«Cuán bueno y delicioso es que los hermanos habiten juntos en armonía!” (Sal. 133:1). El verbo “habitar”, en el Salmo 133, tiene como raíz el verbo “sentarse”. Habitar juntos en armonía es sentarse juntos en armonía. Cada cinco años, la familia mundial adventista acepta el llamado divino a sentarse junta. No es solo un acto administrativo; es un acto espiritual, con un costo y un propósito. Nos reunimos en asamblea con toda nuestra diversidad: diferentes colores de piel, acentos, costumbres, comidas e incluso olores. Y, sin embargo, con todos esos contrastes, decidimos sentarnos juntos.
Este salmo describe esa comunión como una bendición que se derrama: como el óleo precioso que fluye desde la cabeza de Aarón hasta su barba, o como el rocío del Hermón, que fertiliza los montes de Sion. Así también, en el Congreso de la Asociación General, la bendición de Dios desciende sobre su pueblo unido. El punto focal no es el escenario ni el reglamento parlamentario, sino la presencia del Espíritu, que unge, refresca y da vida.
Sentarse juntos tiene un costo: exige paciencia, humildad, renuncia a nuestras opiniones preconcebidas y apertura a las visiones diferentes. Pero esa comunión es una señal del Reino, un anticipo del Cielo, donde todas las naciones, tribus y lenguas adorarán como un solo pueblo.
Así como Jesús les dijo a sus discípulos: “No se vayan de Jerusalén hasta que el Padre les envíe el regalo que les prometió” Hech. 1:4, NTV), debemos ser uno antes de poder decir: “¡Yo voy!”
____
Revista completa y números anteriores: https://editorialaces.com/bibliotecagratuita
Foto: Elsie Tjeransen / AME (CC BY 4.0)
0 comentarios