Diciembre no tiene por qué estar marcado por el estrés.

Isabella entró en casa después de ir al mercado, donde había hecho la compra de la semana. Ella vio que Marcelo,
su marido, estaba en la sala sentado en el sofá, con la televisión encendida y mirando el celular. “¡Cariño! ¿Me ayudas con las compras que traje a casa? El auto está lleno de cosas”, dijo Isabella mientras entraba con cuatro bolsas en la mano derecha y dos en la izquierda. El esposo la miró y, refunfuñando, se levantó para ayudar. Antes, gritó dos veces los nombres de sus dos hijos: “¡Marcos, Miguel! ¡Ayuden a mamá con las compras del auto! ¡Rápido!”

Mientras bajaban las cosas, Isabella le dijo a su marido: “Mi madre me ha llamado para ver qué vamos a hacer en Navidad”, y Marcos lo oyó y dijo: “¡No quiero ir a casa de la abuela!” Isabella se extrañó por la afirmación de su hijo y le preguntó por qué. “Antes me gustaba ir, pero las dos últimas veces fue muy aburrido. No tenemos nada que hacer y siempre hay peleas”.

Los dos padres se miraron de reojo y se quedaron en silencio. Realmente, los últimos dos años habían sido tensos, los niños estaban creciendo y querían otras actividades, más propias de adolescentes. Además, habían ocurrido varias situaciones tensas entre Isabella y su hermana. Marcos respiró hondo, miró a su hermano (que también estaba descontento con la idea de pasar la Navidad en casa de la abuela) y volvió a su habitación.

Isabella y Marcelo terminaron de ordenar las cosas en la heladera y la despensa, y se sentaron a hablar. Era la primera vez que los niños expresaban ese tipo de insatisfacción, y eso les preocupaba. “Es cierto que la última pelea con mi hermana fue fuerte, pero pensé que los chicos no se habían visto afectados; ¿debería hablar con ella antes?”, dijo Isabella. “Bueno, la última vez ni siquiera hablaron, tú te tragaste la rabia sola y tu hermana (después de un tiempo) decidió hacer como si nada hubiera pasado y volvió a hablar contigo. Marcos tiene razón, yo también quiero pasar una Navidad tranquila. Tu madre ¿se ofenderá si no vamos a su casa?”, argumentó Marcelo.

Es interesante cómo las llamadas “fiestas de fin de año” pueden convertirse en momentos agradables y esperados durante todo el año o en situaciones de peleas, incomodidad y guerra de egos, “resucitando” situaciones pasadas y mal resueltas.

¿Acaso nos olvidamos de la esperanza de la promesa de un Dios que lo renovará todo? ¿Y ese peso de la memoria, esa opresión que a menudo nos produce la culpa, nos hace pensar en lo que realmente estamos celebrando? ¿Qué pasaría si miráramos cada momento de la vida, no solo a fin de año, como oportunidades únicas para respetar nuestra capacidad de elección, de reflexión, de alegría, de tristeza? Pero con respeto, sin egoísmo, llorando con los que lloran, riendo con los que se toman las cosas con más ligereza, filosofando con los más experimentados y jugando con la increíble imaginación de los pequeños aventureros que están aprendiendo a abrirse camino en una vida marcada por las despedidas, pero que alimenta sus ojitos en la eternidad.

Que este fin de año esté lleno de equilibrio emocional, de equilibrio financiero, de equilibrio espiritual, de equilibrio nutricional y de equilibrio, incluso, en los sueños para el próximo año.