DIOS CON NOSOTROS

05/12/2023

Más que promesa, una maravillosa realidad

Popularmente, cada 25 de diciembre se celebra Navidad en conmemoración del nacimiento de Jesús. Si bien como adventistas no veneramos esta fecha y sabemos que sus orígenes son paganos, no podemos pasar por alto un hecho insoslayable: que hubo un día en el que el Cielo descendió a la Tierra y Dios se hizo hombre al nacer como un niño en un humilde establo de Belén.

Por eso, en la nota de tapa de este mes, queremos desviar nuestra mirada de la glotonería, la intemperancia, el consumismo y los símbolos no cristianos (tan típicos de estas épocas), para centrarlas en lo verdaderamente trascendente: Jesús, Dios con nosotros.

EMANUEL

La presencia divina mientras atravesamos senderos inciertos.

Por Elizabeth Viera Talbot

Este era un territorio desconocido para ellos. María y José estaban comprometidos, pero no casados, y definitivamente este no era el momento adecuado para un embarazo. La cuestión es que Dios no siempre explica sus tiempos, pero siempre promete su presencia. Cuando José se enteró de que María estaba embarazada, supo definitivamente que él no era el padre, y decidió divorciarse de ella en secreto. Mientras luchaba con su decisión, un ángel del Señor apareció y lo convenció de que creyera más allá de lo que podía ver. María quedó embarazada del Espíritu Santo, algo que nunca había sucedido y nunca más volvería a suceder. Se enfrentaban a lo desconocido, y tenían que confiar en que Dios estaba con ellos y los guiaría en esta situación.

LAS BASES

Al repasar la historia de cómo Dios se hizo carne y vino a salvarnos, nos damos cuenta de que los padres de Jesús tenían que confiar en la fidelidad, la protección, el propósito y la guía de Dios. Más de dos mil años después, todavía necesitamos confiar en que Dios es fiel y cumple sus promesas; que está orquestando sus propósitos redentores detrás de escena, incluso cuando no los entendamos completamente; y que todavía nos guía cuando enfrentamos lo desconocido.

José y María nunca habían recorrido este camino; necesitaban que Dios los guiara y se comunicara con ellos de una manera que pudieran entender. Durante miles de años, el pueblo de Dios había estado esperando que Dios cumpliera su promesa de enviar al Mesías, el Ungido y Redentor. Y ahora había llegado el momento, pero todo parecía muy diferente de lo que esperaban…

Antes de continuar, permítanme compartir con ustedes algo sobre el Evangelio de Mateo. El evangelista organiza su material con mucho cuidado para impactar al lector de la manera más efectiva.

El número cinco era importante para los judíos porque tenía un simbolismo significativo, ya que la ley de Moisés constaba de cinco libros. Mateo retrata a Jesús como el nuevo Moisés y organiza el material de su libro en grupos de cinco. Así, divide la infancia de Jesús en cinco episodios, construyendo cada uno de ellos en torno a una profecía del Antiguo Testamento: el nacimiento de Jesús, la visita de los sabios, la huida a Egipto, la masacre de bebés en Belén y la crianza de Jesús en Nazaret. En esta narración quíntuple de la infancia del Mesías, se ve a Dios en control absoluto. Él dirige y guía cada movimiento de José, María y Jesús. El hecho de que Dios esté tan dispuesto a comunicarse con los seres humanos para guiarnos en situaciones difíciles y desconocidas siempre ha traído mucho consuelo a mi alma.

LA HISTORIA

El primero de los cinco episodios es el nacimiento real de Jesús. Mateo 1:20 nos informa que un ángel del Señor se apareció a José en un sueño después de descubrir que ella estaba embarazada. Ni siquiera puedo imaginar lo confuso que debió haber sido todo esto para él. Sin embargo, se sometió al punto de vista de Dios, entregándose a la revelación de Dios a pesar de que probablemente no podía entender mucho de lo que estaba pasando.

En los dos versículos siguientes encontramos la primera fórmula profética de Mateo, que conecta su narración con una cita del Antiguo Testamento: “Todo esto sucedió en cumplimiento de lo que dijo el Señor por el profeta: ‘La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamarán Emanuel’, que significa: ‘Dios con nosotros’ ”(Mat. 1:22, 23). Esta cita proviene de Isaías 7:14, donde Acaz (rey de Judá) también atraviesa una situación difícil, ante un futuro desconocido.

Los reyes de Israel y Aram vienen contra Judá, y Acaz y su pueblo están aterrorizados (Isa. 7:2). El Señor envía al profeta Isaías a Acaz para entregarle la promesa de su presencia, para animarlo a no temer y ofrecerle una señal. Pero Acaz se niega a aceptar la ayuda del Señor, porque prefiere hacer una alianza con una potencia militar, en lugar de confiar en la presencia de Dios. Aun así, Dios decide darle una señal para que nunca olvide que le había ofrecido su ayuda, consuelo y presencia: una doncella daría a luz un hijo, y lo llamaría Emanuel. Mateo afirma que esta profecía finalmente se cumplió en Jesús.

En tiempos de incertidumbre, cada parte de esta frase debería llenarnos de seguridad: Dios está con nosotros. Dios está con nosotros. Dios está con nosotros. Dios está con nosotros. ¡Asombroso!

¡Pero espera, hay más!

LA PROMESA

El ángel le dijo a José que el nombre del bebé sería Jesús, porque él salvaría a su pueblo de sus pecados. Lo haría en la cruz. ¿Puedes imaginarlo? Emanuel está pendiendo clavado en la cruz, y clama: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mat. 27:46). Emanuel sintió el abandono para que nosotros nunca tengamos que sentirlo. Jesús cargó con nuestro pecado para que Dios nunca nos abandone. Dios con nosotros es una realidad siempre presente hasta el fin del mundo.

Cuando los sabios de Oriente fueron a ver a Jesús recién nacido, preguntaron dónde estaba el rey de los judíos (Mat. 2:2). Encontramos de nuevo este título en el final del Evangelio de Mateo, cuando Jesús es condenado y asesinado: el escrito colgado en la cruz decía: “Este es Jesús, rey de los judíos” (Mat. 27:37). En el nacimiento de Jesús encontramos ya un presagio de la Cruz.

Volviendo a los sabios: ¿Te imaginas cómo se sienten? ¿Perdidos? ¿Sin respuestas? ¿Cómo podrían encontrar su camino? Este era definitivamente un territorio desconocido, porque nunca habían transitado en esta senda. Herodes preguntó a los principales sacerdotes y a los escribas dónde nacería el Mesías (Mat. 2:4), porque sabía a qué tipo de rey se referían los magos. Los líderes religiosos respondieron que en Belén. Al respecto, Mateo 2:5 menciona: “Tú, Belén de Judá, de ningún modo eres la menor entre los príncipes de Judá, porque de ti saldrá un Guiador que apacentará a mi pueblo Israel”. Esta cita fusiona una profecía de Miqueas 5:2, dada siete siglos antes, con un pasaje davídico que se encuentra en 2 Samuel 5:2 al 6. ¿Puedes creer que cientos de años antes Dios ya sabía el lugar exacto donde nacería Jesús? Me reconforta y me da seguridad que Dios esté al control de todo y que también pueda estarlo sobre mi vida, si se lo permito.

Según Mateo 2:9 y 10, los sabios fueron guiados por una estrella hacia el lugar donde Jesús nació. ¡Dios los estaba guiando, porque Dios estaba con ellos! Él fue Emanuel. Al llegar, abrieron sus regalos de oro, incienso y mirra. Tal vez, a través de estos regalos, Dios haya provisto lo necesario para que José, María y Jesús subsistieran durante su estadía en Egipto. Dios tenía el comando y se ocupó de sus necesidades. ¿No crees que Emanuel también te guiará en tus tiempos de incertidumbre y te proveerá de todo lo que necesites?

La historia del nacimiento de Jesús nos recuerda que la presencia de Dios está siempre con nosotros. Este es el mensaje que Mateo coloca –como sujetalibros– al principio y al final de su Evangelio. Comienza su narración con “Emanuel, Dios con nosotros”, y termina con Jesús anunciando: “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mat. 28:20). Esta es la promesa de Dios para nosotros en tiempos como estos. Aquel que sufrió en la cruz por nosotros permanecerá con nosotros hasta el último día de este mundo. Nunca estarás solo, ya sea que recibas malas noticias inesperadas, que estés atravesando una temporada de sufrimiento o que te encuentres en medio de una crisis económica sin precedentes.

Toda la Biblia, de principio a fin, habla del plan de redención que Dios diseñó para nuestra salvación a fin de estar con nosotros para siempre, tal como lo había imaginado cuando nos creó a su imagen.

Si te encuentras luchando en un territorio desconocido, recuerda que la promesa de la presencia y la guía de Dios es tuya todos los días de tu vida, hasta que veamos a Emanuel cara a cara cuando venga a llevarnos a casa.

Elizabeth Viera Talbot, oradora y directora del Instituto Bíblico Jesús 101, un ministerio de medios de comunicación de la División Norteamericana.


‘Immanu’el

Descubriendo a Yeshu’a ben-Yosef.

Por Lael César

Tal vez pases a su lado, en tu burro o a pie, por el camino polvoriento hacia el humilde edificio galileo del siglo I que llamas hogar: dos habitaciones, ladrillos de arcilla con barro y paja, y piso de tierra. Dos habitaciones y un patio abierto. Has trabajado desde el amanecer. Ahora lo único que piensas es en comida y descanso, no en encuentros dramáticos con extraños.

Lo importante es el carácter

El hombre que pasó en la otra dirección pudo haber sido Yeshu’a ben-Yosef (Jesús, el hijo de José), un judío palestino de veintitantos años del que has oído hablar pero que nunca has conocido, hasta donde sepas. Por supuesto, el hombre con el que acabas de cruzarte no parecía digno de un encuentro dramático, de todos modos, y tal vez esa sea la razón por la que nunca lo conociste: no había ninguna belleza física deslumbrante en el Hombre con el que acabas de cruzarte que te llamara la atención (ver Isa. 53:2).

Pero, al escuchar a su madre hablar de él, creerías que nunca ha habido otro niño como él en el pequeño pueblo de montaña en el que se crio: de carácter tan amable, dispuesto a ayudar, y humildemente encantador incluso en momentos dolorosos, incómodos y difíciles. Ella les contará, incluso ahora, la historia de su constante crecimiento hasta convertirse en un alma de profunda sabiduría, a medida que también maduraba físicamente.

Este hijo de Miriam y Yosef fue uno más de todos los niños lindos que no se convirtieron en un adolescente descarado o en un joven sabelotodo. Pero, no se puede negar: ¡sabe mucho! Aun así, todo lo que hizo fue convertirse en un joven de mansa intrepidez, de rostro bondadoso y apariencia sensata. Reconozco que cualquier persona tan concentrada como tú en ese pan de cebada y pescado que estabas saboreando podría pasar al lado de Yeshu’a y nunca notarlo. Quizá también tiene cosas extrañas: ¿por qué no se casó hace doce años? Tiene casi treinta años y sigue más soltero que nunca.

Su madre, Miriam, y sus hermanos también –aunque con mucho menos entusiasmo– podrían decirte cuán persuasivamente expresa sus convicciones éticas. El corazón de Miriam está siempre lleno de santa gratitud por la devoción que manifiesta su hijo hacia las Escrituras, que ella le enseñó con tanto cuidado y fidelidad. Para él, todo tiene que basarse en las Escrituras. Se basa en Devarim (el rollo de Deuteronomio): “El hombre no vive solo de pan, sino de toda palabra que sale de la boca del Señor” (Deut. 8:3).

Sus hermanos pueden dar fe de lo que dice la madre. Pero el fuego que hay dentro de ellos cuando hablan es diferente del fervor que arde en el alma de ella y que se muestra en sus ojos transparentemente honestos. Ya’akov o Yosef, o Shim’on, o Yehudah (o todos ellos a la vez), a veces se preguntan en voz alta acerca de la santidad poco práctica de Yeshu’a: ¡Está loco! (Mar. 3:21). Otros también piensan lo mismo, y peor: tal vez esté endemoniado, además de loco (Juan 10:20). ¿Entiende él realmente lo más importante de la historia de su nación y de los grandes patriarcas de esa historia? ¿Cuán estable es su cabeza? Habla con convicción de lo que Dios hizo por nosotros a través de patriarcas como Avraham, Moshé y David; luego habla de celo equivocado, y amonesta cuando todos los demás están admirando: cómo Moshé puso a los Mitsri (egipcios) en su lugar (debajo de la arena); o cómo David pudo eludir tanto al rey israelita Saúl como al rey filisteo Aquis (1 Sam. 23:7-13; 24:1-14; 21:10-15). ¡Qué brillante fue eso! Pero él culpa a David por la muerte de 85 sacerdotes (1 Sam. 21:1-9; 22:7-19). ¡Imagínate! En lugar de recordar sus hazañas, como lo que hicieron en Siquem (Gén. 34), le irrita la idea de que los patriarcas de nuestras tribus fueron ellos mismos el fruto de tanta contienda, engaño y llamas de celos criminales, que ardieron con la misma furia en su propio tiempo como lo habían hecho en la generación de su padre. ¡Después de todo, nadie es perfecto!

Esa, por supuesto, es una de las peores cosas que puedes decir si esperas silenciarlo. ¡Eso es lo que lo entusiasma! Él fácilmente estará de acuerdo contigo. Porque ese es el problema: nadie es perfecto. ¡Ese es el problema de la humanidad! Necesitamos un mejor ejemplo, un mejor guía, un mejor modelo; una orientación diferente, lejos de nosotros mismos y hacia Dios nuestro Padre en el Cielo. No necesitamos seguir el modelo de nuestros compañeros humanos caídos cuando podemos buscar al Señor con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerzas: Devarim nuevamente; cuando podemos apoyarnos en la gracia y el poder del Cielo en cada momento de cada día. No se trata de nosotros. Se trata de Dios nuestro Padre, quien quiere que sus hijos valoren la pureza de alma y la integridad de acción más que… ¡más que la vida! Sirves a la causa de tu Padre que está en los Cielos al permitirle vivir su vida desinteresada a través de ti al servicio de los demás, “para que vean sus obras buenas y glorifiquen a su Padre que está en el cielo” (Mat. 5:16).

Nada frena jamás su búsqueda y aprendizaje de las Escrituras. Él ve verdades en esos rollos en las que su madre, su principal maestra, no había pensado, ni había obtenido de una conversación concienzuda ni había escuchado antes de la sinagoga o de sus líderes; incluyendo lo que él realmente cree acerca de su nación, el pueblo especialmente elegido por Dios. A veces sus hermanos presionan a María cuando lo oyen hablar de la familia. Ella lo siente, pero eso nunca la lleva a denunciar a su Hijo cuando dice: “Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la cumplen” (Luc. 8:21).

Los gobernantes de la sinagoga

Los gobernantes de la sinagoga se han dado cuenta de lo excepcional que es Yeshu’a ben-Yosef. No los hace sentir cómodos. No puedes describirlo como hostil; quizá sea incluso modesto. Pero, a pesar de la modestia, la libre familiaridad con la que él invoca la Torá hace tambalear sus pies teológicos. Las ocasiones a las que él se refiere como “diálogos” implican momentos (a veces bastante largos) de gritos enfurecidos de dirigentes congregacionales que terminan sintiéndose más enemigos que debatientes. Su falta de respeto hacia sus mayores es casi imperdonable. Han intentado con todas sus fuerzas resumir sus afirmaciones de falta de respeto a la autoridad, la distorsión de la Torá y la deslealtad a la nación elegida de Dios. Pero terminan con pocas pruebas, si es que tienen alguna.

Principalmente sienten que desean que el Todopoderoso le inflija el grave daño corporal que merece por las blasfemias, de las que no pueden demostrar que sea culpable. Él los vuelve locos, pero no hay nada que puedan atribuir a su tono o volumen, su vocabulario o lenguaje corporal, o cualquier otra cosa acerca de él más allá de su insoportable rectitud. Simplemente sienten un odio intenso hacia él y luchan poderosamente para encontrar alguna justificación para ello (ver Sal. 69:4; Juan 15:25). Lo conocen desde hace tres décadas y comparten abundantes recuerdos de sus suaves interrupciones. No están seguros de que él se someta adecuadamente ni siquiera a los rabinos más venerados. No pueden decir lo que él cree acerca de los romanos. Tampoco se puede contar con él para denunciar y repudiar a los publicanos que trabajan para ellos. Todo el mundo (todos los demás, supongo) sabe que los romanos, específicamente los militares romanos, son una presencia despreciable entre nosotros, cruel y malvada, y nadie, excepto los publicanos, es menos bienvenido que ellos.

Y todo el mundo sabe que los niños deben obedecer a sus padres, y que ellos y sus padres deben ser leales a la familia en general y a los ancianos de la comunidad. Pero este Hombre, con su actitud más reservada pero segura, cita la Torá (la Shemá, para ser precisos) en el sentido de que solo a Dios se le debe lealtad absoluta, y que incluso romper familias es completamente apropiado en aras de la determinación de cualquiera de seguir a Dios: él ve a personas haciéndose enemigos dentro de su propia casa con el fin de elegir el Reino de Dios por encima de cualquier otra dedicación (ver Mat. 10:34-36). Y, si a alguien le choca, él aclara: “enemigos” es justamente lo que dijo.

Entonces, si se lo permites, te abrazará con tanta fuerza que sabrás que no tiene ni un hueso de odio en su cuerpo y que te ama de todos modos, ya sea que estés de acuerdo o en desacuerdo con él. Pero el resumen del asunto continúa siendo inquietante: en términos generales, no se puede confiar en que él dé a los romanos su merecido, o que vaya a brindar a los líderes familiares y comunitarios el apoyo que puedan necesitar cuando llegue el momento de actuar juntos por su pueblo y contra sus enemigos.

Los otros

Sorprendentemente, hay otros en la comunidad (incluso entre la población mayor, que algunos dicen que él realmente no respeta), que hablan de él con el mismo asombro que lo hace su madre, Miriam. Ahora bien, estas no son personas conocidas por su malicia; y han vivido lo suficiente como para que sepas cómo son. Y ciertamente no son famosos por su credulidad. Lo que pasa es que las historias que cuentan sobre él son de una improbabilidad monumental: él no es originalmente Natsri (nazareno); lo trajeron a la ciudad cuando era un niño desde Mitsrayim (Egipto). Su madre quedó embarazada antes de tiempo, pero su padre aun así la tomó como esposa. Un trabajador formidable, ese Yosef; le enseñó el oficio de carpintero, que ahora practica. Estaría feliz de ver el trabajo grandemente meticuloso que está realizando su hijo. “De tal palo tal astilla”, pensará.

Una vez abandonó a su madre y a su padre después de la Pascua. Pasaron tres días buscándolo de camino a casa. Cuando quedó claro que él no estaba entre los peregrinos que ahora regresaban a casa, regresaron a Jerusalén desesperados. Resulta que él estaba en el Templo, enfrascado en un intenso “diálogo” con “los maestros”, sentado entre ellos, “escuchándolos y haciéndoles preguntas” (Luc. 2:46, NVI). Por lo que sé, puede ser que haya sido la primera vez en su vida que Miriam lo reprendió públicamente: “Hijo, ¿por qué has hecho esto? Tu padre y yo te hemos buscado con angustia” (vers. 48).

Y ¿puedes imaginar su respuesta a su madre, Miriam?

No, no puedes; tendré que decírtela: “¿Por qué me buscaban?” Pensó que todo estaba bien: “¿No sabían que en los asuntos de mi Padre tenía que estar?” (vers. 49).

Otra cosa que probablemente debería mencionar. Su edad en ese momento: tenía doce años.

‘Immanu’el

Una ola de fuerte emoción recorrió su ser cuando Miriam escuchó la respuesta de su hijo. En ese momento su mente retrocedió toda una vida, la vida de él, hasta el momento en que se quedó sola en su habitación y apareció un visitante sin hacer ruido ni pedir permiso, bañado en una luz sagrada que inundó la habitación y la abrumaba de terror, misterio y asombro: “¡Alégrate, muy favorecida! El Señor está contigo […]. ¡No temas, María! […]. Ahora concebirás en tu seno, darás a luz un hijo y lo llamarás Yeshu’a” (Luc. 1:28-31).

Yosef, su prometido, recibió su propio mensaje del Cielo, su propia palabra de consuelo. Ella no debía tener miedo. Él tampoco: “No temas recibir a María por esposa, porque ella ha concebido por el poder del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Yeshu’a, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (ver Mat. 1:20, 21).

Cumplimiento profético, dicen… Y ellos serían aquellos a través de quienes el Eterno descendería a la Tierra, habitaría un cuerpo humano, viviría una vida pura e impecable y moriría para quitar el pecado del mundo (Juan 1:29, 36): “La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y se llamará ‘Immanu’el” (Isa. 7:14).

Quizá Miriam tenga razón: nunca hubo, nunca habrá, otro niño como él, ‘Immanu’el, Dios con nosotros.

Lael César, editor asociado de la Adventist Review.

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