EL CUIDADO DE LA SALUD

Es un deber sagrado comprender las leyes de Dios y poner nuestros hábitos en armonía con ellas.

Lamento decir que hay una extraña ausencia de principios que caracteriza a los profesos cristianos de esta generación con respecto a su salud. Los cristianos, por sobre todos los demás, deben ser conscientes de este importante tema, y deben volverse inteligentes con respecto a su propio organismo. Dice el salmista: “Te alabo, porque de modo formidable y maravilloso fui hecho” (Sal. 139:14). Si queremos ser capaces de comprender las verdades de la Palabra de Dios y el objeto y el propósito de nuestro vivir, debemos conocernos a nosotros mismos y entender cómo relacionarnos correctamente con la vida y la salud.

Un cuerpo enfermo causa un cerebro desordenado, e impide la obra de la gracia santificadora sobre la mente y el corazón. El apóstol dice: “Dejado a mí mismo, con la mente sirvo a la ley de Dios” (Rom. 7:25). Entonces, si seguimos un proceder erróneo que debilita o nubla nuestras facultades mentales, de modo que nuestras percepciones no son claras para discernir el valor de la verdad, estamos en guerra contra nuestro interés eterno. El orgullo, la vanidad y la idolatría esclavizan los pensamientos y los afectos y embotan los sentimientos más finos del alma. Estos resisten la gracia santificadora de Dios. Muchos no se dan cuenta de su responsabilidad como padres. El sentido de su responsabilidad moral no se siente en la existencia y la educación de sus hijos, que son los objetos más queridos de sus afectos.

Los niños a menudo se convierten en objeto de orgullo, en lugar de afecto santificado. Los padres no son excusables si no buscan el conocimiento con respecto al origen de la vida humana, y no entienden qué influencia tendrá su vida y su vestimenta en su posteridad. Es un crimen que los padres sigan un curso de vida que disminuya la fuerza física y mental y perpetúe sus propias miserias en sus hijos. Si hacemos el trabajo que Dios quiere que hagamos en esta vida, debemos tener mentes sanas en cuerpos sanos. Cuando los malos hábitos hacen la guerra contra la naturaleza, estamos haciendo la guerra contra nuestra alma. El Espíritu de Dios no puede venir en nuestra ayuda y asistirnos en el perfeccionamiento del carácter cristiano mientras estamos complaciendo nuestros apetitos en detrimento de la salud, y mientras el orgullo de la vida está en el control.

La salud, la fuerza y la felicidad dependen de leyes inmutables; pero estas leyes no pueden ser obedecidas donde no hay deseo de familiarizarse con ellas. El Creador nos ha dado vida natural y leyes físicas, que se relacionan con la preservación de la vida que él ha dado; y tenemos la más sagrada obligación de volvernos inteligentes con respecto a las leyes de nuestro ser, no sea que seamos hallados transgresores involuntarios, y nos veamos obligados a pagar el castigo de nuestra conducta sin ley con enfermedad y sufrimiento.

Pero muchos cierran voluntariamente los ojos a la luz. No desean volverse inteligentes en el tema de la vida y la salud, porque saben que, si se informan y ponen ese conocimiento en un uso práctico, tienen una gran obra que hacer. Al complacer sus inclinaciones y apetitos, violan las leyes de la vida y la salud; y si obedecen a la conciencia, deben ser controlados por principios en su comer y vestir, en lugar de ser guiados por la inclinación, la moda y el apetito. Los hombres y las mujeres no pueden ser cristianos prácticos y cerrar los ojos a la luz.

No es solo un privilegio, sino el deber sagrado de todos comprender las leyes que Dios ha establecido en su ser, y ser gobernados por estas leyes para poner sus hábitos en armonía con ellas. Y, a medida que comprendan más plenamente el cuerpo humano, la maravillosa obra de la mano de Dios, formada a la imagen de la Dieidad, procurarán someter su cuerpo a los nobles poderes de la mente. El cuerpo será considerado por ellos como una estructura maravillosa, formada por el Diseñador infinito, y encomendada a ellos para mantener esta arpa de mil cuerdas en acción armoniosa. Por medio de la inteligencia, pueden ser capaces de preservar la maquinaria humana tan perfecta como sea posible, para que “puedan comprender bien, con todos los santos, la anchura y la longitud, la profundidad y la altura del amor de Cristo” (Efe. 3:18). Aquí está el secreto de la verdadera felicidad.

Extraído de la Review and Herald, 12/09/1871.

  • Mensajera del Señor, escritora y predicadora, Elena de White (1827-1915) fue una de las organizadoras de la Iglesia Adventista. Entre sus muchos escritos se encuentran cientos de valiosas cartas.

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