ISACAR EN EL SIGLO XXI

28/11/2017

Entre todos los pasajes que tratan sobre el período de los reyes de Israel, uno de ellos me llama la atención. El texto se encuentra en 1 Crónicas 12:22 y 32: “Porque entonces todos los días venía ayuda a David, hasta hacerse un gran ejército, como ejército de Dios. […] De los hijos de Isacar, doscientos principales, entendidos en los tiempos, y que sabían lo que Israel debía hacer, cuyo dicho seguían todos sus hermanos”.

La información de este capítulo no se encuentra en ningún otro lugar de las Escrituras. Los versículos 1 al 22 contienen un registro de guerreros que fueron a David cuando este huía de Saúl. Una de esas tribus se destaca por cómo se la presenta: los hombres de Isacar, que tenían sabiduría para comprender el significado de los acontecimientos de ese entonces y eran capaces de dar sabios consejos, específicamente en este caso, sobre si Israel debía entrar en un enfrentamiento militar o no.

Los tiempos cambiaron y también las circunstancias, pero la necesidad sigue siendo la misma. La iglesia necesita personas que sean conocedoras de los tiempos en los que vivimos y que sepan qué debemos hacer para ser victoriosos en la misión de predicar el evangelio “a toda nación, tribu, lengua y pueblo”. La iglesia no puede desentenderse de esta doble responsabilidad: conocer profundamente las Escrituras y conocer la cultura de aquellos con quienes compartirán el mensaje.

Como el siglo XXI ha sido el siglo de las innovaciones tecnológicas y de la omnipresencia de la comunicación, hemos incorporado nuevos hábitos a nuestra rutina diaria, y estos terminan cambiando nuestro estilo de vida. Ya no podríamos imaginarnos la vida sin Google y sin las redes sociales, o no nos acordamos de cómo era la vida sin celulares. Este paquete de facilidades dio forma a quienes somos hoy. Las nuevas generaciones ven el mundo a través de un lente completamente diferente, y entenderlos es un desafío cada vez más grande.

Sociológicamente, algunas características se están destacando cada vez más. Ellas son:

La razón no tiene preeminencia: Hoy la experiencia viene antes que la explicación. Los valores lógicos pierden su influencia frente la experiencia vivida. Ya no se busca estabilidad, como lo hacían las generaciones anteriores, sino que se da lugar a la osadía de innovar, recrear y hacer algo que nadie hizo antes.

Hay una opinión sobre todo: La revolución tecnológica nos dio acceso a información que antes era difícil de encontrar. Todo llegó a estar al alcance de la mano. El conocimiento más importante no es la información en sí, sino saber dónde puedo encontrarla cuando la necesito. Con esto, todos tienen una opinión sobre todo. Esto se confirma fácilmente viendo los comentarios de los periódicos digitales.

El relativismo: Esta es una ola un poco más antigua que ganó aún más fuerza con la revolución tecnológica. No todo es único o tiene una sola interpretación; podría ser o no, dependiendo de quién lo ve o quién lo dice. Aquí se encuentra uno de los más peligrosos puntos en disonancia con el evangelio, cuando se deja de entender la verdad como algo universal.

Pertenecer está antes que creer: Algunos puntos también son positivos para la iglesia, y este es uno de ellos. Pertenecer a una comunidad, formar parte de algo también está volviéndose más importante. La sociedad en general se va asociando en diferentes nichos y todo se vuelve más específico.

La incertidumbre: Como todo cambia todo el tiempo, no existe lugar para buscar la propia comodidad. Lo que un día fue ya no es más ahora. Lo que funcionó en el pasado ya no funciona más. Los profesionales podían sobrevivir en el mercado de trabajo con algunos años de estudios y especialización; pero ahora se desafía a los alumnos universitarios, antes de terminar la facultad, a que repiensen lo que aprendieron en los primeros meses.

También existen marcas que surgieron directamente por la revolución tecnológica:

Soledad funcional: Otra de las características de la actualidad es tener miles de amigos en las redes sociales, pero no tener en quién confiar cuando uno tiene un problema y necesita desahogarse. La popularidad de las fotos publicadas se confronta con una vida solitaria y triste.

Transitoriedad: Todo lo que se hace, se hace para luego ser reemplazado. Los productos y los bienes de consumo, que antes se hacían para toda la vida, hoy solo resisten unos pocos años, y luego ya es hora de cambiarlos.

Mutualidad: La vida se va mezclando entre lo online y lo offline. Nada está segmentado, sino que todo parte de una sola cosa. Lo digital pasó a ser parte integral de la vida y se llega a considerar al celular como parte del cuerpo humano.

Multifuncionalidad: Hacemos muchas cosas al mismo tiempo. Mirar televisión en el siglo XXI no es una actividad exclusiva. Para algunos, estar sentados mirando el televisor no es una opción. En este momento la televisión compite por nuestra atención junto con la computadora o el celular.

Complejidad: La tecnología, que facilitó nuestra vida, también la ha vuelto muy difícil. La mano de obra también ha cambiado. La línea de producción pasó a valorizar más a quienes están creando el futuro al aprovechar la tecnología para mejorar su rendimiento y producción.

Cierta vez oí un concepto del Dr. Fábio Bergamo, director de la carrera de Administración en la Universidad Adventista de San Pablo, que resume bien esta línea de pensamiento: “En tiempos de los medios digitales, tu operación depende de tu reputación”. Las empresas que se destacan tienen características en común, como el esfuerzo para tratar a los clientes como personas individuales y el conocimiento pleno de las necesidades y expectativas de cada persona.

En mi opinión, el punto más importante está en la pregunta de cómo está impactando todo esto a la iglesia. Observa algunos aspectos que son fundamentales para la experiencia de quienes están dentro de nuestros templos participando de la programación:

El culto organizado: ¡Cuidado con las improvisaciones! Las personas buscan calidad en todas las cosas. Cada parte del culto debe ser pensada y hecha de la mejor manera posible. Planificar y hacer las cosas con anticipación marca la diferencia.

Es importante dar atención a aspectos como la música adecuada a la programación, un ambiente propicio para la adoración, la interacción de las personas entre ellas, y la coherencia entre los propósitos de la iglesia y la práctica real.

También es fundamental que todos los miembros demuestren empatía y simpatía: debe entenderse que es una regla general tener un espíritu acogedor. Todo esto hará que las personas recomienden la iglesia a otras personas. La experiencia de quien asiste a ella debe ser tan positiva que la persona salga pensando en las personas a quienes invitará para que la acompañen en la próxima reunión.

Podemos resumir en pocas frases los cambios sociales cada vez más fuertes en nuestro mundo actual:

Las personas quieren relacionarse con otras personas.

La vida moderna gira en torno a la creación de redes de relaciones.

Toda interacción es importante para construir relaciones.

Cada vez más, el éxito en el evangelismo de una iglesia dependerá del fortalecimiento de los aspectos relacionales. En tiempos digitales, la iglesia debe ser el diferencial al aproximarse a las personas, y debe verlas como únicas y especiales.

El escenario humano nos hace el llamado, como iglesia, a acompañar las tendencias y a ser la respuesta para las mayores inquietudes de los seres humanos. Esto es exactamente lo que Jesús hizo cuando estuvo en la Tierra.

Todos estos cambios muestran que, en el siglo XXI, de forma más contundente, la iglesia necesita hombres y mujeres que tengan las habilidades que poseían los hijos de Isacar, necesita individuos que tengan la capacidad de mirar a su alrededor y ver más allá de lo que todos ven.

Necesitamos líderes que no solo comprendan la época y la cultura en que viven, sino también, sobre todas las cosas, ejerzan una influencia positiva sobre aquellos a quienes lideran, y principalmente que sean efectivos y eficaces al proclamar el evangelio eterno a aquellos por quienes Cristo ofreció su vida. RA

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