“Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” (Luc. 18:8).
“¿No habéis oído hablar de ese hombre loco que, en pleno día, encendía una linterna y echaba a correr por la plaza pública, gritando sin cesar: ‘¡Busco a Dios, busco a Dios!’? Como allí había muchos que no creían en Dios, su grito provocó la hilaridad. ‘¿Qué, se ha perdido Dios?’, decía uno. ‘¿Se ha perdido como un niño pequeño?’, preguntaba otro. ‘¿O es que está escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se ha embarcado? ¿Ha emigrado?’ Así gritaban y reían con gran confusión. El loco se precipitó en medio de ellos y los traspasó con la mirada: ‘¿Dónde se ha ido Dios? Yo os lo voy a decir’, les gritó. ‘¡Nosotros lo hemos matado, vosotros y yo! ¡Todos somos sus asesinos! Pero ¿cómo hemos podido hacer eso? ¿Cómo hemos podido vaciar el mar? Y ¿quién nos ha dado la esponja para secar el horizonte? ¿Qué hemos hecho, al separar esta Tierra de la cadena de su sol? ¿Adónde se dirigen ahora sus movimientos? ¿Lejos de todos los soles? ¿No caemos incesantemente? ¿Hacia adelante, hacia atrás, de lado, de todos lados? ¿Hay aún un arriba y un abajo? ¿No vamos como errantes a través de una nada infinita? ¿No nos persigue el vacío con su aliento? ¿No hace más frío? ¿No veis oscurecer, cada vez más, cada vez más? ¿No es necesario encender linternas en pleno mediodía? ¿No oímos todavía el ruido de los sepultureros que entierran a Dios? ¿Nada olfateamos aún de la descomposición divina? ¡También los dioses se descomponen! ¡Dios ha muerto, y nosotros somos quienes lo hemos matado! ¿Cómo nos consolaremos, nosotros, asesinos entre los asesinos? Lo que el mundo poseía de más sagrado y poderoso se ha desangrado bajo nuestro cuchillo. ¿Quién borrará de nosotros esa sangre? ¿Qué agua podrá purificarnos? ¿Qué expiaciones, qué juegos, nos veremos forzados a inventar?’ ”.1
Estas desgarradoras y excesivamente lúcidas palabras fueron escritas por quien ha sido, quizás, el más lacerante y acérrimo ateo de la historia, archienemigo del cristianismo: Friedrich Nietzsche (1844-1900), considerado por muchos como el “profeta de la Posmodernidad” y uno de los pensadores más influyentes de la historia. No es que él creyera en una muerte literal de Dios, pues era ateo; es decir, negaba la existencia de Dios. Pero, como tantos otros escépticos hasta hoy, creía que Dios es una ideación humana, un producto meramente cultural, creado por mentes primitivas, débiles y supersticiosas como un mecanismo de defensa, un “bastón” existencial para poder sobrellevar las luchas y los dolores de la vida, y tener la ilusión, o la fantasía, de una trascendencia eterna que compense los dolores de esta existencia terrenal. La “muerte de Dios”, entonces, no es para Nietzsche una muerte objetiva, literal, sino subjetiva, en la conciencia, la cosmovisión y el sentir del hombre occidental, a partir especialmente del movimiento de la Ilustración (desde el siglo XVII, con la revolución cartesiana, que dio inicio al Racionalismo [cógito, ergo summ: pienso, luego existo], hasta la Revolución Francesa [1789], en la que incluso se llegó a decretar la no existencia de Dios). Es el abandono de Dios como centro de la vida, el pensamiento y la acción, que imperaba durante el teocentrismo de la Edad Media y desde los albores de la humanidad (Dios como medida de todas las cosas), para reemplazarlo por el antropocentrismo, o humanismo, de la Modernidad (el hombre es la medida de todas las cosas) y, actualmente, de la Posmodernidad, también llamada la Era Poscristiana (y Posmoral).
Desde entonces, vivimos en Occidente marcados por un clima de escepticismo generalizado, en el que Dios es el gran ausente de la vida de millones de personas, que se ubican dentro de distintos grados de incredulidad: los deístas, que creen que Dios existe, pero que se desentiende de su creación, que no se interesa ni interviene en la vida humana (por lo tanto, tampoco tiene sentido que nos interesemos en él); los agnósticos, que no se atreven a negar rotundamente la existencia de Dios, pero tampoco creen que haya suficiente evidencia para afirmarla (no se puede saber si existe o no); y especialmente los ateos, que ya han tomado una decisión: Dios no existe. Punto.
Sea como fuere el caso, estamos inmersos en un clima de secularismo, materialismo y antirreligiosidad que se respira en el mismo ambiente en que vivimos, en los medios de comunicación masiva y, especialmente, en los centros del saber, y que afecta también al hombre común, de la calle, que en general vive su vida sin referencia a Dios.
Causas del escepticismo-ateísmo
Pero, siendo que hasta la Modernidad todas las civilizaciones y las culturas han sido religiosas, ¿cómo se produjo este fenómeno del escepticismo, y especialmente del ateísmo, esta “muerte de Dios” en la conciencia y el sentir del hombre actual?
El fenómeno es muy complejo. Las causas son múltiples, y responden a un proceso que llevó siglos para gestarse, desarrollarse y afianzarse. Pero, en último análisis, aun cuando no debemos caer en reduccionismos simplistas, como veremos a continuación, responde a una obra del enemigo de Dios, para quitar de en medio al Creador del corazón de los hombres:
“Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Cor. 4:3, 4).
Sin embargo, el enemigo de Dios no suele obrar en el vacío, sino a través de procesos psicológicos, morales, religiosos, sociológicos, científicos, políticos e históricos, para llevar adelante sus planes.
En este sentido, hay una declaración de la Constitución Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, que resulta muy orientadora:2
“Quienes voluntariamente pretenden apartar de su corazón a Dios y soslayar las cuestiones religiosas desoyen el dictamen de su conciencia y, por tanto, no carecen de culpa. Sin embargo, también los creyentes tienen en esto su parte de responsabilidad. Porque el ateísmo, considerado en su total integridad, no es un fenómeno originario, sino un fenómeno derivado de varias causas, entre las que se debe contar también la reacción crítica contra las religiones y, ciertamente en algunas zonas del mundo, sobre todo contra la religión cristiana. Por lo cual, en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado, más bien que revelado, el genuino rostro de Dios y de la religión”.3
De modo que en esta autocrítica que la Iglesia Católica hace al analizar el fenómeno del ateísmo, coloca en gran medida la responsabilidad por este desapego y rechazo de Dios por parte de muchos contemporáneos sobre las religiones mismas. Es una extraña y lamentable ironía: que aquellos que, se supone, somos los representantes de Dios sobre la Tierra, los encargados de revelarlo al mundo y realizar su obra de amor entre los hombres, podamos ser en realidad los causantes del abandono de Dios y el desprecio por la vida religiosa; que “velemos” el verdadero rostro de Dios ante los hombres, en vez de “revelarlo”.
Maneras en que los creyentes podemos contribuir a la muerte de Dios:
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SECULARISMO/LIBERALISMO:
Cuando quienes profesamos creer en Dios, en Cristo, en el evangelio, nos comportamos en nuestra vida cotidiana del mismo modo que aquellas personas irreligiosas a las que no les interesa el bien, la ética (incurriendo en conductas impropias hacia el sexo opuesto, o maltratando emocionalmente a quienes nos rodean, explotando al trabajador, utilizando un lenguaje soez, etc.), o vivimos más preocupados por las cosas materiales (autos último modelo, casas y muebles cada vez más opulentos, los últimos gritos de la moda, los últimos y más costosos “chiches” de la tecnología, etc.), o por los placeres pecaminosos o frívolos que ofrece el mundo (bailes, fiestas “huecas”, películas de dudosa recomendación, etc.), estamos diciendo a los incrédulos, no con nuestras palabras sino con nuestros actos: “Nuestro Dios no es tan valioso para nosotros. Nuestra fe no es tan importante, ni tiene un poder transformador y rector real en nuestra vida”. En tales casos, profesamos ser creyentes pero vivimos como si Dios no existiera. Por tal motivo, Voltaire, aquel incrédulo pensador del Iluminismo, habría sentenciado en cierta ocasión: “Nosotros creeremos cuando los que prediquen al Redentor vivan como redimidos”.
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FARISEÍSMO/LEGALISMO:
En el otro extremo, se encuentra la actitud del creyente fariseo, legalista, que concibe la religión como una serie de conductas morales estrictas que debe cumplir (más que vivirlas voluntariamente y con gozo) para congraciarse con Dios, lograr su aceptación, su perdón y su favor, y evitar así su abandono en esta vida y, finalmente, su condenación. La imagen que este tipo de creyente transmite acerca de Dios es la de un “gran dictador cósmico”, que debido a su gran narcicismo y delirios de poder necesita alimentar su ego dominando, controlando, y exigiendo obediencia y adoración de sus criaturas, so pena de rechazarlas emocionalmente, quitarles su favor y su apoyo en esta vida, y finalmente destruyéndolas sádicamente en el Juicio Final. Quienes obedecen a Dios y lo adoran son, en realidad, un séquito de aduladores serviles y rebeldes reprimidos, cuya motivación para servir a Dios es el miedo o el interés. Sin saberlo y sin quererlo, secundan a Satanás en su acusación de que Dios es un tirano celestial y que tener una relación con él significa perder la libertad.
Ante esta forma de “velar” el verdadero rostro de Dios ante los hombres (rostro que es, fundamentalmente, gracia, misericordia, amor infinito), muchos seres humanos prefieren la “valentía” de rebelarse contra Dios y desentenderse de él, pues, como diría el gran cantautor español Joan Manuel Serrat, es preferible “la revolución a las pesadillas”.4 Prefieren la valentía de perderse que la cobardía de salvarse para ser esclavos de ese Dios por la eternidad.
Esto conduce a los legalistas, a su vez, a tener un corazón duro en relación con su prójimo; a tener actitudes severas, frías, juzgadoras, condenatorias hacia sus semejantes que no cumplen “tan bien” como ellos con la voluntad de Dios. Se convierten en espías de la conducta ajena, y en jueces inmisericordes del prójimo y de sus errores. Obviamente, con semejante propaganda que hacen a la fe en Dios, no es de extrañar que tanta gente tenga aversión por la religión, porque ¡con semejantes amigos, no se necesitan enemigos!
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MISTICISMO:
Es muy difícil definir qué es el misticismo. Depende en gran medida desde qué lugar se considere a alguien místico. No es lo mismo lo que pueda opinar una persona no creyente, de actitud nihilista, que alguien que conoce por experiencia lo que es ejercer fe en Dios. Pero, permítanme ofrecer una definición personal de este fenómeno: es la actitud de aquel que, en nombre de su fe en Dios, se aliena de la realidad, pierde contacto con ella, y elude sus deberes terrenales bajo el pretexto de que su fe y su devoción a Dios legitiman todas sus conductas irresponsables. Así, observamos a muchos creyentes que, bajo la excusa de que Dios los llama a un nivel especial de relación con él (muy frecuentemente, con cierta actitud narcisista de pensar que Dios tiene un trato privilegiado con él, por encima de sus hermanos en la fe) y a realizar una obra especial en el mundo, descuida sus deberes hogareños, el sostenimiento económico de la familia, la atención de sus hijos y su cónyuge, incluso su salud física (al cometer excesos por falta de alimentación más bien que por intemperancia), bajo la idea de que “Dios proveerá”. Incluso algunos llegan al punto de legitimar ciertas conductas que rayan en el disparate, pretendiendo que Dios “les dijo” que hicieran tal o cual cosa, o que son guiados de una manera especial por el Espíritu Santo. Son expertos en mecanismos de racionalización,5 de autosugestión y autoconvencimiento. Su fe es, entonces, un mecanismo de evasión de la realidad y de su responsabilidad existencial.
Además, quien participa de este fenómeno tiende a tener “delirios” místicos, al sobreinterpretar la realidad, sin tener en cuenta la racionalidad de los fenómenos y sus posibles causas naturales. Adolecen de “pensamiento mágico”, y cada cosa grande o pequeña, cada fenómeno que les suceda, por minúsculo e intrascendente que sea, lo atribuyen a una intervención directa de Dios o, principalmente, del enemigo. Así, por ejemplo, si perdieron el empleo por no ser suficientemente cumplidores con el horario y con sus responsabilidades laborales, van a decir que sus empleadores fueron instrumentos del enemigo para ensañarse contra él, en vez de asumir su propia irresponsabilidad laboral.
Frente a este tipo de conductas, personas incrédulas reaccionarán diciendo: “¡Los creyentes están todos locos! Este es el tipo de personas que produce la religión. Prefiero quedarme donde estoy”.
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FE CÓMODA, EGOÍSTA:
Muchos creyentes no somos malas personas, no le haríamos daño a nadie ni tenemos mal carácter, ni somos materialistas ni hedonistas, ni padecemos de legalismo ni misticismo. Pero nuestra fe quizá sea una forma sutil y sublimada de egoísmo. Nuestro máximo interés quizás esté en nuestra salvación personal y, a lo sumo, de nuestros seres queridos, pero no tenemos una genuina preocupación por el prójimo, una auténtica compasión por el necesitado, y por lo tanto no realizamos ninguna acción concreta de ayuda al que sufre. Quizá seamos como el sacerdote y el levita de la parábola del Buen Samaritano (Luc. 10:25-37), que pasamos frente al prójimo necesitado y herido por la vida con una mirada indiferente, sin comprometernos con su dolor ni arriesgarnos para ayudarlo.
Quizá tengamos una fe aburguesada, en la que el valor supremo es la ortodoxia doctrinal, asegurarnos de tener la verdad doctrinal, de no incurrir en ninguna conducta pecaminosa (moral pasiva), de cumplir –por ejemplo– con todo lo que se espera de un “buen adventista” (el “estilo de vida adventista”, como no usar joyas o adornos, no escuchar determinada música, no asistir a ciertos espectáculos, practicar la reforma prosalud, participar en todas las reuniones y actividades de la iglesia, etc.). Pero quizá carezcamos de una moral activa, que se interese realmente por el prójimo y sus necesidades. No tenemos conciencia social (no estoy hablando de política, necesariamente); la solidaridad social no es una prioridad en nuestro concepto de misión y, por ende, en nuestra agenda misionera.
Una de las mayores razones (quizá la mayor) por la cual muchas personas son escépticas, e incluso ateas, es la aparente ausencia de Dios en el mundo. Ven tanto dolor, grados tan extremos de sufrimiento, que no pueden concebir que si Dios existiera, y fuera ese Dios tan poderoso y bondadoso como proclama la religión –especialmente, la cristiana–, pudiera permitir semejantes cosas. Su conclusión es que o Dios no es tan poderoso, o no es tan amoroso, o (lo más terrible) no existe. Muchos ateos, en el fondo, lo que tienen es un resentimiento con Dios por causa del dolor.
Y, cuando los creyentes somos indiferentes al múltiple dolor humano (y de los animales), estamos respaldando con nuestras actitudes y conductas la sensación de que estamos solos en el mundo, para arreglárnosla como podamos. Estamos presentando signos de la ausencia de Dios en el mundo, en vez de señales visibles de su presencia. Como diría el gran mártir y líder espiritual y político Martin Luther King: “Lo preocupante no es la perversidad de los malvados sino la indiferencia de los buenos”.
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ANTIINTELECTUALISMO/ANTICIENTIFICISMO:
La Modernidad, con su exaltación de la razón como la “diosa” suprema frente a la “superstición” de la fe, fue, en gran medida, una reacción no solo a los abusos religiosos de la iglesia medieval (es difícil olvidarse de los horrores de la Inquisición), sino también intelectuales. Se sostuvieron, e impusieron por la fuerza, ideas científicas supuestamente basadas en la Biblia pero que no tenían otro fundamento que los prejuicios, las ideas preconcebidas y la fuerza de paradigmas científicos dominantes durante milenios (como la teoría geocéntrica, de Aristóteles, que imperó desde el siglo IV a.C. hasta el siglo XVI d.C., con la revolución copernicana y de Galileo, que afirmaron la teoría heliocéntrica). No se entendió correctamente la relación entre el mundo natural y el sobrenatural, creyendo que todo fenómeno explicable correspondía al orden natural, mientras que todo lo que no tenía explicación científica correspondía al orden sobrenatural, milagroso, de la intervención directa de Dios… o de los demonios. Por supuesto, cuantas menos explicaciones científicas había, más “gigantesca” era la intervención de Dios en la naturaleza. Pero, cuanto más la ciencia fue encontrando explicación a los fenómenos naturales, más y más pequeño fue quedando Dios ante la mente científica, hasta prácticamente desaparecer.6
Y, si bien es cierto la fe es un fenómeno suprarracional (que excede a la razón y el conocimiento humanos; no depende de ellos para su demostración), no es en manera ninguna irracional (que va contra la razón). El cristiano debe utilizar tanto su fe como su inteligencia para vivir su relación con Dios. Lamentablemente, en nombre de la fe, muchas veces los creyentes sacan conclusiones, en muchos órdenes (filosóficos, psicológicos, políticos, científicos), que son disparates que desacreditan su religión, la Revelación bíblica y, en última instancia, a Dios.
Conclusiones
¿Para qué nos sirve entender estas pocas, parciales y sucintas cuestiones acerca de las posibles causas del escepticismo y el ateísmo? Debe ser, ante todo, con fines misioneros; es decir, para saber comprender a nuestro familiar, amigo, vecino o compañero que por el momento no cree en Dios y desconfía de todo lo que tenga “olor” a religión, a fin de ayudarlo a encontrarse con Dios y aceptarlo en su vida.
Es cierto que en muchas personas su escepticismo es, en última instancia, un mecanismo para poder seguir viviendo una vida centrada en el yo, independiente de Dios, que prefiere “no tener en cuenta a Dios” (Rom. 1:28), para poder “hacer su vida a su manera”. Pero, en otros casos, su escepticismo es muy respetable. Hay barreras de origen psicológico, histórico, sociológico, y de responsabilidad de las mismas religiones, que se erigen como un muro casi infranqueable entre ellos y su fe en Dios. ¿Qué podemos y debemos hacer, entonces, los creyentes, a fin de contribuir con la obra del Espíritu Santo para su conversión?
1. Ore por ellos: La verdadera conversión no es fruto de, meramente ni mayormente, la elocuencia de su argumentación. Es una obra milagrosa del Espíritu Santo.
2. Respete su opinión y su sentir con respecto a Dios y las religiones. No se escandalice ante su escepticismo y antirreligiosidad. Sepa reconocer con humildad el grado de razón que tenga en su crítica a lo religioso, y manifiéstele incluso que usted valora su crítica como algo que lo ayuda a darse cuenta de en qué aspectos de su vida religiosa usted y su iglesia deben corregirse.
3. Comprométase a vivir REALMENTE COMO CRISTIANO. Sea consecuente con la fe que profesa. Es cierto que nadie tiene derecho a esperar de usted perfección moral; usted es un pecador, como todos, que está en proceso de sanación por Cristo. Pero, si usted se entrega en las manos de Jesús para ser transformado por él, habrá una armonía esencial entre su fe y su conducta. Vivir como cristiano es la primera gran obra misionera que usted tiene que hacer, porque, como reza un dicho popular: “Los actos hablan más fuerte que las palabras”. La cuestión es ser realmente cristiano, en vez de jugar al cristianismo.
4. Tenga una fe sensata, racional, capaz de articular su apego a la Revelación bíblica con un sano y legítimo sentido común, y con una fe informada. Repase, para usted mismo y para su amigo incrédulo, las evidencias racionales de su fe en la existencia de un Diseñador inteligente, del carácter sobrenatural de la Biblia y de su veracidad histórica, de la existencia histórica de Jesús, de la grandeza espiritual y filosófica del mensaje cristiano. No discuta nunca, y menos sobre temas que usted no domina. Pásele material creacionista de la iglesia, que presenta evidencias científicas de un Diseñador inteligente, y libros apologéticos cristianos, que le brindarán evidencias racionales y bíblicas de la fe cristiana.
5. Conviértase en un SIGNO DE LA PRESENCIA DE DIOS EN EL MUNDO: Al permitirse ser transformado por el Espíritu Santo a la semejanza de Jesús, viva una vida llena de amor y de preocupación genuina por el prójimo, y sea usted un “pequeño Cristo” para el que sufre, para el necesitado, para el perdido, de tal manera que él sea capaz de ver en usted el verdadero rostro de Dios.
6. Invítelo a probar a Jesús: Cuéntele el testimonio de lo bien que le hace a usted tener a Jesús en su vida, y sin imponerle un dogma invítelo a que pruebe por sí mismo la bendición de conocer a Dios, como si fuese “una alternativa más” para su felicidad. Si él se permite esta experiencia, se dará cuenta de que Jesús, en realidad, es la única alternativa en el camino a la felicidad (Juan 14:6).
El gran Mahatma Gandhi era un profundo admirador de Cristo. No así de los cristianos que él llegó a conocer. Por eso, él dejó escritas estas tres recomendaciones para los cristianos:
“Primero de todo, quisiera aconsejar a los cristianos que todos a la vez comenzaran a vivir como Cristo Jesús. Si os viéramos en el espíritu de vuestro Maestro, ninguno de nosotros podría resistirse.
“En segundo lugar, os aconsejaría llevar a la práctica vuestra religión, sin violentarla y sin degradarla. No soy del parecer de que la India deba asumir un cristianismo dulcificado; quiero, más bien, que asuma el verdadero cristianismo.
“En tercer lugar, quisiera proponeros que insistáis en el amor, porque el amor es el alma del cristianismo”.7
Que, por la gracia de Dios, usted y yo podamos responder afirmativamente, con nuestras vidas, a estas sabias propuestas, y allanar así el camino del Espíritu Santo para la conversión de los incrédulos.RA
Referencias:
1 Friedrich Nietzsche (1882), La gaya ciencia (Alba: Madrid, 1997), pp. 137, 138.
2 El Concilio Vaticano II (1962-1965) fue un hito histórico, un punto de inflexión importantísimo para el Catolicismo Romano contemporáneo. En él, la Iglesia Católica procuró entablar un “diálogo con el mundo”, analizar las relaciones entre la iglesia y el mundo contemporáneo, y su misión específica en relación con él.
3 “Formas y raíces del ateísmo”, Constitución Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, Capítulo 1, “La dignidad de la persona humana”, 19: párrafo 3.
4 De la canción “Cada loco con su tema”, del álbum homónimo (1983).
5 Por “racionalización” estamos hablando aquí no de la actividad deseable en todo ser humano de razonar lógicamente sobre la realidad, sino del típico mecanismo psicológico de defensa de intentar encontrar una explicación y una legitimación aparentemente racional y argumentativa para ideas o conductas erróneas.
6 Una de las más lúcidas descripciones de esta cuestión se encuentra en Richard M. Ritland, A Search for Meaning in Nature (Mountain View, California: Pacific Press Publishing Association, 1970), pp. 11-27.
7 Extraído del blog Antología de ilustración.
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