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“Sé que debo estudiar/hacer ejercicio/cuidar la dieta/resolver este problema, pero no tengo voluntad”.
“Empiezo motivado y luego abandono”.
“¿Qué sentido tiene si no tengo ganas? Ya me conozco, y sé que no podré”.
La capacidad volitiva es la capacidad de decidir la propia conducta. Está íntimamente relacionada con la fuerza de voluntad, es decir, el proceso mental por el cual la persona toma la determinación de realizar una acción. Implica un esfuerzo consciente hacia un objetivo y se asocia frecuentemente a la capacidad de automotivarse en momentos de desaliento o a la posibilidad de diferir la gratificación en procura de un bien mayor.
Ciertos temperamentos cuentan con más facilidad para desarrollar esta capacidad, pero, como un músculo que se ejercita, la voluntad puede y debe entrenarse.
Todos observamos lo perseverantes que pueden ser los bebés y los niños pequeños cuando desean algo, o cuando aprenden a gatear, caminar o treparse. ¿Adónde se van esas ganas en los años posteriores?
Una máxima dice: “La acción precede al deseo”. Frecuentemente sucede que no tenemos ganas de hacer algo, incluso aunque sea algo atractivo, como una invitación a ir a la playa. Sin embargo, tanto nos insisten que terminamos aceptando de mala gana, pero al llegar apreciamos los colores y los sonidos de la naturaleza, como también el compartir con amigos, y observamos cómo nacen las ganas, el deseo y el disfrute. A tal punto que hasta pensamos: “Qué bueno que vine, ¡lo que me hubiera perdido!” Así nos pasa usualmente cuando comenzamos a ordenar o limpiar, estudiar o terminar un proyecto. Al inicio cuesta, pero luego nos sentimos satisfechos de haberlo hecho y disfrutamos del esfuerzo y del resultado. Solo necesitamos un “empujoncito” para arrancar. Cuanto más lo practiquemos, más fácil resultará. Si esperamos a tener ganas o deseos para accionar, caeremos en una trampa que nos debilita.
Debemos ser inteligentes al proponernos objetivos. Las metas difíciles deben ser divididas en pequeños pasos alcanzables y realistas que nos permitan comprobar que vamos avanzando. Si nos invitan a escalar el Everest, probablemente digamos “No, ¡gracias!” Sin embargo, si nos proponemos recorrer los primeros cien metros, luego el primer kilómetro, y así sucesivamente, probablemente al ver que lo vamos logrando tendremos más ganas de continuar.
Muchos desisten de entrenar su voluntad por temor a hacer el ridículo o a fracasar. “Si no hago nada, no fallo en nada”, piensan. Al evitar de forma sistemática cometer errores, terminamos debilitando nuestra autoestima y la capacidad de automotivarnos. Algunos han crecido con la idea de que el error es una demostración de debilidad o incluso una frustración que no podrán tolerar, cuando en realidad los traspiés, incluso los dolorosos, forman parte del aprendizaje. Ser buenos en manejar las frustraciones está estrechamente vinculado a la salud psicoemocional.
En vez de interpretar mi esfuerzo de forma polarizada, como “éxito o fracaso”, puede ayudar hacerlo de forma más realista; por ejemplo: “Hoy no fue un buen día y no logré lo que pretendía, pero mañana tendré otra oportunidad”. O de este modo: “No haberlo logrado no me hace un fracasado; es un plan que no funcionó, y mi ser excede ampliamente a ese plan”. Una buena idea es tener un plan B.
Muchos depositan sus esperanzas en alguna especie de “cambio mágico”, algún momento en el que aparezcan de la nada las ganas y la fuerza de voluntad. “Cuando mis hijos crezcan…” “Cuando tenga más tiempo…” “Cuando realmente sea imprescindible… yo siempre funciono mejor bajo presión”. Lamentablemente, esta es una trampa que debilita la voluntad. Es verdad que probablemente frente a una crisis o una urgencia aparezca un destello de esfuerzo puntual, pero esto no fortalece la voluntad de forma sostenida y provechosa.
Es tanto el esfuerzo puesto en largas horas de trabajo y demás cuestiones de la vida que emplear la voluntad para salir de nuestra zona de confort, crecer y aprender es casi una práctica abandonada. Por ende, la falta de sentido, el vacío existencial y la perdida de disfrute profundo de la vida están íntimamente ligados al desarrollo de nuestra voluntad, ya que, finalmente, ¿qué sería de nosotros si dejáramos de aprender y desarrollarnos?
Para los cristianos, el modelo de servicio al prójimo propuesto por Jesús amplía y profundiza los conceptos de voluntad, motivación y esfuerzo. Aprendemos que en la búsqueda del bienestar del otro se produce una fuerza poderosa que se multiplica y termina fortaleciendo de manera maravillosa nuestra fuerza de voluntad. RA
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