Diciembre. Fin de año. Época de conclusiones, desenlaces y culminaciones. Y no podría ser diferente con nuestra sección sobre “Estilo de vida”. Pero, antes de “ponerle moño” y archivar esta serie de temas trascendentes para la vida cristiana, vale la pena hacer un alto y reflexionar sobre lo importante, lo verdaderamente importante: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Col. 1:27).
En nuestro artículo de enero de este año 2017, al iniciar nuestro estudio sobre el estilo de vida del cristiano, mencionábamos que la ausencia de un estilo de vida cristiano revela la ausencia de compromiso con Cristo. Pero, además, reconocíamos que nuestra motivación para vivir acorde a los principios bíblicos debe ser el amor de Dios por nosotros y, como consecuencia, nuestro amor a Dios, por la salvación que nos brinda inmerecidamente (1 Juan 4:19). Ese amor nos impulsará al bien, y nos llevará a actuar con convicción en todas las áreas de la vida (2 Cor. 5:14).
Al fin y al cabo, sin la presencia vivificante de Cristo en el corazón, cualquier esfuerzo humano por vivir de acuerdo con los principios cristianos de estilo de vida resultará, en el mejor de los casos, en un triste intento autosuficiente de justificación y santificación propias; o peor aún, en un legalismo farisaico hipócrita.
Pero, hay algo más; nuestra adhesión a los principios bíblicos de un estilo de vida cristiano no solamente debería nacer de un corazón enternecido y subyugado por el amor de Cristo, sino también, al hacerlo, propiciaremos el fortalecimiento de esa relación vivificante con Cristo.
En otras palabras, cuando, como cristianos, decidimos seguir los principios bíblicos sobre el estilo de vida, no solamente lo hacemos porque hemos experimentado el amor de Dios y deseamos obedecerlo de todo corazón, sino también para estar cada vez más cerca de él y ser “plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento” (Efe. 3:18, 19).
Así, por ejemplo, al evitar mirar, leer o escuchar todo lo que pueda ensuciar nuestra mente o desviarnos hacia el pecado (ya sea por televisión, Internet, radio, películas, series, música, libros, revistas, etc.), o al evitar diversiones mundanales y un arreglo personal ostentoso, o cualquier otro principio del estilo de vida cristiano, estaremos manteniendo nuestra mente limpia y sana, y propiciaremos una actitud humilde y libre de orgullo y egoísmo, dispuesta a abrir el corazón a Dios sin reservas ni competencia alguna. ¡Y cuanto más inunde nuestro ser la presencia de Cristo, más de él anhelará nuestra alma! Cristo es la verdadera “frutilla del postre”.
Elena de White expresó este anhelo magistralmente: “Mi ser entero anhela al Señor. No puedo contentarme solamente con destellos ocasionales de luz. Necesito tener más. ‘Si alguno tiene sed’, dijo Cristo, ‘venga a mí y beba’ (Juan 7:37). ‘El agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna’ (Juan 4:14). […] Mi oración constante es por una mayor proximidad a Dios. Anhelo espiritualidad más profunda, más vigor en la vida cristiana. Deseo ser elevada por encima de toda mundanalidad, a una atmósfera más pura y más santa. Me doy cuenta de que el yo debe mantenerse en sujeción. Debo escoger cuidadosamente mis palabras, y resguardar constantemente mi espíritu, para que el corazón no deje de ser puro y santo. Satanás está siempre intentando guiar nuestros pensamientos en la dirección equivocada, y debo vigilar cada avenida del alma, para que él no obtenga la victoria sobre mí” (Manuscript Releases, t. 19, pp. 292-294).
Es que Jesús es el único capaz de llenar el vacío del corazón; ese vacío que tantas personas intentan llenar en vano por medio de sustancias adictivas, placeres y diversiones mundanales, o cualquier otro espejismo que Satanás ponga en su camino. “Si la felicidad proviene de fuentes ajenas y no del Manantial divino, será tan variable como cambiantes son las circunstancias; pero la paz de Cristo es una paz constante y duradera. No depende de circunstancia alguna de la vida, ni de la cantidad de bienes mundanales ni del número de amigos terrenales. Cristo es la fuente de aguas vivientes, y la felicidad y la paz que provienen de él nunca faltarán, porque él es un manantial de vida” (Fe y obras, pp. 90, 91).
La vida sin él y lejos de él, simplemente, no tiene sentido, por más que ganares “el mundo entero” (Mar. 8:36). Por favor, no te pierdas la frutilla del postre. RA
Que hermosa reflexión! ¿Qué cosa más preciada, que culminar el año buscando aún más la presencia del Gran Maestro? ¡Que él siempre sea nuestro manantial de vida!