Los planes de Dios son mejores que los nuestros.
Treinta años atrás, Margarita había terminado sus estudios secundarios y comenzado a trabajar en el correo de su ciudad. Treinta años sin mucha historia siguieron. La rutina diaria, el aburrimiento a veces, un alejamiento del Dios que había conocido desde su cuna, una vida sin color.
Pero Dios no se alejó de ella; Dios quería darle color a su vida. Ya casada y con dos hijas, Dios impresionó su mente con la idea de que era hora de volver a la escuela; que él tenía un plan para ella. Para una alumna sin muchas luces, según ella, esta idea no era buena. Pero aceptó el desafío y se puso en movimiento.
Para entrar a la carrera de sistemas y administración, que es lo que le interesaba, tenía que rendir un examen de ingreso con un contenido importante de matemáticas. Seguía incrédula en sus propias capacidades asique Dios se manifestó nuevamente: le hizo recordar un libro de matemáticas que tenía en su casa con el que podría prepararse.
Cuando le entregaron la hoja con el examen pensó que era mucho más complejo de lo que podía hacer. No eran problemas individuales los que debía resolver sino una serie de problemas relacionados entre sí. Incrédula, se levantó para entregar la hoja en blanco. Pero algo golpeó sus rodillas y cayó sentada en su silla. Cuando me contaba su testimonio, Margarita me dijo “Dios me preguntó: ¿adónde vas? Lee nuevamente las preguntas, una a una, y no mires a la totalidad. Avanza resolviendo un problema a la vez”.
Así lo hizo. Y entregó su examen, segura de haberse equivocado en todo. A salir de la sala, compartió sus respuestas con otra colega que también había terminado. La colega le dijo: “¡Pero si has hecho todo bien!”
La hoja del examen se perdió. Tres semanas después las encontraron. Y semanas después aun, Margarita todavía no había recibido su nota. Pero le permitieron comenzar con sus clases.
Una noche, se encontraba en la escuela y oyó la voz de la profesora que debía informarle sobre el resultado. “Con un coraje totalmente ajeno a mí, entré al aula y le pregunté, en frente de todos los alumnos, si tenía mis resultados. Me dijo: ‘No te preocupes, Margarita, ¡tienes una buena nota!’”. Incrédula nuevamente, Margarita exclamó: “Es imposible!” Y todos en el aula se rieron.
Esa noche, al regresar a su casa en su coche, oyó claramente una voz que, desde el asiento trasero, le decía: “Margarita, ¿cuándo vas a confiar en mí?” Se dio vuelta para ver quién le hablaba, pero no había nadie.
“Dios quería mostrarme que para él no hay nada imposible. Esa noche me di cuenta de que él estaba realmente interesado en mí y que tenía un plan especial para mí, a pesar de no ser muy inteligente”.
Estábamos compartiendo una agradable sobremesa aquel sábado. Al oír el testimonio de Margarita, no compartí la última parte de su conclusión. Era una mujer muy interesante e inteligente, una mujer con visión y creatividad. Y, desde hacía algunos años, era parte de la dirección del servicio postal en su país. Su carrera había dado un salto vertiginoso desde que decidió aceptar el plan de Dios para su vida. Además, su notoriedad había multiplicado sus oportunidades para dar testimonio del Dios a quien amaba.
“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:9).
Creo que todos nos podemos identificar con Margarita. En algún momento de nuestra vida, en algún aspecto de nuestra vida tal vez, nos sentimos indignos, inferiores, incapaces. Y el enemigo busca subrayar esos pensamientos en nuestra mente. Pero nuestro Padre, que conoce el potencial de sus hijos, siempre nos busca y nos muestra que podemos confiar en él. Nos incumbe a nosotros cambiar decididamente el rumbo de nuestros pensamientos y ponernos en movimiento. El Señor hará el resto.
Así, avanzaremos por nuestro camino con la seguridad de estar guiados y cuidados por Aquel que nos ama por sobre todas las cosas. Aunque no siempre entendamos lo que él, en su inmensa sabiduría, haga o permita en nuestra vida.
Al poco tiempo de nuestra conversación aquel sábado, Margarita llegó al puesto más alto en el servicio postal de su país y representó a su país en foros internacionales. Dios movió montañas con la fe de su hija. Pero, pocos años después, Margarita falleció.
Es difícil entender este final en su historia. Pero sé que no necesito entenderlo para seguir confiando en mi Dios. Te deseo un nuevo año bendecido, lleno de oportunidades de hacer crecer tu fe.
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