CUANDO EL TRÁNSITO NOS TRANSFORMA

14/04/2025

Claves para no perder nuestros modales cristianos al conducir.

María estaba muy angustiada cinco minutos después de salir de casa con su marido y su hija de cuatro años. Iban al centro comercial a comprar ropa en su auto. Eran las seis de la tarde de un jueves, hora en la que la gente suele empezar a volver a casa después de un agotador día de trabajo. Para agravar la situación, tenían que tomar algunas de las principales avenidas de la ciudad. El GPS marcaba el camino hacia el destino en color rojo.

El marido de María conducía detrás de un camión cargado de mercadería. Impaciente, quiso adelantarlo aumentando la velocidad de su vehículo; pero justo cuando puso el intermitente, otro auto que venía detrás de ellos aceleró y no los dejó hacer la maniobra. El marido gritó un par de veces de rabia y profirió algunos improperios, quejándose de la maniobra del otro conductor: “¡No puedo creer que haya hecho eso: Ha visto que tenía mi luz de advertencia encendida! ¡Lo hizo a propósito!”

La hija de cuatro años, sentada en su silla, levantó el brazo izquierdo y, mirando en dirección al otro automóvil, decidió insultar al conductor con un par de palabrotas. Automáticamente, los padres se sobresaltaron y se sintieron avergonzados por la situación. Oír hablar así a una niña significaba que no era la primera vez que oían esas palabras. “¡No puedo creer lo que he oído!”, dijo María desesperada. El marido tenía su rostro completamente rojo y no sabía qué hacer.

Controlar nuestro temperamento es un reto constante que tenemos como seres humanos, ya que rápidamente aprendemos a descontrolarnos. ¡Qué difícil es contener el aparente monstruo que llevamos dentro! Hay situaciones que nos hacen más frágiles y propensos a perder el control. Sin duda, el tráfico es una de ellas. Pero también he visto cómo perdemos el control de nuestras emociones en otras situaciones, como conversaciones sobre política, deportes e incluso… ¡religión! Normalmente tendemos a defender nuestro punto de vista, casi como si defendiéramos nuestro honor, poniendo todo sobre la mesa de forma agresiva y sin mucho espacio para el razonamiento. Las emociones toman el control y eliminan el raciocinio, lo que conduce a un comportamiento impulsivo y a menudo irracional.

¿Por qué era tan importante sobrepasar a ese camión? ¿Por qué tanta rabia ante el movimiento del otro auto? ¿Ayudó de alguna manera productiva al padre decir esas palabrotas? ¿Cambió positivamente la situación?

Estamos constantemente sembrando cosas en la mente de nuestros hijos. Estas semillas suelen dar fruto antes de lo esperado, sobre todo si son cosas malas. Parece que trabajar las cosas buenas en el carácter de un niño requiere mucho más esfuerzo y oración, y tarda tiempo en manifestarse. A menudo no nos damos cuenta de que el bombardeo de malas influencias es mucho mayor que las buenas semillas que conseguimos plantar en nuestros hijos. Esto hace que el autocontrol sea tan necesario y, al mismo tiempo, tan difícil de conseguir. Además, tratamos con las influencias de nuestros padres, que también tuvieron que luchar contra la tendencia pecaminosa de su comportamiento; pero eso no debe ser una excusa. Nuestro objetivo debe ser mejorar constantemente. Pedir perdón a nuestros hijos y aceptar que hemos cometido errores es el primer paso. Seguiremos teniendo muchas caídas, pero tenemos que levantarnos de todas ellas y aspirar constantemente a mejorar.

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