“Aquí está la paciencia y la fe de los santos” (Apoc. 13:10).
Alguien definió, en cierta ocasión, la paciencia como “La ciencia de la paz”. Con todo lo meritoria que tal asociación entre paciencia y paz sin duda sea, tiende a traicionar la intención de Juan en el Apocalipsis. Más aún, cuando esa implícita asociación entre paciencia y paz, como especie de reposo contemplativo, entra en contacto con los otros dos ingredientes de la fórmula joanina: fe y santos, estos resultan también afectados.
1- Si la paciencia es entendida como pasividad, resignación y quietud, la “fe” se convierte, por transitividad, en sinónimo de “creencia”, “doctrina”, “dogma”; y otro tanto ocurre con “santos”. ¿Qué te sugiere la frase “Ese niño es un santo”? Seguramente, la idea de inmovilidad y de silencio. Bien, en ese caso, Juan tiene algunas sorpresas para nosotros.
2- La palabra traducida como “paciencia” es hupomoné, y significa literalmente “permanecer abajo”;1 no como un felpudo bajo los pies de alguien, sino como un aerodinámico automóvil de carrera que baja su perfil acercándose al suelo y se vuelve más estable cuanto más se le exige, hasta asemejarse a una aguja hipodérmica que avanza a pesar de la resistencia del aire.
3- A su vez, “fe” es la traducción de la palabra griega pístis, que significa también “fidelidad”, “lealtad”, como la que se prodigaban mutuamente dos personas que hubieron entrado en una relación solemne de pacto. Para Juan, no hay tal cosa como “fe” sin “fidelidad”; no es posible “creer” (pisteuo, de pistis) sin “ser fiel”. Ambas son una y la misma cosa. Es interesante que –con una sola excepción (1 Juan 5:4)– Juan nunca usa en su evangelio ni en sus cartas el sustantivo “fe/fidelidad” (pístis), sino el verbo “creer/ser fiel” (pisteuo). Quiso, tal vez, destacar así que la fe es una cuestión activa, dinámica.
4- Por su parte, “santos” quizá sugiera una condición espiritual inalcanzable; una perfección que solo unos pocos seres excepcionales pueden lograr. Los santos serían personas intachables que hicieron milagros, murieron, y ahora están en el cielo. Ese es el concepto popular de santidad, no el bíblico. Todas las cartas del apóstol Pablo a los creyentes de sus días comienzan con la salutación “A los santos”. Algunos de esos “santos” habían sido antes “impuros, idólatras, adúlteros, afeminados, homosexuales, ladrones, avaros, borrachos, ultrajadores, rapaces” (1 Cor. 6:9, 10, BJ). Pero fueron limpiados y santificados por el Espíritu Santo (vers. 11). Como alguien dijo, en cierta ocasión: “No hay santos sin pasado ni pecadores sin futuro”. Algunos de los destinatarios originales del Apocalipsis eran los mismos cristianos a los que décadas antes Pablo había llamado “santos” en sus cartas.
5- En resumen, la “paciencia de los santos” no es tanto “la ciencia de la paz” como el arte de la guerra espiritual; la determinación indoblegable de avanzar contra viento y marea rumbo al objetivo, o la meta, sin quitar los ojos de la línea de llegada al final del camino. Es la persistencia aguerrida en el curso correcto de acción, a pesar de las circunstancias adversas y las presiones, con la vista puesta en la intervención final de Dios en los asuntos humanos.2 Job, Pablo y Jesús fueron ejemplos de esa actitud indómita, que tanto teme el diablo cuando la ve en los santos vivientes en los que tienen “la perseverancia y la fidelidad de los guerreros espirituales” (Apoc. 13:10, paráfrasis mía). RA
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