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“Si persigues dos conejos, ambos escaparán” (Anónimo).
¿Sabías que entre 1252 y 1284 Alfonso X fue rey en Castilla (lo que hoy sería la región centro-oeste de España)? ¿Sabías que su nombre quedó inmortalizado en la historia como “el sabio”? Lejos de ser arbitraria o demagógica, esta designación se correspondió acertadamente con la persona del rey.
Tanto por simpatizantes como por detractores, Alfonso es reconocido por su obra literaria (tanto en verso como en prosa), científica, histórica y jurídica. Es que este monarca patrocinó y participó (con un conjunto de intelectuales latinos, hebreos e islámicos) en lo que se llama la Escuela de Traductores de Toledo. Esto sería, ni más ni menos, el germen de la incipiente obra literaria del idioma castellano.
¿Sabías que entre el año 970 a.C. y el 930 a.C. (aproximadamente) Salomón fue rey de Israel y se lo reconoce hasta hoy como el monarca más sabio que alguna vez haya existido? Esta clasificación tampoco bordea los campos del sinsentido, sino que está perfectamente fundamentada. Veamos:
Salomón compuso más de tres mil proverbios y cinco mil cantos (1 Rey. 4:32).
Salomón poseía un conocimiento amplísimo de un variado abanico de temas, ya se trate de los grandes árboles del Líbano como de los pequeños hisopos que nacen en las paredes; o de animales terrestres, marinos y aves (4:33, 34).
Salomón sabía cuáles eran sus prioridades y comenzó su reinado estableciendo quién sería para él su guía en la confusión y su estandarte en la victoria: Dios. Por eso, antes que nada, pidió sabiduría.
Los capítulos iniciales de Primero de Reyes reflejan descripciones exactas de la inmensa sapiencia de este rey. Sin embargo, la historia de 1 Reyes 3:16 al 28 cautiva la atención. Dos madres acuden a Salomón para dirimir una disputa: el reclamo de un hijo. La situación es extraña. Las dos convivían en la misma casa y habían dado a luz. Por la noche, una aplasta sin querer a su hijo y le quita la vida. Entonces, le cambia el bebé a la otra mujer, quien, al despertarse, reconoce que ese niño muerto no es su hijo. Las acusaciones de ambas se sostienen solamente en los subjetivos dichos de cada una.
Sin pruebas de ADN ni estudios técnicos en aquella época, el rey toma una decisión “salomónica”: tomar una espada y partir el niño en dos, dándole una mitad a cada una a fin de que ambas queden conformes. Una de las mujeres (¡horroroso!) acepta el trato. La otra prefiere ceder al niño a su rival antes de que el pequeño sea despedazado. Frente a esa actitud, Salomón resuelve el problema y nota quién es la verdadera madre.
Liderazgo es tomar decisiones precisas y puntuales. No se puede atrapar a los dos conejos. Salomón no lo hizo; ni siquiera lo intentó (aunque pareció hacerlo). Al contrario, buscó armar la estrategia adecuada para desembocar en el resultado correcto.
Y ¿qué sucedió? Esto: “Y todo Israel oyó aquel juicio que había dado el rey; y temieron al rey, porque vieron que había en él sabiduría de Dios para juzgar” (1 Rey. 3:28). El verdadero líder tiene sabiduría de Dios para discernir, para comprender, para analizar, para distinguir claramente y para decidir con precisión.
Cerca de Dios, Salomón fue un dirigente de decisiones exactas. Lejos del Creador, fue un gobernante de resoluciones difusas, tan vanas como el vapor. Generalmente, los líderes cometen errores cuando son jóvenes y luego maduran sus ideas y sus percepciones. Amparados en la experiencia, se vuelven más hábiles para sortear obstáculos y las crisis.
En el caso de Salomón, notamos que no hay edad para ser sabios… ni edad para errar el camino. Todos podemos ser una cosa o la otra, independientemente de las cronologías, los currículums y las circunstancias. La clave del éxito está en nuestras correctas decisiones.RA
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