Salvación histórica y escatológica
Por Enoc Chávez Pereira
El Salmo 23 puede ser uno de los textos más conocidos y amados en toda la Biblia. Pero, ¿podría ser que estemos pasando por alto la profundidad e importancia que este tiene para el salmista, y posteriormente en la revelación del Nuevo Testamento? ¿Podría ser que nuestra relación con el salmo sea meramente infantil, de tan solo repetir de memoria lo que alguna vez aprendimos cuando pequeños?
Antes de adentrarnos en el contenido del texto, podemos señalar algo en cuanto a la forma y estructura del salmo. A simple vista presenta una división sencilla de dos metáforas relacionadas entre sí. Los versículos 1 al 4 muestran a Jehová como el divino Pastor, y los versículos 5 y 6 nos muestran su faceta de anfitrión divino, quien acoge en su hogar y a su mesa. Teniendo esas imágenes en mente, es sumamente interesante que la primera y última idea del Salmo es «Jehová»,[1] es decir, el corazón e hilo conductor de esta composición no está exclusivamente centrado en la experiencia personal del que compone, sino en la presencia e intervención de Dios en su historia de vida y en la de su pueblo.
Para captar el trasfondo y los matices más sutiles del salmo, así como comprender lo que estaba pasando en la mente del salmista al momento de escribir unos de los versos más hermosos de la Biblia, se hace vital recordar la liberación del pueblo hebreo desde la tierra de Egipto y su posterior paso por el desierto hasta la Tierra prometida. La razón es sencilla: la Torá y el Salterio están impregnados del viaje de los hebreos. Ese episodio de su historia resuena como eco y alusiones en el Salmo 23.
Al inicio del cántico encontramos a Jehová como el pastor, concepto que no es nuevo para alguien familiarizado con las Escrituras hebreas. De hecho, es uno de los epítetos más antiguos de Dios en el Antiguo Testamento (Gén. 49:24) y es una metáfora común dentro del libro de Salmos (Sal. 80:2; 77:21; 95:7). Lo que sí es original se encuentra en el pronombre posesivo, “mi” Pastor, la interpretación más personal de este título en toda la Biblia. Mientras Jehová sea «mi Pastor», no hay necesidad, ya todo ha sido suplido, nada falta ni faltará. Deuteronomio 2:7 es el antecedente para declarar con plena certeza el sustento divino: «Estos cuarenta años Jehová tu Dios ha estado contigo, y nada te ha faltado» (ambos textos usan el verbo «faltar»).
En los versículos 2 y 3 se agregan paralelos entre el salmo y episodios de la historia del pueblo hebreo en su salida de Egipto, el cruce del Mar Rojo y su posterior peregrinaje. Por tanto, los «delicados pastos» encuentran un paralelo con la llegada a la «santa morada de Dios» (Éxo. 15:13) luego de la travesía de Israel por el desierto.[2] Las aguas de reposo del Pastor (Sal. 23:2) traen a memoria el lugar de descanso que Dios dio al pueblo durante el viaje (Núm. 10:33). Y al recordar su liberación con poder, el autor escribe en el Salmo 106:8 «Él los salvó por amor de su nombre«, usando una fraseología idéntica a la del Salmo 23:3. Cada una de estas alusiones refuerza la idea de que la celebración de Pésaj (la Pascua judía) es lo que da sentido y garantía a las afirmaciones del compositor. La bendición es segura, no solo porque la vida del autor ha estado llena de bendición, sino también porque Dios ha conducido y bendecido la vida de miles más en el presente y pasado.
El versículo 4 sugiere una nueva alusión, cuando menciona el valle «de sombra de muerte»,[3] que aparentemente no tiene relación con algún evento en particular dentro de la historia de Israel. Sin embargo, el libro de Jeremías liga su uso a la liberación de los hebreos al registrar: «Nos condujo por el desierto, por una tierra desierta y despoblada, por tierra seca y de sombra de muerte» (Jer. 2:6). La protección de Dios nunca faltó, y el salmo nos recuerda por medio del oficio del pastor de antaño que su vara protege a las ovejas de los peligros del campo y su callado las guía hacia mejores pastos.
Los últimos 2 versículos presentan un cambio de metáfora, y presentan a Jehová como el anfitrión que prepara la mesa. El salmista, participando de un banquete, anticipando futuras ocasiones de acción de gracias y celebrando el sustento de Dios, recuerda la provisión de una mesa en el pasado, específicamente en el desierto (Sal. 78:18-25). Incluso frente a los enemigos de la vida, quienes seguirán apareciendo en momentos puntuales del futuro, la provisión y cuidados de Dios están presentes en todo momento. Jehová recibe a su invitado con aceite[4] para demostrar su hospitalidad llenando la copa hasta que rebosa, es decir, una vida tan abundante y llena de bendición que rebosa en acción de gracias.
Los versículos finales 5 y 6 concluyen el cántico mencionando que la «misericordia» continuará sin fin. Las bendiciones futuras son firmes y ciertas. Están ligadas al pacto de Dios con su pueblo cuyo fundamento es la «misericordia» (Éxo. 20:6; 34:6; Núm. 14:18; Dt. 7:9; Isa. 54:10). Pero en esta obra de arte la relación del pacto no es establecida bajo las bases de señor y vasallo sino del tierno Pastor que protege a toda costa a su oveja o del huésped divino que ha sustentado efectivamente en el pasado, entregando sus cuidados en el presente y garantizando un futuro próspero de bendición.
El análisis desarrollado en este artículo sobre el trasfondo del Salmo 23 debe afectar nuestra comprensión del concepto pastoral de Dios en la Biblia. Ya en el Nuevo Testamento encontramos las palabras de Cristo en Juan 10:11: «Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas». Al hacer esta declaración, Jesús no está usando la imagen del pastor meramente porque la gente estuviera familiarizada con ella (tanto en oficio diario como en las Escrituras hebreas), sino porque hasta entonces estaba limitada a Dios. Durante su ministerio, el maestro invitó a cada seguidor a ver en él al verdadero pastor (ver 1 Ped. 2:25; 5:4) que cuida a sus ovejas a costa de su propia vida, quien las guía hasta la tierra prometida y prepara un banquete de bodas para celebrar la victoria sobre el pecado de forma definitiva.
Basado en el comentario de Peter C. Craigie, Psalms 1‑50, de la serie Word Biblical Commentary (pp. 203-209).
Referencias:
[1] La palabra «Jehová» forma un inclusio, es decir, crea un marco con material similar al comienzo y al final, lo que resalta una estructura, un tema importante o incluso la forma en que el material central se relaciona entre sí con el inclusio.
[2] La conexión lingüística entre los textos de Salmos 23:2 y Éxodo 15:13 se encuentra en los verbos “conducir” y “pastorear”.
[3] Job 10:21-22 amplía el concepto de «sombra de muerte», conectándola con la inminente amenaza o anticipo de muerte.
[4] El aceite sobre la cabeza, además de las ceremonias de ungimiento sobre reyes y sacerdotes, era un acto de cortesía y hospitalidad hacia un invitado (cf. Luc. 7:46). J. M. Freeman y H. J. Chadwick, Manners & customs of the Bible (North Brunswick, Nuevo Jérsey: Bridge-Logos Publishers, 1998) p. 313.
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