La responsabilidad y el privilegio de cuidar nuestra salud.
Que nadie que profesa piedad considere con indiferencia la salud del cuerpo y se haga la ilusión de que la intemperancia no es pecado y que no afectará su espiritualidad. Existe una estrecha simpatía entre la naturaleza física y la espiritual. La norma de virtud resulta elevada o degradada por los hábitos físicos. El comer en exceso de la mejor clase de alimentos producirá una condición mórbida en los sentimientos morales. Y si el alimento no es el más saludable, los efectos serán aún más perjudiciales. Cualquier hábito que no promueva una acción saludable en el organismo humano degrada las facultades más elevadas y más nobles. Los hábitos erróneos en el comer y el beber conducen a yerros en el pensamiento y la acción…
Las enseñanzas bíblicas causarán solo una impresión débil en aquellos cuyas facultades se hallen entorpecidas por la indulgencia del apetito. Hay miles que prefieren sacrificar no solo la salud, sino la vida misma y aun su esperanza de alcanzar el Cielo, antes que declarar la guerra contra sus apetitos pervertidos.
Los que son verdaderamente santificados, no importa dónde se encuentren, mantendrán altas normas de moralidad al practicar hábitos físicos correctos y, como Daniel, constituirán un ejemplo de temperancia y dominio propio para los demás. Todo apetito depravado se convierte en una pasión descontrolada. Toda acción contraria a las leyes de la naturaleza crea en el alma una condición enfermiza.
La complacencia de los apetitos causa problemas digestivos, entorpece el funcionamiento del hígado y anubla el cerebro; de este modo pervierte la disposición y el espíritu del hombre. Y estas facultades debilitadas se ofrecen a Dios, quien rehusó aceptar las víctimas para el sacrificio a menos que fueran sin tacha. Tenemos la obligación de mantener nuestros apetitos y hábitos de vida en conformidad con las leyes de la naturaleza. Si los cuerpos que se ofrecen hoy sobre el altar de Cristo fueran examinados con el mismo cuidado con que se examinaban los sacrificios judíos, ¿quién sería aceptado, con nuestros hábitos de vida actuales?
Con cuánto cuidado deberían los cristianos controlar sus hábitos con el fin de preservar todo el vigor de cada facultad para dedicarla al servicio de Cristo. Si hemos de alcanzar la santificación del alma, el cuerpo y el espíritu, debemos vivir en conformidad con la ley divina. El corazón no puede mantenerse consagrado a Dios mientras se complacen los apetitos y las pasiones en detrimento de la salud y la vida misma. Aquellos que violan las leyes de las que depende la salud deben sufrir la penalidad.
Por la intemperancia al comer, beber y vestirse, disminuye el poder físico, mental y moral, de modo que sus cuerpos son una ofrenda que el Señor no puede aceptar. Han limitado tanto sus capacidades en todos los sentidos que no pueden cumplir adecuadamente con sus deberes hacia sus semejantes y fracasan por completo en responder a las exigencias de Dios.
El té y el café, así como el tabaco, tienen un efecto pernicioso sobre el organismo. El té es intoxicante; aunque menores en intensidad, sus efectos son los mismos en carácter que las bebidas alcohólicas. El café tiene una tendencia mayor a nublar el intelecto y debilitar las energías. No es tan fuerte como el tabaco, pero tienen efectos similares. Los argumentos que se presentan contra el tabaco pueden también aplicarse contra el uso del té y del café.
Muchos profesos cristianos asegurarían hoy que Daniel fue demasiado exigente, y lo tacharían de estrecho y fanático. Consideran de poca monta la cuestión de la comida y la bebida, como para requerir una actitud tan decidida y que pudiera involucrar el sacrificio de toda ventaja terrenal. Pero los que razonan de esta manera se darán cuenta en el Día del Juicio que se habían alejado de los expresos requerimientos divinos y habían establecido su propio juicio como norma de lo bueno y lo malo. Entonces comprenderán que lo que para ellos parecía sin importancia era de suma importancia ante los ojos de Dios.
Las demandas de Dios se deben obedecer religiosamente. Los que aceptan y obedecen uno de los preceptos divinos porque les parece conveniente hacerlo, mientras que ignoran otro porque les parece que su observancia les demandaría un sacrificio, rebajan las normas del bien y con su ejemplo arrastran a otros a considerar con liviandad la sagrada Ley de Dios. “Así dice el Señor” debiera ser nuestra norma en todo tiempo.
*Texto extraído de la Review and Herald, 25 de enero de 1881.
La alimentacion actual de la sociedad va por dos caminos: o tienen una total indiferencia sobre lo que comen y que mas se puede comer, o la comida como idolo a saciar a toda costa.
Los adventistas actualmente estamos entre esos dos grupos, muy poco conocimiento de la luz dad a traves de su profeta.
Que Dios nos despierte y ayude a realizar los cambios necesarios.