Las crisis, los problemas y las dificultades se resuelven con fe, y no con la desesperación.
El famoso millonario, filántropo y escritor estadounidense Andrew Carnegie decidió analizar la historia de personas que tuvieron éxito a pesar de las muchas dificultades que enfrentaron. Como resultado, llegó a dos conclusiones: “Primero, que cada uno de nosotros, inevitablemente, sufre derrotas temporales, de formas diferentes, en las ocasiones más diversas. Segundo, que cada adversidad trae consigo la semilla de un beneficio equivalente”. Y añadió: “No encontré a hombre alguno que haya tenido éxito en la vida, que no haya sufrido antes derrotas temporales. Cada vez que un hombre supera los reveses de su vida, se vuelve más fuerte mental y espiritualmente”.
No podemos ignorar la realidad de que en algún momento todos vamos a enfrentar el sufrimiento, pero nuestra actitud indicará si seremos derrotados o vencedores. ¿Cómo vamos a enfrentarlo? ¿En qué nos apoyaremos? ¿Cómo aprenderemos a ver las dificultades como “obreras de Dios”? (Elena de White, El discurso maestro de Jesucristo, p. 16).
No podemos enfrentar las crisis como la mayoría, que solo ve el lado negativo y se lamenta frente a las dificultades. Somos llamados a enfrentarlas como una oportunidad para profundizar la fe, en la comprensión de que “no se puede confiar en una fe que no fue probada”, y reconociendo que “las experiencias más angustiosas en la vida del cristiano pueden ser las más benditas. […] La sabiduría divina ordenará los pasos de aquellos que colocan su confianza en el Señor” (White, Nuestra elevada vocación, p. 326).
Las crisis, los problemas y las dificultades se resuelven con fe, y no con la desesperación. Por esto, el apóstol Pablo, en medio de las más duras pruebas, afirmaba: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor. 12:10). Esta fe más profunda, y que vence las pruebas más difíciles, necesita madurar al pasar por tres niveles:
El primero es el de la fe con evidencias. El momento en que confías porque la situación te estimula a confiar. Pueden existir muchas razones para esto: ejemplos positivos de personas que vencieron; demostraciones del amor de Dios en tu vida; o saber que no tenemos otras alternativas, sino la de entregar todo en las manos de Dios. No importa la dimensión de tu necesidad o la simplicidad de tu fe, lo más relevante es aprender a depender del Señor.
El segundo nivel es el de la fe sin evidencias. Es una etapa más difícil y desafiante, en que aprendes a confiar cuando nadie enfrentó el mismo problema antes; no existen ejemplos positivos a tu alrededor; tus oraciones no tienen la respuesta esperada; o muchos te aconsejan desistir. ¿En qué apoyarse en este momento? ¿Qué seguridad tienes de que podrás continuar confiando en la protección, la liberación o el milagro de Dios? En estas situaciones comienzan a surgir los gigantes espirituales, que caminan en medio de la oscuridad, confiando en una fe que cree sin pruebas y confía sin reservas.
El tercer nivel es el de la fe en contra de las evidencias. Este es el más complejo. Todo indica que no deberías confiar, pero eres desafiado a depender solamente del Señor. Cuando ves que otros tuvieron la misma enfermedad y no resistieron, enfrentaron la misma prueba y perdieron la batalla, intentaron y no lo lograron, ¿dónde encuentras las fuerzas para seguir adelante? Habacuc, un profeta “menor” en cuanto a la cantidad de sus escritos, pero “mayor” según el grado de su fe, da el ejemplo de una confianza sin reservas, cuando dice:
“Aunque la higuera no florezca ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo y los labrados no den mantenimiento, aunque las ovejas sean quitadas de la manada y no haya vacas en los corrales, con todo, yo me alegraré en Jehová, me gozaré en el Dios de mi salvación” (Hab. 3:17, 18).
A esta fe más profunda se le aplica una promesa más poderosa:
“Los que más padecen reciben mayor medida de su simpatía y compasión. Lo conmueven nuestros achaques, y desea que depongamos a sus pies nuestras congojas y nuestros dolores, y que los dejemos allí” (White, El ministerio de curación, p. 193).
Recuerda siempre que “Dios aumenta tu fe probando tu fe” (Itaniel Silva). RA
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