DIFERENTES

Contraculturales en la era digital.

Podemos reconstruir la historia de la sociedad a partir de cómo nos hemos comunicado a lo largo del tiempo. Cada nuevo medio ha dado lugar a una manera diferente de ver y vivir en el mundo. La socialización, el aprendizaje, la economía, el Gobierno y el poder dependen –en gran medida– de las prácticas y las dimensiones sociales que se han transmitido a través de medios como la escritura, la fotografía analógica, el cine, el telégrafo, el teléfono, la radio y la televisión. Hasta las tecnologías digitales de nuestra era, todos estos avances representan la historia de nuestra cultura como civilización.

Sin duda, la era de la digitalización ha moldeado nuestra cultura. Vemos un individualismo extremo que no mira hacia atrás, solamente hacia el presente, buscando la satisfacción inmediata de los deseos personales sin tener en cuenta las consecuencias a largo plazo. Dado que nuestra cultura no incluye más acumulación, tradición, atesoramiento ni herencia de elementos que se reciben para preservarlos en cierta medida y transformarlos en algo nuevo, el pasado pierde su valor y el futuro no importa; solo el presente.

Así, la cultura ya no se fundamenta en procesos temporales extensos que se añaden y se adaptan gradualmente al cambio social; es una cultura sin raíces. Centrados en “vivir el momento”, no tenemos espacio para el crecimiento gradual, ya que algo que dura se parece más a quedar desactualizado que a avanzar. Por eso, en la era digital, todo lo que tome tiempo es rechazado. Ahora la cultura se consume, no se cultiva, lo que lleva a una vida digitalizada que es superficial, ligera y frágil. Todo debe ser deconstruido.

Aunque me gustaría, la mayoría de las veces no puedo decir lo anterior como un espectador de dicha cultura, soy protagonista de ella tanto como tú. Esto afecta cada área de la vida, incluso nuestra relación con Dios, tanto en el ámbito colectivo como en el individual.

Entonces, la invitación de este artículo es la de Romanos 12:2: “Y no se conformen a este mundo, sino transfórmense mediante la renovación de su entendimiento, para que puedan comprobar cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.

Dios nos llama a ser contraculturales.

Ante el individualismo, nos llama a buscar primeramente el Reino de Dios y su justicia (Mat. 6:33), a no amar al mundo ni las cosas que están en el mundo, porque “si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él (1 Juan 2:15) y “porque los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y malos deseos” (Gál. 5:24).

Ante esa búsqueda de desconexión del pasado, se nos recuerda que las cosas que se escribieron antes para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que –por la paciencia y la consolación de las Escrituras– tengamos esperanza (Rom. 15:4). Debemos acordarnos de los días antiguos y considerar los años de muchas generaciones; “pregunta a tu padre, y él te contará; a tus ancianos, y ellos te dirán” (Deut. 32:7).

Y, ante el rechazo de los procesos lentos, el Señor nos dice que ya no seamos “niños fluctuantes, llevados por cualquier viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia los artificios del error; sino que hablando la verdad con amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es en Cristo” (Efe. 4:14, 15). “Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones, desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación” (1 Ped. 2:1, 2); “Antes, crezcan en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. ¡A él sea la gloria, ahora y por la eternidad! ¡Amén!” (2 Ped. 3:18).

Ser contracultural es un desafío a vivir de manera intencional, sin perder nuestra identidad espiritual y nuestro compromiso con Dios. Es un llamado a estar en la cultura pero no ser de ella.

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