Un repaso de nuestra historia pasada que nos impulsa a continuar la tarea iniciada.
Desde el principio, nuestro trabajo fue enérgico. Nuestros números eran pocos, y en su mayoría de las clases más pobres. Nuestras opiniones eran casi desconocidas para el mundo. No teníamos lugares de culto, solo unas pocas publicaciones e instalaciones muy limitadas para llevar a cabo nuestro trabajo. Las ovejas estaban esparcidas en los caminos, en las ciudades, en los pueblos, en los bosques. Los mandamientos de Dios y la fe de Jesús fue nuestro mensaje.
Nuestro número aumentó gradualmente. La semilla sembrada fue regada por Dios, y él dio el crecimiento. Al principio nos reuníamos para adorar y presentábamos la verdad a los que venían a escuchar, en casas particulares, en grandes cocinas, en graneros, en arboledas y en escuelas; pero no pasó mucho tiempo antes de que pudiéramos construir humildes casas de adoración. A medida que aumentaba nuestro número, era evidente que sin alguna forma de organización habría una gran confusión y la obra no podría llevarse a cabo con éxito. Para proveer para el sostén del ministerio, para llevar a cabo la obra en nuevos campos, para proteger de miembros indignos tanto a las iglesias como al ministerio, para mantener las propiedades de la iglesia, para la publicación de la verdad a través de la prensa, y para muchos otros objetos, la organización era indispensable.
A medida que el desarrollo de la obra nos requería lanzar nuevos emprendimientos, nos fuimos preparando para embarcarnos en ellos. El Señor dirigió nuestras mentes a la importancia de la obra educativa. Vimos la necesidad de las escuelas, para que nuestros hijos recibieran instrucción libre de los errores de la falsa filosofía, para que su formación estuviera en armonía con los principios de la Palabra de Dios. Se nos había insistido en la necesidad de una institución de salud, tanto para la ayuda y la instrucción de nuestro propio pueblo como para bendecir e iluminar a otros. Esta empresa también se llevó adelante. Todo esto fue obra misionera del más alto nivel.
Nuestro trabajo ha avanzado constantemente. ¿Cuál es el secreto de nuestra prosperidad? Nos hemos movido bajo las órdenes del Capitán de nuestra salvación. Dios ha bendecido nuestros esfuerzos unidos. La verdad se ha extendido y florecido. Las instituciones se han multiplicado. La semilla de mostaza se ha convertido en un gran árbol. El sistema de organización ha demostrado ser un gran éxito. Se implementó la benevolencia sistemática de acuerdo con el plan bíblico. El cuerpo ha sido “bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente” (Efe. 4:16). Aun con todo lo que hemos avanzado, nuestro sistema de organización ha demostrado ser eficaz […].
Que nadie piense que podemos prescindir de la organización. Erigir esta estructura nos ha costado mucho estudio y muchas oraciones por sabiduría, que sabemos que Dios ha respondido. Ha sido construida bajo su dirección, a través de mucho sacrificio y conflicto. Que ninguno de nuestros hermanos se deje engañar al punto de intentar derribarlo, porque así acarrearán una condición de cosas que ni se imaginan. En el nombre del Señor, les declaro que ha de permanecer firme, fortalecida, establecida e inamovible. Al mandato de Dios: “Adelante”, avanzamos cuando las dificultades por superar hacían que el avance pareciera imposible. Sabemos cuánto ha costado llevar a cabo los planes de Dios en el pasado, lo que nos ha convertido como pueblo en lo que somos. Entonces, que cada uno tenga sumo cuidado de no perturbar las mentes con respecto a las cosas que Dios ha ordenado para nuestra prosperidad y éxito en el avance de su causa.
La obra está próxima a cerrar. Los miembros de la iglesia militante que hayan demostrado ser fieles se convertirán en la iglesia triunfante. Al repasar nuestra historia pasada, habiendo recorrido cada paso del avance hasta nuestra posición actual, puedo decir: ¡Alabado sea Dios! Al ver lo que Dios ha obrado, me lleno de asombro y de confianza en Cristo como Líder. No tenemos nada que temer por el futuro, a menos que olvidemos la forma en que el Señor nos ha conducido, y su enseñanza en nuestra historia pasada.
Texto extraído de la Review and Herald del 12 de octubre de 1905.
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