La justificación por la fe y la adoración.
Cuando el pecador arrepentido reconoce que ha sido justificado gracias a los méritos de Cristo y no por algo que él hiciera, se genera en su vida la motivación correcta para consagrarse por completo a la adoración y al servicio a Dios. Esto es lo que Pablo expresa cuando en Romanos 12:1 y 2 relaciona de manera directa “la tierna misericordia de Dios” con la verdadera adoración: “Les ruego que presenten su cuerpo en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es el culto espiritual de ustedes”. La Nueva Versión Internacional traduce: “Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta las misericordias de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios”.
Es evidente que la idea que Pablo enfatiza aquí es que la adoración del creyente es una respuesta a la misericordia de Dios, que se menciona en los capítulos anteriores de la epístola: son todos los actos salvíficos manifestado en la justificación por la fe (Rom. 3:24, 25). En otras palabras, la adoración es una respuesta a la gracia de Dios, manifestada de manera especial en la obra de Cristo al morir “por nuestros pecados y [ser] resucitado para nuestra justificación” (Rom. 4:25).
Esta es la misma idea que encontramos en 1 Tesalonicenses 1:9 y 10: “Porque ellos cuentan la manera en que ustedes nos recibieron y cómo se convirtieron de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero; y esperar de los cielos a su Hijo que resucitó de los muertos, a Jesús, que nos libra de la ira venidera”. La conversión de los tesalonicenses significó para ellos abandonar todas sus prácticas idolátricas y paganas para dedicarse a servir al Dios verdadero. El verbo griego traducido por “convirtieron” tiene el sentido de “volverse”, o “regresar”, y se utiliza para indicar un completo abandono de la idolatría para volverse en adoración al Dios verdadero (Hech. 14:15; 15:19; 26:18, 20). Así, la Biblia claramente demuestra que la verdadera adoración está basada y motivada no en una iniciativa humana, sino en los actos redentores de Dios. El creyente adora a Dios porque Dios lo salvó primero.
¿Qué es la adoración?
En este punto, la pregunta más natural podría ser: ¿Cómo define la Biblia a la adoración? David Peterson tiene razón cuando afirma que el tema de la adoración “es más importante y central en las Escrituras de lo que muchos se imaginan. Está íntimamente relacionado con todos los puntos de énfasis de la teología bíblica tales como la Creación, el pecado, el Pacto, la redención, el pueblo de Dios y la esperanza futura”.1
Los adventistas del séptimo día entendemos la relevancia de la adoración especialmente en el contexto del tiempo de fin, porque es un tema que Dios mismo enfatiza en la predicación mundial del primer ángel de Apocalipsis 14:7: “¡Teman a Dios y denle gloria, porque ha llegado la hora de su juicio! Y adoren al que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas”. Tenemos que ejercer sumo cuidado con la adoración que brindamos a Dios, pues en la Escritura encontramos diversas clases de adoración que fueron inaceptables para él (Gén. 4:3-7; Lev. 10:1, 2; Mat. 15:7-9).
Por eso, la adoración debe estar enmarcada dentro de los parámetros de la Revelación, y no solo de nuestra razón, porque lo que puede parecer impresionante o adecuado para nosotros podría ser ofensivo para Dios.
Por ahora, basta decir que la adoración, tal como aparece en toda la terminología que la Biblia usa para este tema, tiene que ver con el reconocimiento de la grandeza de Dios, de su poder y misericordia, lo que implica consagrar y someter todos los aspectos de la vida a la voluntad y a los propósitos divinos.
Referencia:
1 David Peterson, En la presencia de Dios: una teología bíblica de la adoración (Barcelona: Clie, 2003), pp. 17, 18.
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