EL DILEMA DE MALINOWSKI

01/04/2022

Historias de valor, solidaridad, milagros y fe bajo el fuego de misiles en medio del conflicto entre Ucrania y Rusia.

De mis clases de Antropología, siempre recuerdo aquella historia del gran antropólogo polaco Bronislaw Malinowski, fundador de la antropología social británica a partir de la metodología basada en la experiencia personal del trabajo de campo.

La Primera Guerra Mundial sorprendió a este investigador en unas lejanas islas del Pacífico Sur. El brutal enfrentamiento bélico se extendería entre 1914 y 1918 y arrojaría el penoso resultado de diez millones de muertos.

Entretanto, y en pleno proceso de su investigación antropológica, Malinowski conversó con un anciano, miembro de uno de los grupos caníbales de la zona. Al comentarle sobre la guerra y las muertes en Europa, el caníbal le preguntó qué hacían los blancos con tanta carne.

Con aires didácticos, Malinowski le explicó que en las regiones occidentales no existía el consumo de carne humana, y que esto constituía un rasgo de civilización que los alejaba de la barbarie. Perplejo, el caníbal preguntó lo siguiente en forma de argumento: “Pero, si no los comen, ¿para qué los matan?”

Silencio.

Malinowski no pudo contestarle nada.

Es que la guerra hunde a la llamada “civilización” en contradicciones insondables. El reciente conflicto entre Rusia y Ucrania dejó expuesta (una vez más) la inhumanidad del hombre hacia el hombre. Y, se sabe: “La inhumanidad del hombre hacia el hombre es nuestro mayor pecado” (Elena de White, El ministerio de curación, p. 121).

Lo sabe Eugene, de 27 años, quien huyó de la ciudad de Jarkov hacia Lviv escapando del fuego ruso, pero luego vio por las noticias cómo un misil impactó y destruyó el edificio municipal de su ciudad y el departamento donde vivía, que estaba al lado.

Lo saben los padres de Alisa Hlans, una niña que en tres meses hubiera cumplido ocho años y murió en el ataque con misil al jardín de infantes de Okhtyrka, localidad que se encuentra a seis horas al este de Kiev. A Alisa, se suman Polina, Ivan, Sofia y otros niños cuyas muertes se han registrado. Lamentablemente, hay muchos más.

Lo saben Oleg y Alexander, dos compañeros oriundos de Ucrania que trabajan en los talleres de la Asociación Casa Editora Sudamericana (ACES) y que cada día intentan comunicarse con sus amigos y familiares para saber cómo están. Aún desconocen el paradero de muchos de ellos.

Lo sabe Elena Klymenko, quien relata con angustia a los medios del mundo cómo el fuego de las ametralladoras les arrebató la vida a dos de sus sobrinos: Andre, de quince años; y Nicola, de tres. Ocurrió en Bucha, al norte de Kiev.

Lo saben los soldados que intentaron ayudar a Tatiana Perebeinis y sus dos hijos (Alise, de 9 años; y Nikita, de 18), quienes no pudieron escapar con éxito de la ciudad de Irpin y fueron abatidos por un mortero que atacó a un grupo de civiles. Cuando se disipó la nube de polvo de hormigón, los tres estaban sin vida en el suelo, rodeados de sus valijas.

Lo saben cientos de esposas que, con lágrimas de angustia en los ojos, despidieron a sus maridos que se alistaron en el ejército ucraniano.

Lo saben los miles de hacinados en las estaciones de trenes que huyen hacia Polonia y demás países vecinos dejando sus casas, sus pertenencias y sus objetos queridos. Todo, por valorar la vida.

De eso se trata.


“Escuchábamos el crepitar de las balas y el estruendo de las bombas”

Vida que quisieron conservar Rubén y Lía, una pareja de misioneros adventistas brasileños que servía en Ucrania y salvó su vida milagrosamente.

Mi colega Marcio Tonetti, de la Casa Publicadora Brasileira, me pasa el contacto de WhatsApp para que pueda comunicarme con ellos. Su historia emociona.

Así lo cuenta Rubén Holdorf, periodista, Doctor en Comunicación y docente en la ciudad de San Pablo, Brasil. Él llegó con su esposa a la ciudad de Bucha, ubicada a 28 kilómetros al noroeste de Kiev, el 3 de junio de 2021. Su misión consistiría en estructurar programas de Redacción para estudiantes de periodismo en el predio adventista del Instituto Ucraniano de Humanidades. Otra de las tareas que le asignaron fue promover alianzas de intercambio con las carreras de Comunicación de las universidades de Montemorelos (UM), Peruana Unión (UPeU) y Adventista del Plata (UAP).

“No fue fácil adaptarse a la organización curricular, pero enfrentamos el desafío con alegría. Por otro lado, el departamento en el que vivíamos tenía menos de cincuenta metros cuadrados. La primera conclusión de los beneficios de la misión reveló que no era necesario vivir en casas enormes. Vivíamos felices y con un propósito. Nos aconsejaron comprar un freezer, ya que los precios de las frutas se cuadriplicarían al comienzo del invierno. Así que, instalamos el electrodoméstico en la cocina y lo abastecimos, congelando frutas, verduras, leche, yogur, panes y pasteles”.

Pero él y su esposa nos comentan que los problemas cotidianos comenzaron en diciembre: “Incluso contando con la ropa adecuada, nos dimos cuenta de que el sistema de calefacción de donde vivíamos iba a averiarse y que la crisis del gas nos golpearía en algún momento. Durante parte del verano y en el otoño, sufrimos en Ucrania varios cortes provocados por el boicot ruso al suministro de gas. Incluso estuvimos más de una semana sin poder darnos una ducha caliente en días muy fríos. Entonces, se nos ocurrió la idea de comprar bolsas de dormir resistentes, para soportar las bajas temperaturas”.

Rubén también comenta que el territorio de Ucrania fue siempre un campo de disputas, y que sus tierras fueron invadidas desde hace siglos por mongoles, otomanos, alemanes, rumanos, austrohúngaros, franceses, polacos, lituanos y, por supuesto, rusos. Y hubo períodos de dominación, de esclavitud y genocidio. “Las nuevas generaciones empiezan a tener una idea de las penurias sufridas por padres, abuelos y demás antepasados durante el período de dominación comunista en Ucrania. En 1932 y 1933, el dictador Josef Stalin confiscó tierras, cooperativas y granjas productivas de los ucranianos y los aisló del mundo, lo que desencadenó el genocidio conocido como ‘Holodomor’ (que en ucraniano significa ‘Morir de hambre’), que mató a siete millones de personas. En la lista de víctimas, tengo dos parientes lejanos”, recuerda Rubén con tristeza.

Más allá de todo esto, y luego de la caída del Muro de Berlín, Ucrania proclamó su independencia el 24 de agosto de 1991. “En este escenario de libertad, la Iglesia Adventista del Séptimo Día aprovechó la oportunidad para crecer. En 2009, Hope Channel Ucrania comenzó a transmitir en ruso y ucraniano. En el país hay una clínica adventista, 784 congregaciones y unos 43.000 miembros”, aporta Rubén.

Con este bagaje histórico a cuestas, estudiantes, docentes y personal del Instituto Ucraniano de Humanidades amanecieron asustados a las 5:20 am del jueves 24 de febrero. Se podía escuchar el crepitar de las balas y el estruendo de las bombas en la invasión del aeropuerto Antonov, a cinco kilómetros de allí.

Rubén cuenta que el presidente del predio, el pastor Andriy Shevtchuk, con la ayuda de otros miembros del personal, organizó la evacuación de estudiantes, profesores y personal. Debido al aumento y la violencia de las batallas en Bucha, los adventistas que residían en los alrededores buscaron seguridad dentro del Instituto.

Lo que sigue es impactante: “El 2 de marzo ocurrió un milagro en medio de batallas y la falta de combustible. Dos personas transportaron suficiente comida en sus camionetas para que todos los que estábamos allí pudiéramos subsistir una semana más. A la mañana siguiente, otro milagro: las tropas rusas dispararon morteros contra el campus, pero no hirieron a nadie”.

Muchos misioneros y pastores adventistas que estaba sirviendo en Ucrania han podido salir del país de manera milagrosa. No sin estrés y complicaciones, Rubén y su esposa pudieron emigrar también de Ucrania y volar hacia Estambul, Turquía. Así recuerda él ese momento: “Mirando por la ventana de la Terminal D, traté de desconectarme de todo a fin de no escuchar a nadie más. Necesitaba resolver las preguntas de mi mente: ‘¿Por qué Dios permitiría que nuestra misión aquí llegara a un final abrupto como este?’ ‘¿Por qué al tratar de salir del país estábamos frenados por tecnicismos y extorsiones?’ ‘¿Por qué bloquearon nuestras tarjetas de crédito y no aceptaban el efectivo que traíamos para pagar los pasajes?’ Oré: ‘Señor, llegamos hasta aquí por tu gracia. Y ahora que tenemos que salir no contamos con la posibilidad de hacerlo. Por favor, dirige nuestra vida, sea que nos quedemos en Ucrania o que volemos hacia Turquía’ ”.

Luego de solucionar varias trabas legales, pudieron viajar. Rubén concluye: “El avión despegó. El alivio se apoderó de nosotros, pero había un nudo en mi estómago y un corazón roto. Hoy nuestro cuerpo está en Turquía; pero nuestra mente, en Ucrania, orando por los hermanos que permanecen allí. Cualquiera que fuere el resultado de esta guerra, como adventistas debemos seguir con el mandato de Jesús de llevar el evangelio hasta que él regrese y ponga fin a este mundo de pecado”.

“La situación es desesperante”

Cuando las crisis golpean, no solo debemos orar. También, en la medida de nuestras posibilidades, debemos actuar. Por eso, ante este conflicto, la Iglesia Adventista no permaneció en la inacción. Así, los equipos de ADRA especializados en desastres se organizaron rápidamente con el fin de ayudar en la situación.

Debido a esto, entrevistamos a Eric Leichner, gerente de Gestión de Emergencias de la Agencia Adventista de Desarrollo y Recursos Asistenciales (ADRA) para la División Sudamericana. Él forma parte de un grupo especial de coordinadores de ADRA de todo el mundo que acuden para responder ante cualquier crisis o desastre cuando la gravedad de una situación excede a los recursos (humanos y económicos) de ADRA de la región en donde la catástrofe ocurrió. Y esto fue lo que sucedió ahora en Ucrania.

Así, Eric (junto a los demás integrantes de este equipo) viajó a la frontera entre Rumania y Ucrania con el fin de coordinar la implementación de la ayuda en ese lugar.

“Estamos en la frontera de Rumania, con el objetivo de apoyar a la crisis dentro de Ucrania. Llegamos el jueves 2 de marzo con la intención de apoyar a ADRA Ucrania. Ellos son víctimas también. En muchos desastres, nuestro personal no está afectado. En este caso, sí lo está, porque son personas aisladas. No tienen acceso a electricidad ni a Internet”, nos comenta. Ante los ataques, la población civil de Ucrania busca huir de sus casas, especialmente en las zonas que están bajo fuego. Eric nos explica la tarea de ADRA: “Tratamos con los miles de refugiados que emigran de Ucrania. Hoy, son más de dos millones. Tratamos de proveer para ellos condiciones mínimas de comida, agua e higiene, ya sea en templos adventistas, en escuelas y en hospitales. Trabajamos para lograr la evacuación a lugares más seguros”.

Frente a este panorama, coordinar la ayuda no es tarea sencilla: “Si bien nuestro equipo de ADRA está conformado por personas sumamente capacitadas, no podemos entrar en Ucrania, por seguridad. La oficina de ADRA Ucrania no existe más y su personal está desparramado. Poder realizar un trabajo humanitario significativo es muy difícil. Estamos acotados. Es un proceso complicado, pero hay que resaltar el compromiso del personal de ADRA y cómo busca formas de ayudar a los demás, aun en contra de su propia seguridad. Aquí no hay egoísmos”.

Ante la pregunta de si ADRA organiza campamentos de refugiados, Eric responde: “La mayoría de las veces, el montar un campamento de refugiados es la última opción posible. Se buscan otras formas antes de eso, como familias de acogida, por ejemplo. Se trata de personas que aceptan alojar gente en sus casas. También buscamos alojarlos en centros comunitarios. Es preferible eso antes que un campamento de refugiados, dado que esto podría ser una solución rápida, pero es muy difícil gestionarlo y sostenerlo a lo largo del tiempo. Si bien hay algunos campamentos en algunas fronteras, no es la mejor opción”.

Al respecto, Eric nos comentó qué vivencias manifiestan las personas que dejan Ucrania: “He hablado con muchos de ellos. Están muy shockeados y afectados por la situación. Además de dejar sus hogares, esto también implica separar a la familia. Los hombres de entre 18 y 60 años se quedan en Ucrania, no se les permite pasar la frontera, porque se tienen que enlistar en el ejército. Y pierden el contacto con los familiares. Los que vienen por aquí son niños y mujeres; es decir, es una población muy vulnerable para la trata de personas y la violencia de género. Nosotros también pensamos en cómo sería el proceso de reunificación familiar. Esto también es algo dificilísimo. Tal vez esas familias nunca vuelvan a reunirse”.

“Sin embargo, hay una situación grave de las personas que salen por esta frontera. Si bien muchos tienen parientes en Rumania, otros no los tienen. Rumania es un país de tránsito, es solo para salir de Ucrania. Entonces, cuando ya están a salvo, buscan ir a otros países donde tal vez sí tengan amigos o familiares. Pero, en muchos casos no pueden viajar ni salir de Rumania por cuestiones legales, dado que no solo hay madres con hijos: hay abuelas con nietos o tías con sobrinos. Y, sin la autorización de los padres, no pueden viajar con un menor. Así, quedan varados en Rumania por cuestiones legales. En muchos casos, la situación es desesperante”.

Además de este sombrío escenario, Eric menciona otra situación difícil: “Lo que debo decir también es que muchos prefieren quedarse en Ucrania por no separar a la familia, con el riesgo que eso implica por la guerra. Así, quedan a merced de los ataques y en un país devastado, en donde hay faltante de alimentos y otros productos esenciales”.

Por último, y agradeciendo a Eric estos momentos ya que está saturado de trabajo y con poquísima señal de Internet, él quiere destacar dos cosas más: una tarea y una reflexión.

La tarea: “Lo que ADRA también realiza en estos casos es lo que llamamos ‘Trasferencia de efectivos multipropósitos’. Esto consiste en entregar una cantidad de dinero a la persona que cruza la frontera, para que lo use según sus necesidades (comida, medicina, transporte para reubicarse, etc.). Es una intervención rápida y versátil.

La reflexión: “Quiero destacar la importancia de la Iglesia Adventista para este trabajo. Hoy, todo lo que podemos hacer es gracias a la presencia de la iglesia y de la solidaridad de sus miembros y sus instituciones. Muchos vienen voluntariamente con sus autos para evacuar personas. Veo aquí todo tipo de compromiso, de lealtad y de entrega. Todo, sin egoísmos”.

“La gente tiene miedo, y al primer lugar que viene es a la iglesia”

Maksim Ostrovsky, de 25 años, nos responde en un perfecto castellano. Recuerdo cuando, años atrás, conocí a Andrey, su hermano, y me relató milagrosas historias de las penurias de sus padres y sus abuelos, pastores que trabajaron incansablemente para llevar el mensaje adventista bajo el hostil régimen comunista en la zona de lo que hoy es Bielorrusia. Siguiendo el legado de su familia, él también es pastor adventista. Desde su Bielorrusia natal, viajó hasta Argentina, y se recibió de la carrera de Teología en la Universidad Adventista del Plata.

Luego de graduarse, Maksim viajó a Ucrania. Allí vive y sirve en la Iglesia de Jarkov, una de las ciudades más bombardeadas. Jarkov está situada a tan solo cuarenta kilómetros de la frontera con Rusia, y a unos cuatrocientos sesenta kilómetros de Kiev, la capital.

“Cerca de las cinco de la mañana empezaron a bombardear las ciudades más importantes de Ucrania, y mi ciudad también. Nos despertamos con el temblor de las paredes. Obviamente nos asustamos, y nos fuimos al piso que está más abajo de la iglesia. Aquí y en otros lugares, hubo quienes se refugiaron en las estaciones de subtes, durmiendo en las escaleras, en el piso, con sus almohadas y frazadas, intentando estar todos juntos. Estábamos seguros, gracias a Dios”, expresa Maksim.

Los horrores de la guerra nunca pueden disimularse. “Estamos en zona de frontera, donde están los tanques y se desató la guerra”, señala Maksim. “Muchos comparan este ataque con la Segunda Guerra Mundial. Se viven momentos de mucha angustia y desesperación. Oramos intensamente, porque en muchos lugares ya no hay agua, y en varias ciudades además tampoco había luz. Nosotros –por ahora– tenemos luz, agua, Internet y comida. Pero la gente está muy asustada”.

No obstante esto, en medio del angustiante temor también puede florecer la esperanza. Por eso, el Pr. Ostrovsky sabe que hay una batalla peor que la invasión de Rusia. Sí, es la batalla contra el mal. Y para eso, la mejor defensa es la oración y el estar en comunión con Dios. “No podemos hacer mucho más. El odio no depende de nosotros, y lo que podemos hacer es sobrevivir y ayudar a los que están acá. La gente tiene miedo, y al primer lugar que viene es a la iglesia. Nosotros los recibimos, los acompañamos, los apoyamos, oramos juntos, les decimos que traten de recuperar la calma. Porque ahora lo que menos necesitamos es pánico. Por eso, organizamos actividades para mantener con calma a los niños, a los más pequeños; a los inocentes que no saben qué es esto. Tratamos de que ellos no sientan miedo jugando, intentando que se diviertan; compramos algunas pelotas y nos preparamos para recibir el sábado”, contó.

 Maksim también nos agradeció por estar orando ante esta situación. “Muchos amigos y conocidos de Sudamérica, donde estudié, me preguntan y me escriben para saber cómo estamos. Los adventistas de todo el mundo están orando por nosotros. Es bueno saber que estamos juntos en oración. Esto es algo que nos reconforta”.

“Necesitamos más Biblias”

Nada positivo hay en una guerra, pero si de toda situación podemos extraer algunas lecciones, bien pueden ser las siguientes:

  1. Nadie tiene la vida asegurada: La finitud de nuestra frágil existencia es clara. En cualquier momento, podemos morir. Amerita, entonces, estar preparados hoy para el cielo, teniendo nuestra vida y nuestros asuntos en armonía con Dios y con nuestros prójimos.
  2. En cuestión de días (y hasta de horas), nuestra situación puede cambiar; esto implica que el viraje puede ser para bien o para mal. Sea para donde fuere, debemos estar listos y tener la sabia adaptación de las imprevistas circunstancias.
  3. Las crisis generan oportunidades de servicio: Naciones como Polonia recibieron a miles de personas que huían de los horrores de la guerra. Por otra parte, decenas de organizaciones no gubernamentales y muchos voluntarios pusieron manos a la obra para asistir a los refugiados.
  4. Si alguna vez pensamos que con la declinación de la Pandemia el mundo sería un lugar mejor, este nuevo conflicto mundial nos devolvió la angustia.
    No obstante, también renovó nuestra fe. A la luz de Mateo 24, esta guerra es una señal más de nuestra mayor esperanza: la segunda venida de Cristo.
  5. Lejos de Netflix, Hollywood o sensacionales eventos deportivos, hubo en la población de Ucrania un reavivamiento por leer la Palabra de Dios. Así lo informa Anatoliy Raychynets, director de la Sociedad Bíblica de Ucrania, quien comenta que ya no cuentan con ejemplares de la Sagrada Escritura para regalar ni para vender: “Necesitamos más Biblias. En estos últimos días, la gente acudió en masa a los locales y las oficinas de la Sociedad Bíblica. La demanda es tan alta que se han agotado los ejemplares”. Más allá del dolor o de la alegría, leer y estudiar la Biblia nos conecta con Dios y nos eleva.

A pesar de estos puntos positivos, lejos de evolucionar, la civilización cada vez se degrada más en todo aspecto. Entre los años 1700 y 1800, se han registrado 21 guerras. Entre los años 1800 y los 1900, 36. Un número similar (37) es el establecido entre los años 1900 y 2000, aunque con un agravante: en el siglo XX hubo dos terribles guerras mundiales. La segunda fue el conflicto bélico más letal de la historia, ya que murieron entre 70 y 80 millones de personas.

Todo indica que hoy el mundo es un lugar difícil. En realidad, desde Génesis 4, el mundo es un lugar peligroso. La irrupción del pecado destrozó toda la felicidad que nuestro Creador tenía prevista para nosotros.

Elena de White ya lo había anticipado: “El mundo se está volviendo más y más anárquico. Pronto una gran angustia sobrecogerá a las naciones, una angustia que no cesará hasta que Jesús venga. Estamos en vísperas del tiempo de angustia, y nos esperan dificultades apenas sospechadas. Nos hallamos en el mismo umbral de la crisis de los siglos. En rápida sucesión, se seguirán unos a otros los castigos de Dios: incendios e inundaciones, terremotos, guerras y derramamiento de sangre” (Eventos de los últimos días, p. 12).

Sin embargo, lejos de fijar nuestros ojos en las calamidades globales y en los cotidianos sucesos terribles, es tiempo de fijar nuestros ojos en Dios. Solo en él encontraremos paz y salvación.

El consejo de San Pablo es preciso: “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria. Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas. Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno” (Col. 3:2-10).

La renovación que Cristo nos ofrece es total. Toda nuestra vida puede ser restaurada. Dios tiene respuestas para el dilema de Malinowski.

  • Es Licenciado en Teología y en Comunicación Social. Además, tiene una maestría en Escritura creativa. Es autor de los libros “¿Iguales o diferentes?”, “1 clic” y “Un día histórico”. Actualmente es editor de libros, redactor de la Revista Adventista y director de las revistas Conexión 2.0 y Vida Feliz, en la Asociación Casa Editora Sudamericana.

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