Una representación del amor divino.
El Santuario levantado por Moisés en el desierto estaba compuesto por tres áreas claramente definidas. En primer lugar, el atrio, que era la parte externa del Tabernáculo. En seguro lugar, el Tabernáculo estaba dividido en dos compartimentos: el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. En esta ocasión daremos una mirada al atrio, sus muebles y las ceremonias que se realizaban allí a fin de destacar su importancia para la compresión teológica del plan de salvación.
El atrio contenía dos muebles que involucraban un aspecto fundamental en el proceso de salvación. El primero era el altar del sacrificio. Allí se ofrecían diversos sacrificios, como los holocaustos (Lev. 1:3), las ofrendas de cereal (Lev. 2:1), las ofrendas de paz (Lev. 3:1), las ofrendas por el pecado (Lev. 4:3) y las ofrendas por la culpa (Lev. 5:6). En todos estos casos, se debía traer la ofrenda al Altar del Sacrificio. Esto indica que existía una provisión para las diferentes situaciones que el creyente enfrentaba.
Ahora, en todos los casos, las ofrendas debían ser traídas frente a la Tienda de reunión (Lev. 1:3; 3:2; 4:5) o entregadas al sacerdote (Lev. 2:2; 5:6, 8, 12, 18; 6:6), para que este procediera a ofrecerlas ante la presencia del Señor. Además de esto, en todos los casos había derramamiento de sangre, a excepción de las ofrendas de cereal. No obstante, no todos los sacrificios u ofrendas tenían una función expiatoria. Los holocaustos y las ofrendas por el pecado y por la culpa tenían el propósito de expiar el pecado (Lev. 1:4; 4:20; 5:6) y obtener el perdón para el oferente (Lev. 4:20; 5:10).
Por su parte, las ofrendas de cereal y las ofrendas de paz tenían otro propósito. Las ofrendas de cereales eran ofrecidas como memorial delante de Jehová y se debían preparar con la sal del pacto (Lev. 2:13). Tenían el objetivo de confirmar al creyente en el pacto con el Señor.
En cuanto a las ofrendas de paz, estas eran traídas en gratitud a Dios o por algún voto cumplido, y tenían el propósito de generar comunión entre el creyente y Dios, ya que esta ofrenda es llamada “alimento” (Lev. 3:11) para el Señor, además de ser consumida por el sacerdote y el creyente (Lev. 7:14, 15). Por lo tanto, las ofrendas que se traían al santuario pueden ser para obtener el perdón de Dios o como gratitud a Dios por sus bondades.
Ahora bien, hay dos características más que deben tenerse en cuenta cuando hablamos de los sacrificios que se realizaban en el Santuario.
Primero: el animal sacrificado no debía tener defectos (Lev. 1:3; 3:1; 4:3; 5:15). Esto significa que se debía sacrificar lo mejor, ya que representaba al sacrificio por excelencia que fue ofrecido en la cruz del Calvario (Juan 1:29). Cristo fue el sacrificio perfecto que tomó nuestro lugar. El oferente que traía su sacrificio lo hacía entendiendo no solo la necesidad de Dios en su vida, sino también de perdón y expiación por sus pecados.
Segundo, el sacrificio que era traído por el creyente al Santuario era sacrificado delante de la puerta del Tabernáculo después de que el creyente ponía sus manos sobre la cabeza del animal sacrificial (Lev. 1:4; 3:2; 4:4; 8:14). Este era un acto de confesión del pecado, el cual era simbólicamente transferido al animal sacrificado que moriría en lugar del pecador arrepentido y así el sacrificio podría servir para expiación, tal como el texto declara: “Pondrá su mano sobre la cabeza del holocausto, y le será aceptado para hacer expiación por él” (Lev. 1:4, LBLA). Nótese que solo al poner la mano sobre la cabeza del sacrificio era posible hacer la expiación en favor del creyente.
A la luz de estos elementos, podemos determinar que los sacrificios ofrecidos en el Santuario terrenal cubrían las diferentes situaciones a las que se enfrentaba un creyente, ya sea la necesidad de recibir perdón divino o de entrar en comunión con Dios, confirmando el pacto entre él y su pueblo. Del mismo modo, los sacrificios que se llevaban al Santuario debían ser ofrendas sin defecto porque representaban al Cordero de Dios. También se requería que el creyente tuviera la actitud correcta para recibir el perdón y entrar en comunión con el Creador; de lo contrario, el ritual terminaría siendo un mero formalismo.
Así, los sacrificios ofrecían al creyente la oportunidad de vivir y mantenerse dentro del pacto. Hoy no tenemos un santuario en la Tierra, pero sí tenemos acceso directo al Santuario celestial. Acerquémonos confiadamente a la presencia del Padre por medio del Cordero de Dios, Cristo Jesús.
¡Maranata!
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