Nuestro Creador siempre renueva la vida de sus hijos.
Uno de los objetos que más me fascinan son los cuadernos nuevos. Si, aparte, tienen tapas decoradas con buen gusto, más aún. Empezar a escribir sobre renglones vacíos o páginas completamente en blanco es una experiencia única para mí. Incluso, si el cuaderno es realmente muy hermoso, empezar a escribir en él hasta me causa respeto y temor. De hecho, tengo algunos bellos cuadernos que siguen ahí, con sus hojas en blanco, mirándome de reojo y esperando a que algún día tenga el coraje de grabar algo en ellos.
Para los que nos gusta escribir, el comienzo de un nuevo año es un momento propicio para dedicarnos a desempolvar viejos nuevos cuadernos que hace mucho nos están esperando. Y nos dedicamos a crear algo donde antes no había nada. Incluso, si alguien no tiene gran afinidad con la escritura, la idea de que algo está comenzando se encuentra muy presente.
Ya desde tiempos inmemoriales, los finales y los comienzos siempre han fascinado a la humanidad. Así lo explica el teólogo adventista Jacques Doukhan. En la antigüedad, los egipcios asociaban la puesta del sol, es decir el final del día, con la muerte. La noche era el tiempo del temor. El oeste era el lugar de los muertos.
Pero Moisés, en el libro de Génesis, usa una expresión única en la literatura del Antiguo Cercano Oriente cuando escribe sobre la Creación: “Así fue la tarde y la mañana, el primer día” (Gén. 1:5, última parte). En las Sagradas Escrituras, la puesta del sol marca el inicio del día y es una parte integral de la vida; no de la muerte. En la historia bíblica de la Creación, el temor y la muerte no existían: Dios solamente creó la vida.
Mientras que los egipcios creían en un dios que podían ver (es decir, el dios Sol), la Biblia nos enseña que podemos creer en un Dios que —aunque no lo veamos— está presente en nuestra vida incluso en las horas de la noche, como nos los recuerda el Salmo 121:4: “No se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel”.
Y aquí estamos nosotros, milenios después, ante un nuevo comienzo en el que nos hace bien recordar que nuestro Dios creador, que del caos y la oscuridad creó la luz y el orden, sigue renovando nuestra vida y nuestra experiencia con él.
Es muy fácil tener miedo a la oscuridad y a la muerte cuando Jesús no es parte de nuestra historia. Podemos buscar ayuda en distintos lugares, y tal vez por un tiempo nos sintamos satisfechos con lo que encontramos. Pero, cuando los grandes problemas de la vida llegan, nos damos cuenta de que no tenemos la fuerza que realmente necesitamos.
Llega entonces el tiempo de la fe y el aferrarnos a lo que la Biblia nos presenta sobre Dios. Así, entramos en relación cotidiana con él. La oscuridad y el temor se desvanecen al orar: “Señor, desde la profunda cárcel invoqué tu nombre, y oíste mi voz; no escondas tu oído de mi clamor por alivio. El día que te invoqué, te acercaste y dijiste: ‘No temas’ ” (Lam. 3:55-57).
Nos hace bien recordar que, en medio de las circunstancias que nos estén tocando vivir, Jesús está escribiendo nuestra historia junto a nosotros; que nos regala un hermoso cuaderno para que comencemos con un nuevo capítulo; que nos dice: “¡No tengas miedo, estoy aquí contigo!”; que nos anima a seguir escribiendo la historia de nuestra vida dándole el lugar protagónico a él porque es nuestro Creador, nuestro Sustentador y nuestro Salvador.
No estamos abandonados a los caprichos de la oscuridad. Tampoco estamos a la merced del caos de nuestro mundo. Estamos caminando junto al Dios que creó la luz y la vida, al Dios que nunca abandona a sus hijos, al Dios que llena nuestro corazón de esperanza. Que a lo largo de este nuevo año dediquemos mucho tiempo para encontrarnos con el Dios que nos da la vida. Que pasemos tiempo con su Palabra y que salgamos a compartir las maravillas de su amor con los demás que, quizá, no saben cómo empezar a escribir su propia historia con Jesús. Incluso, tal vez, tienen algún lindo cuaderno, pero todas sus hojas están en blanco.
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