Cómo la luz del Santuario se conecta con nuestra misión.
El Lugar Santo del Tabernáculo era un espacio cerrado que contenía tres muebles: la mesa del pan de la presencia, el altar de incienso y el candelabro de oro. En esta ocasión, hablaremos acerca del significado del candelabro de oro, que se ubicaba hacia el lado sur del Lugar Santo, frente a la mesa del pan de la presencia (Éxo. 26:35).
Lo primero que amerita mencionar es que el candelabro era el único mueble del Santuario que estaba hecho de oro puro en su totalidad (Éxo. 25:31; 25:36; Núm. 8:4). En comparación, los otros muebles estaban hechos de madera y el lavacro de agua fue confeccionado con bronce. La función del candelabro era proporcionar luz dentro del recinto de manera continua (Éxo. 25:37). Para esto, debía prepararse aceite especial elaborado de olivas machacadas (Éxo. 27:20; Lev. 4:2).
Esta breve descripción del candelabro nos permite considerar, al menos, tres elementos. Primero, el aceite que se requería para su funcionamiento; segundo, la luz que emanaba del candelabro; y tercero, el mueble en sí mismo. Siendo conscientes del simbolismo tipológico del Santuario, tal como la Escritura sostiene claramente (Heb. 9:1-14), es importante que veamos qué elementos son representados por el candelabro de oro.
En primer lugar, analizaremos el aceite. En la Escritura, el aceite es usado para la unción de ciertos personajes, tales como los sacerdotes y los reyes de Israel. No obstante, el acto de ungir a alguien está asociado con el derramamiento del Espíritu Santo. En 1 Samuel 16:13, el texto dice así: “Y Samuel tomó el cuerno de aceite, lo ungió de entre sus hermanos, y desde ese día el Espíritu del Señor vino con poder sobre David”. La misma idea aparece en Isaías 61:1, donde se conecta la unción con la presencia del Espíritu Santo.
Por lo tanto, el aceite es una imagen de la obra del Espíritu Santo. Más aún, en la visión de Zacarías 4 se hace referencia al candelabro del Santuario cuando se le reveló al profeta un candelabro de oro y dos olivos (vers. 2, 3). Ante esto, Zacarías preguntó, “¿Qué son estos, señor mío?” (vers. 4, RVA-2015), refiriéndose a los dos olivos. La respuesta que dio el ángel fue: “No por el poder ni por la fuerza, sino por mi Espíritu” (vers. 6).
En segundo lugar, reflexionaremos sobre la luz que es producida a causa del aceite. Tenemos también en la Escritura indicadores de lo que es la luz. Un pasaje bastante conocido es el de Salmo 119:105, que dice: “Lámpara es para mis pies tu palabra y lumbrera a mi camino”. Así, la luz de la Escritura es guía para el creyente.
Más aún, la luz parece tener una función más amplia, a saber, dar entendimiento al simple o a aquel que no lo tiene (Sal. 119:130). Así, en la Biblia, la luz tiene sentido cuando alumbra el camino de aquel que se acerca a ella.
En tercer lugar, el candelabro es el objeto por el cual el aceite debe fluir. Sin esta pieza de oro, la luz no podría manifestarse. Con esto en mente, podemos leer en Isaías 58:10 lo siguiente: “Y si te das a ti mismo en servicio del hambriento y satisfaces la necesidad del afligido, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía”. Este pasaje habla del testimonio del pueblo de Dios como luz para los demás. Las acciones del pueblo de Dios son la luz que emana hacia las naciones.
En conexión con el punto anterior, la Palabra de Dios es luz cuando esta es puesta en práctica en la vida del creyente. Cuando las acciones de los hijos de Dios son congruentes con el mensaje bíblico, entonces la palabra se hace luz. En tal sentido, si la luz son las acciones de fe del creyente, el candelabro de oro es el medio por el cual la Palabra de Dios se hace testimonio, a saber, el creyente. Por lo tanto, el candelabro es un símbolo del pueblo de Dios (Apoc. 1:7). De hecho, en Zacarías 4, el candelabro también es una imagen del Templo/pueblo de Dios (Zac 4:9).
A través de lo expuesto vemos cómo el candelabro del Santuario apunta tipológica y eclesiológicamente al pueblo de Dios, que requiere del Espíritu Santo para poder emanar la luz de la Palabra en la vida de cada creyente.
Que cada uno de nosotros podamos buscar la presencia del Espíritu Santo y reflejar así a Cristo y su amor en nuestra vida.
¡Maranata!



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