Jesús es lo más importante.
“Ya llega la Navidad” es la nota que resuena por el mundo, del este al oeste y del norte al sur. Para los jóvenes, para los de edad madura y aun para los ancianos, es una ocasión de regocijo general. Pero ¿qué es la Navidad, para que requiera tanta atención? Se ha dado mucha importancia a este día durante siglos. Es aceptado por el mundo incrédulo, y por el mundo cristiano en general, como el día en que nació Cristo. Cuando el mundo en general celebra el día, no honra a Cristo. Se niegan a reconocerlo como su Salvador, a honrarlo con obediencia voluntaria a su servicio. Tienen preferencia por el día, pero ninguna por aquel por quien se celebra el día, Jesucristo.
Cristo debe ser el objeto supremo; pero en la forma en que se ha estado observando la Navidad, la gloria se desvía de él hacia el hombre mortal, cuyo carácter pecaminoso y defectuoso hizo necesario que el Salvador viniese a nuestro mundo. Jesús, la Majestad del Cielo, el Rey del Cielo, depuso su realeza, dejó su trono de gloria, su alta investidura, y vino a nuestro mundo para traer auxilio divino al hombre caído, debilitado en su fuerza moral y corrompido por el pecado. Vistió su divinidad con humanidad, para poder llegar a las profundidades mismas de la aflicción y la miseria humanas, para levantar al hombre caído. Al asumir la naturaleza del hombre, elevó a la humanidad en la escala del valor moral ante Dios. Estos grandes temas son casi demasiado elevados, demasiado profundos, demasiado infinitos para la comprensión de mentes finitas.
Los padres debieran recordar estas cosas a sus hijos e instruirlos, renglón tras renglón, precepto tras precepto, en su obligación hacia Dios, no en la que creen tener uno hacia otro, de honrarse y glorificarse mutuamente con regalos. Pero se les debe enseñar que Jesús es el Redentor del mundo, el objeto de pensamiento, de esfuerzo minucioso; que su obra es el gran tema que debería atraer su atención; que entreguen a él sus presentes y ofrendas. Así hicieron los sabios de Oriente y los pastores.
En vista de que el 25 de diciembre se observa para conmemorar el nacimiento de Cristo, y en vista de que por el precepto y por el ejemplo se ha enseñado a los niños que es en verdad un día de alegría y regocijo, les resultará difícil pasar por alto esa fecha sin dedicarle cierta atención. Es posible valerse de ella con un buen propósito. Es necesario tratar a los jóvenes con mucho cuidado. No se les debe dejar que en ocasión de Navidad busquen diversión en la vanidad y la búsqueda de placeres, o en pasatiempos que pudieran perjudicar su espiritualidad. Los padres pueden controlar esto dirigiendo la atención y las ofrendas de sus hijos hacia Dios y su causa, y hacia la salvación de las almas. Su deseo de hacer regalos puede ser desviado por cauces puros y santos, a fin de que beneficie a nuestros semejantes al suplir la tesorería con recursos para la grandiosa obra que Cristo vino a hacer en este mundo. La abnegación y el sacrificio propio caracterizaron su conducta; y deben caracterizar también la de los que profesamos amar a Jesús, porque en él se concentra nuestra esperanza de vida eterna.
Les ruego, mis hermanos y hermanas, que hagan de esta próxima Navidad una bendición para ustedes y para los demás. El nacimiento de Jesús no fue santificado por los grandes hombres de la Tierra. Él era la Majestad del Cielo; sin embargo, este miembro de la Realeza no tuvo asistentes. Su nacimiento no fue honrado por los mismos hombres que vino a salvar a nuestro mundo. Pero su advenimiento fue celebrado por las huestes celestiales.
*Texto extraído de la Review and Herald del 9 de diciembre de 1884. Publicado parcialmente en español en El hogar cristiano, pp. 415, 418.
0 comentarios