Un mensaje de esperanza para tus crisis personales.
Ver a Cristo tal como es constituye una de las bendiciones más grandes que jamás pueda venir a la humanidad caída. Conocerlo es conocer también al Padre. Pero ¡cuán pocos conocen hoy al precioso Salvador tal como es! ¡Cuán pocos los conocen a él y al Padre! Muchos reconocen a Jesús como el Redentor del mundo, pero no lo conocen como Salvador personal. Esto es esencial: “Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado” (Juan 17:3). El conocimiento de Dios es la vida eterna, y este conocimiento solamente se recibe a través de Cristo.
El conocimiento superficial de Cristo no salvará el alma. ¿Lo conoces por la conexión vital de la fe? El Hijo de Dios vino a nuestro mundo para que, tomando sobre sí la naturaleza humana, pusiera a la humanidad en estrecha relación con el Dios vivo. Si Cristo hubiera venido en gloria, su presencia habría extinguido a la humanidad. Los hombres caídos no habrían podido soportar su gloria. Pero él dejó a un lado la corona real y el manto real. Vistió su divinidad con humanidad.
Cuando vino a nuestra Tierra, tenía que realizar una obra maravillosa. Satanás reclamaba la Tierra como suya y se hacía llamar el Príncipe de este mundo. Cristo vino a disputar su pretensión y a rescatar a la raza humana de su poder opresor. Vino a romper todo yugo, a dejar libres a los oprimidos, a curar las heridas que el pecado había hecho. Esta fue la obra del unigénito del Padre. Cristo vino a romper las cadenas del pecado.
El campo de batalla estaba aquí mismo, en este pequeño mundo. Aquí se desarrolla el conflicto entre el Príncipe de la vida y el Príncipe de los poderes de las tinieblas. ¿Quién triunfaría? Todas las inteligencias celestiales miraban a Cristo y contemplaban la batalla. Cristo estaba disputando la autoridad de Satanás, y Satanás lo seguía a cada paso, empeñado en derribarlo con tentaciones, decidido a cansar y agotar el amor y la paciencia de Cristo hacia la familia humana, para poder él mismo arruinar a cada uno de ellos, y triunfar así sobre Dios.
Cuando Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán, y al salir del agua después de su bautismo, se abrieron los cielos, y la gloria de Dios, simbolizada por una paloma blanca, lo rodeó, y desde lo alto del cielo se oyeron las palabras: “Tú eres mi Hijo amado; en ti me complazco” (Luc. 3:22). Esto fue una garantía de que Cristo era el Hijo de Dios. Y ¿qué nos dicen estas palabras a nosotros, a cada miembro de la familia humana, cualquiera que sea nuestro país o posición? Para cada uno de nosotros, son palabras de esperanza y misericordia. Por la fe en la provisión que Dios ha hecho en favor de la humanidad, eres aceptado por los méritos de Jesús.
Muchos de los que leen este relato no comprenden su significado. Significa que, en favor de la humanidad, la oración de Cristo se abrió paso a través de la sombra infernal de Satanás, y llegó hasta el mismo Santuario, hasta el mismo Trono de Dios. Esa oración fue por nosotros; la respuesta fue por nosotros, testifica que somos aceptos en Cristo Jesús. Esa misma oración que entró en el Cielo lleva hacia arriba tus oraciones y las oraciones de cada alma que viene a Dios con hambre y sed de justicia. El mérito de Jesús, su justicia, da fragancia a nuestras oraciones como incienso santo que asciende a Dios.
Esta es la misma obra que se ha estado llevando a cabo en nuestro mundo desde que el evangelio fue proclamado por primera vez en el Edén. El hijo o la hija más débil de Dios, bajo la opresión más pesada, puede encontrar en Jesús esperanza, misericordia y un amor sin parangón. La fe en Cristo nos da un poder infinito. Podemos aferrarnos a la naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que hay en el mundo. Por lo tanto, ni un alma necesita desmayar, ni un alma necesita desanimarse. Cualquiera que sea tu debilidad, cualquiera que sea tu enfermedad, hay esperanza para ti en Dios. Nuestro precioso Salvador vino a salvar a toda alma que quiera venir a él.
Texto extraído y adaptado de “Christ’s Mission of Love”, Bible Echo, 12 de noviembre de 1894, p. 4.
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