No tengamos miedo de tocar este tema que nos muestra el gran amor de Dios.
En el artículo del mes anterior desarrollamos la idea del Juicio divino en su contexto histórico-profético. Se mostró que el juicio descrito en Daniel 7 debe iniciar luego del final del “tiempo, tiempos y medio tiempo” (Dan. 7:25), esto es, 1798. Vimos también que este juicio es a causa de las obras maléficas del cuerno pequeño y culmina con la exaltación del pueblo de Dios. En este artículo veremos lo que sucederá en este juicio.
Daniel 7 describe claramente un escenario de una corte judicial. En primer lugar, se describe al personaje principal, el Anciano de días, que no es otro que Dios el Padre, quien a su vez preside la reunión. El Anciano de días se sienta en su Trono, que es como fuego ardiente (Dan. 7:9). Esta escena se asemeja a la descripción que se hace de la presencia de Dios en Ezequiel 1. Del mismo modo, este trono aparece también en Ezequiel 10:1 en el contexto del Templo, o Santuario (Eze. 10:18, 19). Sobre esta base, y considerando que Daniel 7:26 explica la escena de juicio de Daniel 7:9, es evidente que este ocurre en el contexto del Santuario celestial.
Ahora, junto al Anciano de días aparece un grupo innumerable de seres celestiales delante de él (Dan. 7:10). Estos seres celestiales participan del Juicio, puesto que en el versículo 9 se menciona una serie de tronos en conexión con el Trono del Anciano de días. En ambos casos se hace uso de la misma palabra (heb. karse’). Fundamentándonos en este aspecto y en la frase del versículo 10, que dice “el tribunal se sentó” (LBLA), vemos que luego de que Dios está sentado en su Trono (vers. 9) los ángeles que ministran ante la presencia divina toman parte de manera activa en el proceso judicial, a manera de corte, o tribunal. Esto se debe al carácter del Juicio divino, a saber, la vindicación del carácter de Dios ante el Universo.
En segundo lugar, el Juicio se hace sobre la base de los registros celestiales. Al final del versículo 10 se dice que “los libros fueron abiertos”. Es importante notar que el Juicio es un proceso, y no una mera declaración de una sentencia, o veredicto. Es cierto que Dios conoce todo, pero considerando el contexto del gran conflicto cósmico, el Juicio se convierte en un elemento fundamental para la verdadera y plena vindicación de su carácter, y no solamente con el fin de declarar quién es salvo y quién no. Por lo tanto, en el juicio descrito en Daniel 7 se apunta a un proceso de escrutinio o análisis de los registros, o libros celestiales; es decir, a un juicio investigador.
En tercer lugar, el Juicio busca vindicar a Dios. Si bien es cierto que el pueblo de Dios es exaltado, en contraposición a lo que el cuerno pequeño procura hacer al pueblo de los santos del Altísimo, en última instancia Dios es exaltado al final de la historia. Desde una perspectiva soteriológica (la doctrina de la salvación), el objetivo último es la restauración del ser humano a la imagen de Dios. Sin embargo, la soteriología debe entenderse en el marco del gran conflicto cósmico, y no solo de la condición del ser humano caído. En otras palabras, la soteriología debe conectarse no solo con la antropología (doctrina del ser humano) sino también con la teología (doctrina de Dios). Cuando se percibe el Juicio desde una perspectiva teológica y antropológica, el cuadro se hace más claro.
Desde la perspectiva del gran conflicto cósmico, el ser humano cae en el pecado a causa de una situación que es mucho más compleja que la mera desobediencia a una orden divina. Hay una guerra que se ha desatado en el plano celestial, y no solo en el planeta Tierra. Apocalipsis 12:7 al 9 describe la lucha entre Cristo y Satanás. Esa lucha en el Cielo puso en tela de juicio el carácter de Dios, y cuando el ángel caído logró introducir a la humanidad en el pecado, la hizo partícipe en ese conflicto. Por lo tanto, el Juicio no solo busca la restauración del ser humano, sino además la restauración del orden en el Universo. Así, al restaurarse el orden del Universo, los que siguieron al Cordero serán también restaurados para la Eternidad. Vivamos, entonces, siguiendo al Cordero inmolado, y recibiremos el Reino eterno.
¡Maranatha!
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