Como cada año, una vez más, en septiembre llegó la primavera. Y nuevamente, esta estación nos invita a reflexionar sobre el milagro de la vida. Ese milagro que, por la gracia de Dios, se renueva día a día: “Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad” (Lam. 3:22, 23).
Una bella parábola nos puede ayudar a reflexionar sobre ese amor que renueva todas las cosas. Su autor es José Enrique Rodó, y se titula “Mirando jugar a un niño”. En la parábola, se relata que un pequeño niño jugaba plácidamente en el jardín de su casa, con una copa de vidrio. Observaba cómo el sol brillaba en ella, y con un palillo la golpeteaba rítmicamente, para escuchar las ondas sonoras que se deprendían del cristal. Disfrutaba mucho de acercar su oído y escuchar ese suave y melodioso sonido.
Estuvo un rato así, hasta que de pronto tomó arena y comenzó a colocarla en la copa. Cuando la llenó hasta el borde, la alisó prolijamente y se quedó observando. No pasó mucho tiempo hasta que quiso volver a escuchar el suave y melodioso sonido del cristal; pero ahora, al tocarla, no respondía más que con un ruido seco. El pequeño tuvo un gesto de enojo, y hasta casi se le escapó una lágrima.
Miró, indeciso, a su alrededor, y sus ojos húmedos se detuvieron en una flor blanca y hermosa que estaba cerca. Se dirigió sonriente hacia ella… y la cortó. Entonces la colocó graciosamente en la copa de cristal, asegurándose de que el tallo se enterrara bien en la arena. Y, feliz por su idea, levantó la copa bien en alto y, triunfante, la paseó caminando por el jardín.
“Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”.
Enrique Rodó toma la metáfora de la copa para referirse a la vida. Cuántas veces nos quedamos mudos, sin una melodía en el corazón, debido a las desilusiones, las frustraciones, el dolor y la tristeza. Las cosas no siempre son como quisiéramos.
Recuerdo a un querido profesor que decía: “No existen museos del futuro, porque el futuro es perfecto, no tiene despojos”. Con esta reflexión, se refería a que todos tenemos sueños, proyectos, ilusiones, que se mantienen intactos… Hasta que se chocan con la realidad. Entonces, cuando el futuro se hace presente, las cosas son lo que son, salen como salen… Y van quedando los despojos. Allí aparecen los museos: para guardar los pedazos que quedan.
Suena duro, pero esa es la realidad. El Señor Jesús lo dijo claramente, cuando expresó: “Basta a cada día su propio mal” (Mat. 6:34). Nunca prometió que esta vida sería perfecta, sin dolor, sin momentos difíciles. Es más, nos dice: “En el mundo tendréis aflicción” (Juan 16:33). Pero, recordemos el texto completo: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”. Es importante notar que Jesús dice que nos reveló esto con el propósito de que tengamos paz. Paz con nuestro dolor, con nuestras frustraciones y tristezas. Nada ganamos con renegar y amargarnos por aquellas cosas que no salen como esperamos; por aquellos sueños que no se cumplen; por esa copa que ya no da su melodía; o esos despojos que quedaron de nuestras ilusiones. Amorosamente, el Señor nos habla al corazón, diciéndonos: “Yo quiero regalarte mi paz en medio del dolor. Darte la seguridad de que a pesar de todo, si confías en mí, todo saldrá de la mejor manera; mucho mejor de lo que soñabas. Porque yo he asegurado tu victoria”.
Entonces, el Señor coloca una hermosa flor blanca sobre nuestra copa llena de arena. La flor de su amor perfecto, la flor que encamina todas las cosas para bien. La flor que nos da la seguridad de que los propósitos de Dios siempre se cumplen en la vida de sus hijos. “Jehová cumplirá su propósito en mí; tu misericordia, oh Jehová, es para siempre; no desampares la obra de tus manos” (Sal. 138:8).
No, ¡claro que el Señor no desampara la obra de sus manos! Y, en esta nueva primavera, él nos lo quiere recordar una vez más. Si puede renovar la naturaleza, ¿acaso no podrá dar nueva vida a nuestros sueños, también? Recordemos esto cuando veamos todo florecer y revivir. RA
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