelde. Le pido por favor que le hable, a usted le escucha. Está desafiante y no quiere ir más a la iglesia, dejó el club de Conquistadores y es una pelea lograr que venga con nosotros el culto”.
Luego de estas repetidas circunstancias, me doy cuenta de algo que siempre estuvo ahí. Algo con lo que vengo trabajando hace muchos años y que siempre será igual. Con detalles variados, pero igual: La adolescencia.
Sin duda, es un mundo particular, un ambiente con el que muchos no quieren lidiar. Es una etapa de la vida de la que los padres no pueden escapar y muchas veces, me incluyo, no sabemos cómo abordar.
No recuerdo ahora quien y dónde, pero un alumno (con acento irónico) le dijo a un compañero acerca de un docente: “Debería aprender a tratar con adolescentes”. Esa era una gran verdad. Quizá no aplicaba para aquella situación, ya que considero que ese profesor era un gran docente, pero es una verdad igual.
Los que saben dicen y aconsejan a los padres que la etapa de la adolescencia dura aproximadamente entre 6 y 7 años. En ellos se libran grandes batallas a nivel mental, moral y emocional. Si los cambios (que son físicos y visibles) les generan tantas inseguridades e incertidumbres a los adolescentes, imaginemos los cambios en su mente. La autoestima, los valores, los principios, las influencias, el bombardeo social, las tendencias, las modas… ¡La lista parece interminable! Ellos deben lidiar con demasiadas cosas. Sin embargo, como pastor de jóvenes creo firmemente que nuestros adolescentes son gigantes y valientes. La buena noticia es que esa época de cambios pasará. Quiero decirte que no te desanimes y que recuerdes lo que dijo el hombre más sabio de toda la historia:
“Disfruten de su juventud, sean felices, sigan los impulsos de su corazón y gocen de la vida. Pero siempre tengan presente que Dios los juzgará por todo lo que hagan. No se dejen dominar del mal genio ni permitan que los deseos de su cuerpo los hagan pecar. Los peores errores los comete uno cuando está joven” (Ecl. 11:9, 10, versión Palabra de Dios para Todos).
“Aleja de tu corazón el enojo, aparta de tu cuerpo la maldad, porque juventud y vigor son pasajeros” (Ecl. 11:10, Nueva Versión Internacional).
Ante todos estos relatos, que son una pequeña muestra de lo que a miles de adolescentes cristianos les ocurre, simplemente puedo sacar siete conclusiones:
Las crisis de la adolescencia son una etapa que durará entre 5 y 6 años.
Todos estamos expuestos a enfrentar crisis que socaban nuestras creencias, nuestros principios y nuestra realidad.
No hace falta decidir o concluir nuestro destino en base a dudas o crisis.
Debemos buscar ayuda en personas de confianza y sabiduría; personas que nos muestren afecto sincero y verdadero.
También existen muchos buenos libros que te ayudarán a encontrar consejos útiles; libros que la Providencia divina colocará en tu camino para que te ayuden a superar la tormenta.
Una herramienta que nunca fallará y que siempre estará disponible es la oración. Hablar con nuestro Padre celestial como con un amigo es una experiencia única y maravillosa. Puedes hacerlo cada día y en cualquier momento del día. Abre tu corazón a Dios. Derrame tus dudas, cuestionamientos y crisis ante él.
No está mal pasar por una crisis. Al contrario, eso es una clara muestra de nuestro crecimiento y madurez. Hacernos algunos planteos nos permitirá afirmar (con buenos argumentos y basados en buenas fuentes) lo que creemos y porqué lo hacemos.
Quizás eres un padre o madre de un adolescente en crisis. Quiero alentarte a tener fuerzas divinas en esta gran misión de vida. Tus hijos necesitan aceptación, paciencia, amor, comprensión; pero también necesitan tener seguridad en quienes los guiamos, firmeza en lo que creemos y (sobre todo) coherencia entre lo que decimos y lo que vivimos.
Clayton Hernández es pastor y Licenciado en Teología. Cuando escribió este artículo servía como capellán en el Instituto Superior Adventista de Misiones (ISAM). Actualmente es pastor distrital en la ciudad de Rosario, Santa Fe, Argentina.
Cómo enfrento mis crisis
Por Juan Pablo Bauducco.
El tiempo fue pasando despacio o rápido, depende como lo mires. Fuiste creciendo, formando ideas e ideales. Formaste relaciones cercanas y otras no tanto. Empezaste, después de largos períodos de pegarte porrazos físicos y mentales, a encontrar algunas formas y maneras y a ver las cosas con tu catalejo único (como el que usan los piratas): El catalejo de tu cosmovisión. Un catalejo que, a diferencia del de tus padres tiene sueños y maneras de mirar diferentes a las de ellos. En resumen: Te empezaste a formar como humano, confuso y un tanto alterado, pero al fin humano.
Todo esto te llevo a empezar a hacerte cargo de aquellas cosas que dependían por completo de tus padres en un pasado. Ahora tienes problemas que debes afrontar sin ayuda alguna. Es así, ¿verdad?
La imagen que podrías tener de Dios también se modificó. Jesús ya no es la imagen de un libro o un peluche. Ahora es alguien que creó el mundo, pero que también es tu amigo. Es el Dios del universo infinito y, a la vez, el que cuida las hormigas y de tus cabellos.
Entonces, decidiste en tu corazón tratar de seguir a Jesús con las pocas y sencillas herramientas que trataste de aprender, te esforzaste en usarlas para ayudar a otros, sentiste que podías con todo y que el fuego del Espíritu Santo te movía con fuerza. Estabas motivado por querer aprender cosas nuevas. Te equivocabas y buscabas la manera de salir adelante. Parecía que casi estabas por tocar el cielo con tus manos. Y, de repente…
¡Una crisis espiritual atraviesa tu vida! Puede haber sido originada por un error tuyo, una duda que mezcla tus pensamientos, las malas influencias, la pérdida de un ser querido o el pasado que te persigue. Sea cual fuere el motivo, ahí está presente. Persiste y no se va. La debilidad espiritual ya es una realidad. Dios te parece frio y distante, muy lejos de aquel Ser que te había regalado una paz indescriptible.
Todos pasamos por esto. Repito: Todos.
Por eso hoy voy a contarte con sinceridad y sencillez aquello que me ayudó para salir adelante en estas situaciones complejas que viví. Recuerda que tengo 17 años y esto (lejos de ser un conjunto de soluciones absolutas) es, simplemente, lo que me ayudó a mí.
Voy a enumerar algunas ideas en orden de menor a mayor importancia (desde luego, esta clasificación es también totalmente subjetiva).
1. Escuchar/cantar música: En muchos momentos de mi vida, una simple canción pudo decir aquello que no sabía decir, pudo ayudarme a hablar con Jesús cuando sentía que mis palabras no tenían valor. Puede ser caminando, en la ducha o antes de dormir. ¡Escuchá la letra y cantala! Dice Salmo 100:2: “¡Adoren al Señor con regocijo! Preséntense ante él con canticos de júbilo”. Y dice Salmo 147:1: “¡Cuán bueno es cantar salmos a nuestro Dios, cuán agradable y justo es alabarlo!”.
2. Leer el libro El camino a Cristo, de Elena de White: Tal vez te cuesta sacarte los prejuicios de ciertos conceptos o personas y piensas que un libro de Elena de White es aburrido o solo para gente mayor. Este libro es ideal para borrar esta idea equivocada. Es un libro hermoso, fácil de leer, y -como dice el título- te ayudará a ir hacia los pies de nuestro Salvador. Te recomiendo que leas un capítulo por día.
3. Testificar: En 2 Corintios 3:2 Pablo dice que somos cartas abiertas que todos pueden leer. Podemos entender más a Jesús y a su propósito en nosotros cuando por un momento dejamos de servir al “yo” y tratamos de servir a nuestro prójimo. Sin duda, haciendo esto vamos a encontrar un propósito en nuestras vidas. Testificar nos acerca más a la intensa necesidad humana de un Salvador. Tengo poquísima experiencia en esto, pero puedo decirte con seguridad que cada vez que lo hice mi vida fue beneficiada. Recuerda, además, que para testificar no es necesario que te vayas al otro lado del mundo. Tienes a tu prójimo a un par de metros buscando ayuda, y todos están luchando contra algo, aunque no lo puedas notar.
4. Leer la Biblia: Dice Salmo 119:105: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino”. Si alguna vez leíste o escuchaste algo sobre los mensajes de los tres ángeles, quizás recuerdas que el del segundo ángel habla de Babilonia. Esta palabra significa “confusión” y representa a un sistema que se opone a los mandamientos de Dios. La confusión existe y permanecerá en el mundo, que como una ola inmensa que rompe todo, mezclando lo bueno y lo malo en un mismo recipiente y uniendo el negro y el blanco y dejándonos a todos como “grises”. Esto será clave en el tiempo del fin. Estoy casi seguro, porque somos parecidos, que la confusión ya es casi amiga tuya, una confusión que persiste y te sigue como perro a su dueño. Aunque nos fascina la idea de seguir un camino certero, nuestros ojos, mente y corazón se desvían chocando una y otra vez con inseguridades y dudas.
La Biblia es la luz que endereza la mente, el corazón y los ojos para que aquel deseo de caminar derecho sea una realidad. Esta es una verdad fija, que a lo largo del tiempo y de la historia se mantuvo absoluta, ¡y que genial confiar en algo que no cambia!, siendo que vos y yo constantemente giramos. Al aferrarnos a la Biblia entendemos que depender de nosotros mismos es un camino sin rumbo ni salida. No es necesario un orden para leerla (aunque esto tiene ciertas ventajas), pero en cada página, capítulo y versículo Dios tiene un mensaje para tu vida. Lo que yo hago es leer un libro del Antiguo y uno del Nuevo Testamento, un capítulo de cada uno por día. “La Palabra de Dios es como un tesoro que contiene todo lo esencial para perfeccionar al hombre de Dios” (Elena de White, La educación cristiana, cap. 29).
5. Orar: En el libro que mencioné antes (El camino a Cristo), Elena de White dice que “orar es el acto de abrir nuestro corazón a Dios como a un amigo”. En este momento, ve a un lugar donde puedas estar solo, un lugar cómodo. Quiero invitarte a que le cuentes a Jesús cómo estás. Ábrele tu corazón, muéstrale tu confusión y tus errores, tu enojo… Cuéntale todo lo que te sucede.
Repito que no soy más que un joven de 17 años, pero fue con los anteriores pasos que encontré la paz en Dios, un Dios que quiere darme muchas alegrías y nuevas oportunidades. Lo mismo quiere hacer contigo.
Juan Pablo Bauducco cursa la carrera de Psicología en la Universidad Adventista del Plata (UAP). Cuando escribió este artículo tenía 17 años era alumno en el Instituto Adventista Superior de Misiones (ISAM).
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