DIOS TE LLAMA AHORA

05/10/2022

Las nuevas generaciones ¿son importantes en el final de la historia?

Guillermo Miller tenía 36 años cuando comenzó a predicar sobre la segunda venida de Cristo. El 22 de octubre de 1844, hace 178 años, quienes habían aceptado este mensaje esperaban con anhelo y alegría que Jesús regresara a esta Tierra. Sin embargo, una mala interpretación de la profecía de Daniel 8:14 provocó lo que conocemos como “el Gran Chasco”. El cálculo del período profético fue correcto, pero la identificación del evento estaba equivocada.

Así, habiendo terminado la obra para la cual vino a la Tierra (Juan 17:4, 5), Cristo ascendió al Cielo (Hech. 1:9), para salvar eternamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos (Heb. 7:25). Hasta que (en su segunda venida) ya no aparecerá para cargar ningún pecado ni culpabilidad, sino para traer salvación a los que esperan en él (Heb. 9:28).

Fue una tremenda desilusión para quienes esperaban el fin del dolor en esa fecha. Uno de los hechos más llamativos ocurrió con el Pr. Carlos Fitch, de 30 años. Aquejado de tuberculosis por haber sido bautizado en el intenso frío, murió el 14 de octubre. La esposa se consoló, y fortaleció a sus pequeños hijos, con esta frase: “En una semana papá resucitará”. Pero el Señor no vino… y los muertos en Cristo no se levantaron.

El 23 de octubre, Hiram Edson (de 37 años) recibió una revelación sobre la obra de Cristo en el Santuario celestial que explicaba el Chasco mientras caminaba por un campo de trigo: Jesús tenía que hacer una obra de limpieza en el Lugar Santísimo antes de regresar con poder y gloria.

Así, la experiencia de los milleritas fue el cumplimiento de la profecía de Apocalipsis 10:9: “Él amargará tu vientre, pero en tu boca será dulce como la miel”. Lejos de marcar el final, esto daría inicio a la gran misión final: es necesario “que todavía profetices acerca de muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes” (Apoc. 10:11).

Proféticamente hablando, el año 1844 no puede ser ignorado. Por eso, Elena de White destaca: “Al recapacitar en nuestra historia pasada, habiendo recorrido cada paso de su progreso hasta nuestra situación actual, puedo decir: ‘¡Alabemos a Dios!’ Mientras contemplo lo que Dios ha hecho, me siento llena de asombro y confianza en Cristo como nuestro líder. No tenemos nada que temer por el futuro, excepto que olvidemos la manera en que el Señor nos ha conducido” (Mensajes selectos, t. 3, pp. 190, 191).

En diciembre de 1844, con apenas 17 años, Elena Harmon fue llamada al ministerio profético (1844-1915). Su juventud y su frágil salud no le impidieron dedicar setenta años de su vida a cumplir la misión que Dios le dio. Ella recibió más de 2.000 visiones, y escribió más de 80 libros, 200 folletos, 4.600 artículos y casi 60.000 páginas.

Estos pioneros mencionados eran jóvenes. Y fueron fundamentales para el inicio del gran movimiento adventista. Estoy seguro, y el mismo Señor lo ha revelado, que las nuevas generaciones son y serán vitales para este momento final de la historia: “Después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne; sus hijos e hijas profetizarán, sus ancianos tendrán sueños y sus jóvenes verán visiones; hasta sobre los siervos y las siervas derramaré mi Espíritu en esos días” (Joel 2:28, 29).

Las nuevas generaciones tienen su lugar en la iglesia y están en acción. Mediante Misión Caleb, ellos dedican sus vacaciones a servir en distintas ciudades llevando salud y salvación. En 2021 participaron 186.950 jóvenes y en 2022 se involucraron 234.741. Estos misioneros llevaron a 64.954 personas al bautismo en 2021 y a 64.247 en 2022.

Sin duda, se está cumpliendo lo manifestado por Elena de White cuando escribió: “Con semejante ejército de obreros como el que nuestros jóvenes, bien preparados, podrían proveer, ¡cuán pronto se proclamaría a todo el mundo el mensaje de un Salvador crucificado, resucitado y próximo a venir!” (La educación, p. 271).

Animo a toda la iglesia a preparar a estos jóvenes, integrando, cuidando y desafiando a las nuevas generaciones a tener un mayor compromiso con Dios, la iglesia y la misión.

¡Yo voy! ¡Cuento contigo!

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