El titular decía: “La familia que pasó nueve años encerrada en un sótano en Holanda esperando ‘el fin de los tiempos’ ”. Y el primer párrafo informaba: “Una familia residente en una granja en la provincia holandesa de Drenthe fue hallada después de casi una década, cuando uno de sus integrantes apareció en un bar local y, tras tomarse algunas cervezas, decidió pedir ayuda”.1
No es la primera vez que se manifiesta lo que algunos profesionales han dado en llamar “delirio apocalíptico”, o “alteraciones
sensoperceptivas de contenido místico-religioso”. Y la pregunta es: ¿Cuál es la actitud correcta ante la convicción de la inminencia de la Segunda Venida y el cumplimiento de las señales del tiempo del fin? ¿Dónde está el equilibrio? Porque el apóstol Pablo ya había indicado que “el mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden; en cambio, para los que se salvan, es decir, para nosotros, este mensaje es el poder de Dios” (1 Cor. 1:18, NVI). Siendo así, ciertas actitudes y comportamientos cristianos
pueden parecer “anormales” ante los ojos de quienes están en tinieblas espirituales.
Por otro lado, Elena de White también nos advierte que podemos estar corriendo antes de ser enviados (Jer. 23:21). Ella advierte en contra de “realizar movimientos prematuros”. Ella aconseja “no adelantarse
a Cristo” ni realizar “ninguna obra apresurada en estos tiempos”. En este contexto, el mensaje es claro: “En ningún caso debería utilizar expresiones extravagantes, porque esto afectará con toda seguridad a una clase determinada, y pondrá en juego influencias que no podrán ser mejor controladas que un caballo impetuoso. Permítase por una sola vez que el impulso y la emoción dominen el juicio sereno, y se tendrá exceso de velocidad, aun cuando se viaje en un camino correcto. El que viaje con demasiada velocidad descubrirá que ello es peligroso en más de un sentido.
Puede ser que no transcurra mucho tiempo antes de que se salga del camino correcto y se interne por un sendero equivocado” (Mensajes selectos, t. 2, pp. 112, 113).
Pero ¿acaso no es algo bueno despertar a las personas de su letargo espiritual y hacer que se preparen para la Segunda Venida, aun cuando se exagere la nota en cuanto a la interpretación de las profecías
y de las señales apocalípticas? “Existe el peligro de que se cometan excesos en aquello que es lícito […]. Si no se realiza una obra cuidadosa, ferviente, razonable y sólida como una roca en relación con la promoción de cada idea y principio, y en cada afirmación hecha, se arruinará a las
almas” (ibíd., p. 114).
Tras unas revueltas originadas por los zelotes (que habían tomado la fortaleza de Masada), Cestio Galo sitió y atacó Jerusalén con treinta mil hombres. Penetraron en la ciudad, pero no en el Templo; aparentemente,
la ciudad y el Templo caerían de un momento a otro. Pero, sin razón evidente, las tropas se retiraron repentinamente. Esto posibilitó que los cristianos tomaran seriamente las advertencias de Cristo y huyeran hacia Pella, más allá del Jordán. Increíblemente, ni un solo cristiano pereció
entonces. Cuando Tito llegó, todos los cristianos habían huido, alertados por la profecía de Jesús.
El historiador Flavio Josefo afirma que más de 1.100.000 judíos perecieron y cerca de 100.000 fueron tomados cautivos. Pero, mientras que los judíos morían de hambre, eran decapitados y capturados, los cristianos de Jerusalén escapaban.
¿Cómo salvaron su vida? Treinta años antes de la destrucción de Jerusalén, Jesús predijo los terribles eventos que seguirían a su muerte. La señal sería ver la ciudad rodeada por el ejército romano: “Por tanto, cuando en el lugar santo vean la abominación desoladora, de la que habló el profeta Daniel (el que lee, que entienda), los que estén en Judea, huyan a los montes; el que esté en la azotea, no baje para llevarse algo de su casa; y el que esté en el campo, no vuelva atrás a tomar su capa” (Mat. 24:15-20).
Elena de White nos deja una clara indicación de cuándo será que debemos tomar medidas extremas. Antes, la prudencia y el equilibrio deberían caracterizar nuestras decisiones: “No está lejano el tiempo en que, como los primeros discípulos, seremos obligados a buscar refugio en lugares desolados y solitarios. Así como el sitio de Jerusalén por los ejércitos romanos fue la señal para que huyesen los cristianos de Judea, así la asunción de poder por parte de nuestra nación [Estados Unidos], con el decreto que imponga el día de descanso papal, será para nosotros una amonestación. Entonces será tiempo de abandonar las grandes ciudades,
y prepararnos para abandonar las menores en busca de hogares retraídos en lugares apartados entre las montañas” (Joyas de los testimonios, t. 2, p. 181).
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