IDENTIDAD DE GÉNERO

28/02/2025

La voluntad de Dios a la luz de las Escrituras.

Por Daniel Bediako

Existe una ideología de moda que sostiene que la identidad de género no se determina por el sexo biológico (esto es, por las características del cuerpo) sino que es una construcción cultural determinada por un sentimiento interno de ser masculino, femenino, ambas cosas o algo a mitad de camino. Quienes adhieren a esta ideología sostienen que no nacemos con un género, sino con un sentimiento de género. Por lo tanto, no consideran apropiado usar las categorías binarias generales de masculino/femenino u hombre/mujer (basándose en las características del cuerpo). Así, se anima a las personas a seguir su sentido interno de género, elegir sus etiquetas de género y expresar su sexualidad basadas en estas etiquetas. Algunos expresan este sentido interno de género mediante su comportamiento, vestimenta o forma de hablar; otros se someten a cirugías de cambio de sexo para que su cuerpo tenga un aspecto alineado con la identidad de género con la que se autoperciben.

Así, surgen términos como “LGBTQIA+”, que es un acrónimo que representa una gran variedad de identidades de género y orientaciones sexuales de esta ideología que desvincula la identidad de género de la identidad sexual. Las siglas se aplican a lesbianas, gays, bisexuales, transgénero, queer, intersexuales y asexuales. El “+” se utiliza para incluir a las personas que no se identifican con las letras anteriores.

Resulta inmediatamente evidente que esta ideología no considera que Dios creó la identidad de género. ¿Cómo llegamos a estas creencias? ¿Qué dice la Biblia al respecto?

Una breve historia de la teoría de género

Los términos “sexo” y “género” se han usado como sinónimos desde el siglo xv, aunque más tarde se reservó “género” para hablar de categorías gramaticales (masculino, femenino y neutro).

En 1945, Madison Bently consideró al género “el anverso socializado del sexo”, cuyos calificativos son “femenino” y “masculino”. En 1949, Simone de Beauvoir afirmó que “no se nace mujer: se llega a serlo. Ningún destino biológico, psíquico, económico, define la imagen que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; el conjunto de la civilización elabora este producto intermedio entre el macho y el castrado que se suele calificar de femenino”.1 Y, en 1955, John Money fue pionero en usar la distinción entre sexo y género. Introdujo términos como “orientación de género” (en vez de preferencia sexual) y “rol de género”, que definió como “todas las cosas que una persona dice o hace para darse a conocer con el estatus de nene u hombre, nena o mujer, respectivamente”. Para él, el “género” es maleable en los primeros dos años de vida, y durante este período, los genitales de un bebé intersexual (hermafrodita) se pueden normalizar quirúrgicamente. También afirmó que los varones criados como nenas desde una edad temprana, al crecer, sentirían atracción hacia los varones y vivirían como mujeres heterosexuales. Más tarde, en 1968, Robert Stoller concluyó que el sexo es una categoría biológica, mientras que el género es una categoría social, e introdujo el término popular “identidad de género”.2

Pero la redefinición de sexualidad estuvo influenciada especialmente por la segunda y la tercera ola del feminismo en las décadas de 1960-1980 y 1990-2000, respectivamente. Entre las voces influyentes, estuvieron personas como Germaine Greer, quien argumentó: “Que los sexos constituyen una polaridad y una dicotomía de la naturaleza es un elemento esencial de nuestro sistema conceptual. Lo cual es, de hecho, absolutamente falso”.3

También citaremos a Judith Butler, quien pensó: “Justamente porque ‘femenino’ ya no parece ser una noción estable, su significado es tan problemático y vago como ‘mujer’. […] Ambos términos adquieren sus significados problemáticos únicamente como conceptos relativos”.4 Estas olas desafiaron los roles de la mujer en la sociedad y enfatizaron la igualdad social para las mujeres.

En conjunto, los estudios de laboratorio, el movimiento de derechos civiles y la segunda y la tercera olas del feminismo motivaron el movimiento social en favor de la ideología LGBTQIA+ abogando por derechos iguales e influyendo en la política. Francis Kuriakose y Deepa Kylasam Iyer resumen: “El proceso de consolidar las necesidades y las demandas de las minorías sexuales y de género comenzó con el movimiento homófilo de la década de 1950 en Estados Unidos. Impulsado por el movimiento de los derechos civiles y por la segunda ola del feminismo, el movimiento social por la liberación gay reunió un amplio espectro de minorías sexuales y de género bajo el paraguas de LGBT en la década de 1960. El movimiento por la liberación gay dio visibilidad y una apariencia de solidaridad mediante la marcha del orgullo gay, y consolidó las aparentemente diversas y dispares minorías sexuales y de género. El movimiento social por la liberación gay fue la base para los estudios lésbico-gais que surgieron en el área de estudios sexuales”.5

En última instancia, las teorías de género enfatizan el “yo” como una entidad autónoma alojada en el interior del “cuerpo”. Este pensamiento de que un humano tiene un cuerpo se deriva del pensamiento neoplatónico de que el alma está dentro del cuerpo, y contradice la realidad básica de que un humano es un cuerpo.

La identidad humana

Lógicamente, si hay un “yo” independiente del cuerpo (como consideran algunos cristianos), ese “yo” no puede tener una identidad física y, por lo tanto, no puede tener una identidad sexual.

Ahora bien, si no existe un “yo” independiente del cuerpo, entonces las características corporales deben determinar la identidad y la expresión sexuales, de modo que no es posible desconectar la identidad sexual de la identidad de género. Si tengo la certeza de que soy un varón atrapado dentro de un cuerpo de mujer, entonces tengo la certeza de que soy varón, pero me siento mujer. Hablaremos sobre la cuestión de los sentimientos más adelante.

Fundamentalmente, hay dos aspectos inseparables en la identidad humana. Elegí describir estos aspectos como identidad dura e identidad blanda. Por un lado, la identidad dura abarca la estructura biológica o los aspectos físicos de una persona. Raza, etnia y color son elementos de una identidad dura. Estos elementos de identidad dura son un hecho y no se pueden cambiar. Por el contrario, la identidad blanda abarca el comportamiento, las creencias o las prácticas de una persona o grupo de personas. Ubicación geográfica, nacionalidad y religión son elementos de una identidad blanda. La identidad blanda es como el software: se puede instalar, eliminar y reinstalar. En otras palabras, se puede adquirir una identidad blanda. Yo, un africano negro, no puedo convertirme en caucásico y conservar la cordura, pero puedo llegar a ser ciudadano de los Estados Unidos.

En la Biblia encontramos la distinción entre los aspectos blandos y los duros de la identidad humana. Los seres humanos compartimos una identidad básica dura: la imagen de Dios, creados como hombre y mujer. La Biblia nunca condena los elementos de la identidad dura en su estado natural. Así, por ejemplo, reconoce a personas de todas las razas, etnias y tribus como criaturas de Dios a quienes, como a Israel, Dios procura redimir (Gén. 12:3; Amós 9:7; Apoc. 14:6). Por esto, incluso en el Pentateuco, los extranjeros podían vivir en Israel y adorar a Jehová bajo una ley (Éxo. 12:49; Núm. 15:16, 29). Más bien, la Biblia condena a personas basándose en sus elecciones personales (los elementos de la identidad blanda). Así, por ejemplo, aunque Dios no desea que nadie perezca (2 Ped. 3:9), solo quienes elijan creer en Cristo no perecerán (Juan 3:16).

Bíblicamente, la identidad sexual es una identidad dura, dado que está determinada por la estructura y la apariencia biológicas o (innatamente) físicas de una persona más que por el comportamiento, las creencias, los sentimientos, las prácticas o la ubicación geográfica. La identidad sexual de una persona determina cómo él o ella expresan la sexualidad. Sin embargo, la expresión sexual es en sí misma un elemento de la identidad blanda, porque puede estar influenciada por creencias y prácticas (como por ejemplo el celibato, la fornicación y la homosexualidad), se espera que suceda dentro de límites aceptables (dentro de un matrimonio monógamo) y hay acciones punitivas contra la expresión sexual ilícita (como violación e incesto).

Por eso, la Biblia invita a los seres humanos a cierta identidad blanda (un carácter semejante al de Cristo) y condena elementos impíos de la identidad blanda (Rom. 1:18-32). Así, por ejemplo, si un israelita practicaba la homosexualidad, debía ser apedreado hasta la muerte (Lev. 20:13). Incluso el más leve intento de desdibujar la propia identidad dura mediante el travestismo estaba expresamente prohibido (Deut. 22:5). Los seres humanos no tienen la potestad de cambiar elementos de su identidad dura. Aunque procedimientos como la vasectomía y la ligadura de trompas pueden afectar el sistema reproductor, no afectan la identidad sexual. Pero incluso estas son cuestiones de conciencia que deben ser decididas por las parejas.

La perspectiva bíblica

Sexualidad e identidad sexual

El relato de la Creación nos ofrece la base fundamental para la diferenciación sexual (Gén. 1:26-28;  2:18-25). Dios creó al “ser humano” como hombre y mujer. Adán fue modelado como hombre y Eva fue construida como mujer. Se describe a Adán como hombre y a Eva como mujer. Así, pues, la diferenciación sexual es una acción de Dios. La sexualidad no solo es parte integral de nuestra condición de persona, sino también de nuestras relaciones. Si masculino/femenina describen distinciones físicas, hombre/mujer describen la función y el tipo de relación entre masculino y femenina en la expresión de su sexualidad: esposo y esposa. Cuando Dios unió a Adán (masculino/hombre) con Eva (femenina/mujer) como esposos, esto sirvió como el patrón para todos los matrimonios posteriores. La frase hebrea éṡer kenegdó (עֵזֶר כְּנֶגְדּוֹ) literalmente significa ‘una ayuda(dora) como opuesta a él”. En su contexto, esta frase reúne las nociones de distinción de género, igualdad, complementariedad y comunión. Dios construyó a Eva intencionalmente como lo “opuesto” de Adán. Pero no es que solo creó a un hombre y a una mujer y les dejó que decidieran qué hacer con su género. Él diseñó a los humanos para que tuvieran comunión entre hombre y mujer, esposo y esposa, y que por medio de esa unión cumplieran ciertas responsabilidades (como fructificar y multiplicarse).

Luego, siguiendo el patrón divino, los hijos nacen como “varón” o “niña” (Lev. 12:2-7), “hijo” o “hija” (Gén. 5:4; Ose. 1:6; Luc. 1:57). Así, la sexualidad se define en varias dimensiones, incluyendo la física/anatómica (“varón” y “hembra”), la funcional (“hombre” y “mujer”), la emocional (“dejar” y “unirse”), la relacional (“unirse” y “conocer”), la social (“padre y madre”; comunidad) y la espiritual (Dios une al hombre con la mujer).

La descripción bíblica es clara en que la identidad sexual es exclusivamente binaria (varón y mujer) y está definida por las características físicas (las palabras hebreas sajar ‘macho’ y nequevá ‘hembra’ pueden representar los órganos sexuales externos masculino y femenino). Bíblicamente, sexo y género están indisociablemente unidos, si es que de hecho necesitamos diferenciar entre ambos. Nuestro género se corresponde con nuestras características anatómicas. La identidad y el rol de género están determinados por el sexo biológico. Ser macho (ṡajar / זָכָר) te convierte en hombre (/ אִישׁ), y ser hembra (nequevá / נְקֵבָה ) te convierte en mujer (išá / אִשָּׁה). Si se casan, un varón tiene la función de esposo y una mujer tiene la función de esposa. En esa relación, entre otras cosas, uno da una simiente y la otra la da a luz (Gén. 4:1).

La identidad sexual o de género es algo dado, no adquirido. Es ontológica, no una elección existencial. Es creada por Dios, no un accidente biológico. La Biblia usa de forma uniforme los términos binarios varón/hembra, hombre/mujer o esposo/esposa para enfatizar que solo hay dos sexos/géneros, que el género se corresponde con el sexo biológico, que el Creador diseñó para los humanos la sexualidad heterosexual y que la sexualidad se debe expresar solo dentro de un matrimonio monógamo heterosexual de un hombre y una mujer con identidades sexuales determinadas biológicamente (Gén. 2:18-24; Cant. 3:4; Mat. 5:31-33; 19:4-9; 1 Cor. 7:1-5; Efe. 5:33).

Desviaciones sexuales

Dios diseñó y creó la sexualidad humana con un propósito. Puesto que es el Creador, Dios tiene el derecho de regular la expresión sexual. Así, por ejemplo, él prohíbe la fornicación, el adulterio, el incesto, la violación y desear a alguien que no es el propio cónyuge (Éxo. 20:14, 17; 22:16-19; Lev. 18:6-18; 20:11-17; Deut. 22:23-29; Mat. 5:27-29; Gál. 5:19-21). No se debe infringir los límites que Dios demarcó alrededor de la expresión de la sexualidad humana, ya sea en acto o en pensamiento. La expresión sexual que se desvía del orden y de la intención de la Creación es pecaminosa. Tales expresiones sexuales son abominables y contaminan (Lev. 18:22, 24;  Eze. 22:11;  Heb. 13:4), y Dios hace responsables a las naciones por tales cosas (Lev. 18:3-5, 24-28).

Homosexualidad. Las descripciones de la Biblia dejan en claro que la homosexualidad y el lesbianismo se oponen “a la sana doctrina” (1 Tim. 1:10). Participar en un acto homosexual es “hacer maldad” (Gén. 19:7‑9). En Jueces 19:22 al 25, se hace referencia a los homosexuales benjaminitas como “hombres perversos” (lit. “hijos de Belial” = “despreciables”), y se describe esta práctica como una cosa “infame” (Juec. 19:24) y una “maldad” (Juec. 20:3, 12). Pedro se refiere a los hombres de Sodoma como “impíos” y a su accionar como “la conducta licenciosa de los malvados” y “los deseos corruptos de la carne” (2 Ped. 2:6-10). Judas describe el accionar de dichos hombres de forma general como “inmoralidad sexual”, pero específicamente como “vicios contra la naturaleza” que contaminan (Jud. 7, 8, RVC).

En Romanos 1:26 al 32, Pablo describe la homosexualidad y el lesbianismo como “pasiones vergonzosas”. Tales prácticas son “infamias”, un “extravío” y “lo que no conviene”. Los infractores no reconocen a Dios, sino que tienen una “mente depravada” y son “dignos de muerte”. Aquí, Pablo está remitiéndose a Génesis 1 y 2 y a Levítico 18 al 20. Las relaciones sexuales naturales y aceptables tienen lugar entre un hombre y una mujer. La naturaleza misma muestra que los órganos sexuales externos de la mujer fueron creados para encajar con los del hombre. Cambiar este orden es antinatural (Rom. 1:26, 27). En 1 Corintios 6:9 al 10, la traducción “homosexuales” o “que se acuestan con hombres” (arsenokoites / αρσενοκοίτης, que literalmente es un “hombre que penetra a otro hombre”) describe al compañero activo, y “afeminados” (malakós / μαλακός, lit. “hombre de apariencia delicada”) describe al hombre que toma el papel de mujer en el acto sexual. Así como Dios destruyó a Sodoma y Gomorra por abominaciones entre las que se incluía la homosexualidad, y así como los benjaminitas casi fueron destruidos por negarse a entregar a los culpables, así también Pablo dice que tales personas no heredarán el reino.

Transgenerismo. La Biblia se toma en serio las distinciones sexuales y de género. El carácter binario de la sexualidad humana no debe quebrantarse en acto, pensamiento o apariencia. La prohibición bíblica de las relaciones entre el mismo sexo dejan en claro que un hombre no debe actuar sexual­mente como una mujer (Lev. 18:22; Rom. 1:26, 27). Pablo incluye a los malakós (μαλακός) entre los que no heredarán el Reino si se niegan a arrepentirse (1 Cor. 6:9-11). Como ya hemos señalado, este término denota al varón que actúa como mujer en una unión sexual. Así, el término incluye lo que podríamos considerar comportamiento y acciones transgéneros.

La Biblia incluso prohíbe el travestismo y tomar cualquier apariencia que tienda a desdibujar la distinción entre los sexos. Además de sus rasgos y características corporales (Lev. 12:2, 5;  2 Sam. 19:25;  Dan. 8:16), los hombres y las mujeres también pueden ser diferenciados por su apariencia externa, como la vestimenta (Deut. 22:5) y el corte de cabello o peinado (1 Cor. 11:14-16; Apoc. 9:8). Algunos académicos consideran que la prohibición en Deuteronomio 22:5 está en una polémica contra prácticas cúlticas cananeas que promovían el travestismo, pero la motivación más probable para esta prohibición es la distinción de género hecha en la creación (Gén. 1:26-28). Por lo tanto, la Biblia se opone incluso al menor intento de confundir la distinción hombre-mujer.

Una respuesta a los argumentos LGBTQIA+

Los activistas de la ideología LGBTQIA+ presentan los derechos humanos como un argumento fundamental. Un activista afirmó: “Tenemos el derecho de vivir en un cuerpo que coincide con nuestra autoimagen y nuestros deseos profundos, sin que otro esté controlando nuestra experiencia”.6 Sin embargo, la Biblia es clara en que “otro” (Dios) está “controlando nuestra experiencia” como humanos, porque él nos creó. El psiquiatra Paul McHugh se acerca más a esta realidad cuando afirma que “los hombres transgénero no se convierten en mujeres, ni las mujeres transgénero se convierten en hombres. Estos […] se convierten en hombres feminizados o mujeres masculinizadas, falsificadores o imitadores del sexo con el que se ‘identifican’. En eso yace su problemático futuro”. Y Katie McCoy añade que “el cuerpo sexuado es indivisible del yo que está determinado por un género”.7

Un corolario de esta ideología es el de los sentimientos: un sentido u orientación de género internos diferentes de los que corresponden según las características corporales. Sin embargo, la Biblia describe la expresión sexual ilícita como “pasiones pecaminosas” (Rom. 7:5), “conducta licenciosa” o “pasiones carnales y disoluciones” (2 Ped. 2:7, 18). Como ya hemos señalado, la expresión sexual es un elemento blando de la identidad humana y, por lo tanto, puede ser controlada. Por esta razón, la Biblia no solo prohíbe los actos sexuales ilícitos, sino también el deseo sexual ilícito, con expresiones tales como “no desearás” (véase Éxo. 20:17) y “sácalo” o “córtala” (Mat. 5:28-30).

Otro corolario es el de la libertad de realizar cualquier tipo de actividad sexual siempre que sea entre adultos que den su consentimiento para ello. Pero la Biblia también regula los actos sexuales de adultos que dan su consentimiento. Consideremos el caso de un hombre con una mujer comprometida en Deuteronomio 22:23 al 25. Incluso si los dos hubieran consentido en el acto, ambos estaban sujetos a la pena capital. Lo mismo sucede con los que incurren en homosexualismo y lesbianismo en Romanos 1:26 al 32 y 1 ­Corintios 6:9 al 11, sobre quienes Pablo describe que merecen la muerte. La Biblia les exige a los creyentes que controlen sus pasiones (1 Tes. 4:3-8): que rechacen expresiones sexua­les impropias, aun cuando el sentimiento sea mutuo y entre adultos que consienten, ya sean hetero­sexuales (Deut. 22:23-25) u homosexuales (Rom. 1:25-27).

En algunas sociedades, el argumento de los derechos humanos ha recibido apoyo legal y, en algunos casos, la aplicación de la ley. Pero los derechos humanos no deben estar por encima de lo que Dios le exige a su creación (Gén. 1:1-2:25). Jesús dejó en claro que la voluntad de Dios, según se expresa en su Palabra, trasciende las leyes humanas (Mat. 19:7-9). El Creador requiere que reconozcamos que somos criaturas; por lo tanto, debemos glorificarlo con nuestro cuerpo (Hech. 5:29;  1 Cor. 6:18-20). No todo lo que se pueda desear o sentir (orientación), expresado por adultos en consentimiento, reclamado como un derecho, y apoyado por la ley del Estado es bueno y correcto delante de Dios.

Y ¿qué decir de la intersexualidad y la disforia de género? Aparte de quienes sienten un género interno distinto de su sexo biológico y lo expresan exteriormente (en su comportamiento o mediante cirugías), hay personas cuyos cromosomas, gónadas, hormonas, órganos sexuales internos y genitales difieren de los dos patrones de masculino o femenino (intersexualidad). Nacer con rasgos biológicos que no son típicamente masculinos o femeninos debe ser una condición perturbadora, y podría ser necesario procurar ayuda quirúrgica, médica o psicológica.

Además, hay quienes experimentan un desfase entre su sentido interno de género y sus rasgos biológicos (disforia de género) sin expresarlo exteriormente. Si bien esto puede ser una verdadera lucha, el cristiano no tiene que actuar según sus sentimientos en contra de la Palabra de Dios y de las características biológicas (o de la naturaleza). La caída resultó en un debilitamiento de la naturaleza (Gén. 3; Rom. 8), y sus efectos se ven en el cuerpo (Rom. 6:6, 12;  7:24), la mente (Rom. 1:21;  2 Cor. 3:13-15;  4:4) y las emociones (Rom. 1:6-27;  Gál. 5:24;  2 Tim. 3:2-4). Como da a entender Pablo en 1 Corintios 6:9 al 11, es necesario buscar la ayuda divina para vencer esta atracción. Mediante la gracia de Dios, podemos recibir el poder para enfrentar la lucha con honor (2 Cor. 12:9;  1 Tes. 4:3-5) o permanecer en celibato (Mat. 19:12). La sanación física, emocional y espiritual también es posible mediante el toque divino (Mar. 5:1-20; Luc. 5:12-15; véase 8:48, 50;  17:19;  18:42).

Sexualidad, cosmovisión y autoridad

Las teorías sexuales prevalecientes contradicen la perspectiva bíblica de que el género está determinado biológicamente; de que un humano no tiene un cuerpo sino que es un cuerpo; y de que la actividad ­sexual no puede desonectarse de la identidad sexual. La cosmovisión que está por detrás de esta redefinición de la sexualidad es una cosmovisión secular, donde la autoridad está en la ciencia, la sociedad y, en última instancia, en uno mismo. Algunos cristianos con una cosmovisión semibíblica se mueven en esta dirección y buscan reinterpretar pasajes bíblicos para que concuerden con las tendencias actuales de la sociedad. Pero, en última instancia, la cuestión LGBTQIA+ es una cuestión sobre la autoridad de la Palabra de Dios.

Pedro y Judas tratan el asunto de la autoridad en relación con la expresión sexual. Usando el ejemplo de Sodoma y Gomorra, describen los destinos de los impíos y de los piadosos.

Pedro dice que quienes siguen “los deseos corruptos de la carne”, como los homosexuales de Sodoma y Gomorra, “desprecian el señorío divino” (2 Ped. 2:6-10).

De forma similar, Judas 7 y 8 describe a quienes “contaminan su cuerpo” y “menosprecian la autoridad”, comparándolos con los hombres de Sodoma y Gomorra. Los términos griegos traducidos como “despreciar” y “menospreciar” en estos contextos describen la actitud de faltar el respeto o invalidar. En ambos pasajes, “señorío” y “autoridad” son traducciones del griego kyriotes (κυριότης, traducido como “dominio” en Col. 1:16). La autoridad que se está despreciando con los deseos corruptos de la carne es la autoridad de Cristo (véase 2 Ped. 2:1, 11; Jud. 4).

La Biblia habla en contra de la expresión sexual ilícita en sus diversas formas. Sin embargo, también indica que es posible cambiar. Este cambio incluye un cambio de cosmovisión y aceptar la autoridad de Dios y de su Palabra. Cuando nos sometemos a la autoridad de Cristo, las “cosas viejas” pasan (2 Cor. 5:17) y nos vestimos “del nuevo hombre” (Efe. 4:20-24).

Entonces, participando de la naturaleza divina (2 Ped. 1:4), podemos controlar nuestras pasiones en santidad y huir de la inmoralidad sexual (Mat. 5:27-29;  19:12;  Rom. 7:5;  1 Cor. 6:18; 1 Tes. 4:4-6). Los creyentes de Corinto que se apartaron de prácticas homosexuales recibieron perdón y purificación (1 Cor. 6:9‑11). Hoy la misma gracia está al alcance de todo el que acuda al Señor.

Conclusión

Los humanos somos seres sexuales. Vivimos y nos relacionamos como personas sexuales. La sexualidad es parte de nuestra existencia, es una expresión de nuestro ser. Seres sexuales expresan sentimientos sexuales, pero la sexualidad humana opera dentro de límites específicos regulados por la Palabra de Dios. Las teorías sexuales revolucionarias que se están promoviendo hoy en muchas sociedades están en contra de la Biblia, buscan alterar la naturaleza y promover el caos. “El sexo no es solamente sexo. La forma en que entendemos y expresamos nuestra sexualidad señala nuestras convicciones más profundas sobre quiénes somos, quién es Dios, quién es Jesús, qué es (o qué debiera ser) la iglesia, el significado del amor, el ordenamiento de la sociedad y el misterio del universo”.8

Los cristianos que creen en la Biblia deben tratar a los demás con amor y respeto. También deben encontrar formas de apoyar a quienes están luchando con problemas de identidad sexual. Sin embargo, amar, respetar y dar apoyo a personas LGBTQIA+ debe hacerse con el fin de conducirlas a la norma bíblica sobre la identidad y la expresión sexuales, reconociendo que solo estamos completos en Cristo (Col. 2:10).


Este artículo es una adaptación de “Sexual Identity: A Reflection”, en Reflections (el boletín del Instituto de Investigación Bíblica), nº 88, octubre-diciembre 2024, pp. 2-6.


Daniel K. Bediako es uno de los directores asociados del Instituto de Investigación Bíblica de la Asociación General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.


Referencias

  1. Simone de Beauvoir, El segundo sexo, traducción de Alicia Martorell, 6ª edición (Ediciones Cátedra, 2015), p. 371. ↩︎
  2. Robert Stoller, Sex and Gender: The Development of Masculinity and Feminity (H. Karnac, 1968). ↩︎
  3. Germaine Greer, La mujer eunuco, traducción de Mireia Bofill y Heide Braun (Debolsillo, 2019). La segunda ola del feminismo impulsó los estudios de género como disciplina académica. ↩︎
  4. Judith Butler, El género en disputa, traducción de Mª Antonia Muñoz (Paidós, 2007), p. 38. La tercera ola del feminismo llevó a la “desnaturalización” y resignificación de las categorías corporales. ↩︎
  5. Francis Kuriakose y Deepa Kylasam Iyer, “LGBT Rights and Theoretical Perspectives”, Oxford Research Encyclopedia of Politics, diciembre de 2020, p. 5. El artículo incluye una extensa revisión de teorías de género. ↩︎
  6. Palabras de Florence Ashley citadas en Kim Amstrong, “Rain Before Rainbows: The Science of Transgender Flourishing”, Association for Psychological Science. ↩︎
  7. Katie J. McCoy, “What It Means to Be Male and Female”, en Created in the Image of God: Applications and Implications for Our Cultural Confusion, editado por David S. Dockery con Lauren McAfee (Forefront Books, 2023), p. 149. ↩︎
  8. Christopher West, “Our Bodies Tell God’s Story”, en Sanctified Sexuality: Valuing Sex in an Oversexed World, editado por Sandra L. Glahn y C. Gary Barnes (Kregel Academic, 2020), p. 17. ↩︎

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1 Comentario

  1. Darius

    Esté tema actual y crucial debería ser materia de reflexión en las aulas de todo nivel educativo.

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