Estamos comenzando 2016, y no hace mucho que pasamos por el último día de 2015. Normalmente, el cambio de año es momento de reflexión personal, gratitud y nuevos propósitos. Basta con observar cuántas fiestas, ceremonias, cultos e, incluso, actividades supersticiosas son promovidas en este período. Hay una motivación especial en el aire; pero, por otro lado, no existe nada de mágico en el 31 de diciembre. Es solamente un cambio de calendario.
El tema del último día, sin embargo, debe provocar una reflexión más profunda. No hablo de la fiesta del 31 de diciembre, sino del último día de vida. Hay muchos a quienes no les gusta tocar este tema por miedo de que eso termine apresurando las cosas. Pero no podemos alimentar, de manera alguna, este tipo de superstición. Debemos sí continuar confiando en el Dios que tiene todo bajo su dirección. Él conoce el tiempo cierto, y eso no depende de lo que hablemos sobre el asunto.
Es curioso observar cómo esta cuestión provoca miedo pero no influye positivamente en el comportamiento. La mayoría de las personas vive como si la vida nunca fuese a terminar y olvida que en cualquier momento puede despertar en el que realmente será su último día.
¿Cuál sería tu actitud si supieses que este día llegó? ¿Qué cambiaría en tus planes, pensamientos, decisiones y actitudes? Cuando alguien preguntaba a Juan Wesley, fundador del Metodismo, lo que haría hoy si tuviera la seguridad de que Jesús volvería mañana y este fuese su último día en la Tierra, él respondía que haría exactamente lo que había planeado. ¿Cuál sería tu respuesta?
Jesús alertó sobre el asunto cuando contó la parábola del rico necio, que pensaba en acumular riquezas, hacer inversiones y aprovechar la vida, sin considerar el día siguiente. Él terminó con una dura apelación: “Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?” (Luc. 12:20). Elena de White tenía la misma preocupación: “Debemos velar, obrar y orar como si este fuese el último día que se nos concede” (Joyas de los testimonios, t. 2, p. 60). Ella hace un solemne llamado: “Cada mañana, consagraos a Dios con vuestros hijos. No contéis con los meses ni los años; no os pertenecen. Solo el día presente es vuestro. Durante sus horas, trabajad por el Maestro como si fuese vuestro último día en la Tierra. Presentad todos vuestros planes a Dios, a fin de que él os ayude a ejecutarlos o abandonarlos según lo indique su Providencia” (ibíd., t. 3, p. 93).
Quiero desafiarte a vivir cada día de 2016 como si fuese el último, preparado para el descanso o para el encuentro con Jesús en su venida. En este año, ¿quién ocupará el primer lugar? ¿Dios, la familia, el trabajo, los amigos, la iglesia? Mi desafío no es solamente para que pongas a Dios en primer lugar, sino también para que lo coloques en el centro de tu vida. Él no necesita competir con otras cosas, pero debe influir en todas ellas. Eso es vivir cada día en la presencia del Señor. Así, cualquier día puede ser el último, pue estarás en las manos de aquel que es dueño del futuro.
Por otro lado, aprovecha cada oportunidad para testificar de Jesús a las personas con quienes tengas contacto. Recuerda que “cada día termina el tiempo de gracia para algunos. Cada hora, algunos pasan más allá del alcance de la misericordia. Y ¿dónde están las voces de amonestación y súplica que induzcan a los pecadores a huir de esta pavorosa condenación? ¿Dónde están las manos extendidas para sacar a los pecadores de la muerte? ¿Dónde están los que con humildad y perseverante fe ruegan a Dios por ellos?” (Patriarcas y profetas, p. 135). Si tu vida y tus palabras son un ejemplo, ninguna persona que tuviera contacto contigo vivirá su último día sin oportunidad de salvación. Al fin y al cabo, el diez por ciento de las personas lee la Biblia y el noventa por ciento lee tu vida. A través de tu ejemplo personal, ellos conocerán el camino para entregar su vida al Señor.
Cuando cuidamos de nuestros valores espirituales y también los compartimos con otras vidas, estamos siempre preparados y podemos decir con tranquilidad: “Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos” (Rom. 14:8).RA
0 comentarios